miércoles, 31 de diciembre de 2014

Lo que se desvanece

Rozas con tu vaga espiritualidad tan sólo lo que se desvanece. Formamos parte de la Vida un poco de costado, y apenas intervenimos en la fortuna o el desasosiego de los demás. (Y no digamos del Mundo, que da vueltas eternamente, empujado por leyes y por formas de un pensamiento que se cierra en banda). Sabes algo y lo disuelves en las raíces de una ideología sin nombre. Qué te has creído: lo que se cubre para ser olvidado será desenterrado algún día, como esas leyes y esas formas huidizas, tan enteras y tan irremediables, tan entusiastas del misterio.

(Diario de Algún Otro, 3)

El dilema de Grecia

Otra vez con el corazón en vilo por lo que ocurre o por lo que vaya a ocurrir dentro de poco en Grecia. Cuando suenan los tambores de las elecciones parece que más bien suenen los tambores de una catástrofe postergada en los últimos años por muy poco, casi siempre en el límite de la caída por un precipicio que los más agoreros profetizan con seguridad - y ahora recuerdo artículos que nos hicieron tiritar en 2012, como uno que me afectó mucho, de Paul Krugman-. Ojalá se equivoquen, ojalá sepan de una vez que son los griegos los grandes afectados, no los mercados, no los bancos: en éstos está la causa de las restricciones y del dolor. La corrupciones pasadas han sido pagadas con creces, y ahora debería de empezar la recuperación. Veo en una fotografía a Andonis Samarás, el primer ministro, sentado en un sofá oscuro como su traje, meditabundo, con su compostura de político avezado y prudente, en una actitud de quien nos da la sensación, al atisbarlo, de que no sabe qué puede hacer para que el desasosiego no aumente más. Pero si gana Syriza será porque los griegos lo habrán decidido democráticamente, y nadie debería interferir hasta las elecciones, ni para asustar ni para lanzar lamentos a priori que no conducen a nada, salvo a la confusión y a la incertidumbre. Qué difícil es que la política europea salga de sus limitaciones. Cuánta falta hace un solo gobierno de Europa para solucionar los problemas de los europeos. Pero quién quiere ceder un ápice de su poder para mejorar la eficacia del sistema. El dilema de Grecia es el dilema de Europa.

martes, 30 de diciembre de 2014

José Isbert

Veo de nuevo Bienvenido, Mr Marshall, en la que Berlanga parece que nos transmite no sólo un legado cinematográfico sino profundamente moral. ¿Qué es lo que cada uno le pide a la vida? ¿Y a quién se ha de pedir? Luis G. Berlanga nos muestra con acidez las vanas esperanzas de Villar del Río (aquella España, ay, quizás con muchos flecos en la de hoy). José Isbert, Manolo Morán: qué actores tan indiscutibles, tan fundamentales. Son irrepetibles: ya no nos imaginamos a nadie más en sus papeles, y en su humor aparente hay una tragedia que ahora, años después, aparece con nitidez. A veces me pregunto cómo es posible que se produjera en la España de 1953 una película como Bienvenido, Mr Marshall. ¿Cómo pudo superar la censura?  

Ca'n Joan de S'Aigo

Ciutat es una ciudad vieja con el encanto de la lucha entre lo viejo y lo nuevo. Lo que sé de mí se esparce entre mis vísceras: a veces veo con el corazón; otras, con el hígado; y, por encima de todas, con el cerebro, ese desconocido que nos gobierna, aunque lo tenga tan difícil. Cada comercio que cierra es un lugar que se derrama dentro de los ciudadanos. ¿Que la memoria no lucha lo suficiente, y los recuerdos se desvanecen como lápidas borrándose lentamente? Quizás en todo lo que se deshace hay un vínculo abstracto que hace falta descubrir. Quizás. De ahí la necesidad de conservar con rigor lo que nos queda. En Ca'n Joan de S'Aigo se centra la tradición conservadora, no como símbolo de lo que no cambia sino justamente al revés: su permanencia es un esqueje de vida futura, porque en la vieja cafetería hay una apuesta por la ausencia de academicismo: los honrados camareros no son de escuela sino de experiencia. ¿Quién no se enternece con Emilio, cuya estela sobrevuela las mesas para que todos sepamos que el tiempo se ha detenido de golpe? O con su compañero, que no se cansa de decir que La Tierra, funciona aún, que no es poco. Todos los relojes del local se han parado, y mi reloj de muñeca tan sólo reanuda su ciclo cuando salgo a la calle y camino de nuevo hacia el Resto de Ciutat.

(Diario de Algún Otro, 2)

lunes, 29 de diciembre de 2014

La papelería Minerva

Esta mañana mis hijas no han encontrado lo que buscaban: un papel que tenían en la mente, con unas características concretas: el tacto, el peso, el color. No, en los grandes almacenes no lo tenían, aunque quizás no existiera. ¿Cómo que no? Ha de existir, y es bien seguro que nos aguarda en la papelería Minerva.
Así que por la tarde hemos ido a la papelería, en donde nos ha atendido Natividad con su eficacia de siempre: el papel buscado estaba allí, por supuesto, en uno de sus ordenados y limpios estantes. Por algo Minerva es la diosa de la sabiduría y patrona de los artesanos, porque hay mucha sabiduría en el comerciante que sabe lo que ofrece, y que al ofrecerlo atiende a una necesidad que a veces es difícil de satisfacer en los establecimientos grandes, que parece que lo han de tener todo y que, sin embargo, están llenos de carencias. Cuando salíamos nos ha dicho que a partir de día 1 de 2015 se jubila, que ya le ha llegado la hora de descansar, después de tantos años. A mí me ha sobrevenido un golpe de malancolía al escucharla, porque a partir de ahora ya no sé dónde le voy a decir a mis hijas que vayan a comprar este tipo de papel que está en su mente, y que se hace realidad en la papelería Minerva. Después, al anochecer, al cruzar la calle unas manzanas más arriba, he girado la cabeza hacia la esquina en la que se ve el rótulo iluminado de la papelería Minerva. Y he seguido caminando, como si hubiera dejado algo atrás que ya no se puede recuperar. Cuánta vida hay en las ciudades que se desvanece de pronto como si un suspiro se la llevara.

Motivo: jubilación de Natividad, la propietaria de la papelería Minerva, Palma de Mallorca

domingo, 28 de diciembre de 2014

Aians (1)

Miro el fuego en el hogar de la casa, el humo que asciende por la chimenea, los cimientos de la experiencia que se ha de sostener a sí misma con el tiempo. Un libro en las manos que quiere precisamente elaborar ese gesto solemne de entender cómo el tiempo se ha de agitar dentro de cada uno para ser celebrado, o vapuleado. Leo Aians, que es el nombre de un pueblo imaginado, aunque los rincones se agigantan en la literatura, porque los detalles de la atmósfera se dilatan y parecen abrirse a otros pueblos quizás reales del todo (aunque qué diferencia puede haber entre lo real y lo imaginario, sobre todo si tenemos en cuenta que no hay un umbral preciso entre lo uno y lo otro) porque Jaume ha debido de  recoger su esencia en las mismas fuentes de la memoria, que no distingue entre recuerdos e imaginación. Quizás ya he encontrado mi personaje, Pau Nard, cuyos gestos no se desvanecen cuando leo sino que se reconocen como propios, como si los espiara dentro de mí, inquisitivamente.

Motivo: Lectura de Aians, de Jaume Ferrer Sancho  

Por los lugares conocidos de Javier Marías

Me adentro en la novela de Javier Marías para enfrentarme de nuevo a una manera familiar de mirar el Mundo. Porque las novelas de JM son conversaciones muy bien elaboradas con cada lector, y nos transmite su atmósfera de divagación sobre sus obsesiones: más ensayo que narración, no sólo al comenzar la novela, sino después, al avanzar y empezar a conocer a los personajes. ¿O un solo personaje ramificado en sucesivas transformaciones del autor? La dicción de los protagonistas es la misma que la del narrador, y los avezados en su prosa reconocemos esta particular manera de decir y de pensar. Dar vueltas y vueltas a lo que no se puede expresar de otra manera: una espiral que va ampliando su radio de acción a partir de un punto inicial, que acaba por hacérsenos invisible, o muy lejano, o irreconocible. La parte II, la noche entera de (don) Eduardo y Beatriz, esa entrecortada relación llena de grietas y de firmamento bajo: un estímulo para dilucidar sobre la realidad de la parejas contemporáneas, si es que se puede hacer algo para aclarar este asunto tan enrevesado. Suelo ponerles título a los fragmentos, y así soy capaz de recordar mejor lo que con frecuencia es demasiado alambicado, esas figuras geométricas que se me aparecen al ir leyendo y que se transforman en laberinto, desde la espiral inicial. Seguiré en este fin de año por las veredas de 'Así empieza lo malo'.

Motivo. 'Así empieza lo malo' de Javier Marías

viernes, 26 de diciembre de 2014

La ciudad, de noche

Camino por la ciudad como si formara parte de ella, como un animal enjaulado que se ha escapado del circo, a la búsqueda de alguna protección ilusoria. Un gesto de alguien desconocido es un gesto agrio, o fugaz, en seguida olvidado. Saboreo esta forma de experiencia para explicarme las circunstancias de la noche, que no se pueden confundir con una búsqueda convencional, más o menos acotada entre los márgenes de la realidad. No soy capaz de agriarme el pensamiento inmotivadamente, claro que no. No soy más humano porque me acojan los duendes de mi ciudad, tan tontos y tan grises. En los destartalados rincones en donde la mirada de los otros surge para buscar una complicidad, parece que se recoge mi memoria, que desea formar parte no sólo de mí, sino de Todo.

(Diario de Algún Otro, 1)

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Navidades para pensar en lo que nos rodea

Hay que volverse sobre sí mismo para reconocerse. Uno empieza a saber algo, pero sólo al acercarnos de puntillas: como ocurre con las partículas elementales, el conocimiento de una variable determinada es incompatible con el conocimiento de su complementaria. Regresamos de un año más corto que otros, y en el horizonte se vislumbran fechas cuyo contenido no se puede prever. Para mí, 2014 ha sido el año de Platero y yo, y cualquier acontecimiento me ha llevado a vislumbrar, tan sólo a vislumbrar, otros mensajes. Por desgracia, sé que la estética de estos tiempos no se puede comprender sin una ética estricta: hay demasiadas colas de necesitados, y demasiados ciudadanos que abren las tapas de los contenedores no para echar una bolsa, sino para buscar una manzana.

martes, 2 de diciembre de 2014

Mark Strand

''En un campo
yo soy la ausencia
de campo.
Donde sea que esté
yo soy lo que falta.
Cuando camino
parto el aire
y siempre
el aire ingresa
a llenar los espacios
donde ha estado mi cuerpo.
Todos tenemos
razones
para movernos.
Yo me muevo
para dejar las cosas intactas''

Mi hija me envía este poema de Mark Stand (1934-2014). Su aparente sencillez nos empuja a buscar varias ramificaciones de posibles complejidades, como si desde su centro salieran caminos en direcciones distintas. Así debe ser un texto: el lector ha de explorarlo, con sus propios medios, sin pedirle consejo a nadie.
Miro una fotografía de Mark Strand, de 2010, en Nueva York. Tiene las manos enlazadas, una sonrisa amable, la sensatez de quien está a la espera de algo sin preocupación excesiva. El mundo es así, parece decirnos, pero no es tan simple, y mis poemas expresan esta desconcertante contradicción.

Motivo: Pequeño homenaje a Mark Strand, que ha muerto en Brooklyn hace unos días. El poema es del libro Durmiendo con un ojo abierto.



lunes, 1 de diciembre de 2014

Sebastiao Salgado

¿Es la fotografía capaz de mostrar la belleza allí donde no la hay? Al parecer Sebastiao Salgado fue criticado por mostrar imágenes de gran belleza tomadas en situaciones que en la realidad son profundamente dolorosas. Las críticas procedían, al parecer, de Susan Sontag, que es una de las teóricas más lúcidas que ha tenido la fotografía hasta ahora. Ayer vi la película 'La sal de la tierra', en la que se cuenta la vida del fotógrafo. Muchas de las fotografías que ha tomado Salgado a lo largo de su vida son, en efecto, muy bellas, y el asunto de que tratan tiene mucho que ver con la desolación de las tragedias que asolan a la humanidad: guerras, éxodos, calamidades y destrucción. A mí no me pareció que la belleza de las imágenes contradiga la verdad de lo que muestran. Mas bien al contrario: la reafirman a través de la luz que desprenden. La belleza de una imagen no tiene por qué ocultar a nuestros ojos el horror de lo que muestra. Pero como todo, debe de haber unos límites, y Sebastiao Salgado los conoce muy bien. No es un fótógrafo voraz, sino un paciente observador gracias al cual sabemos algo que sin su trabajo seríamos incapaces de comprender del todo. Los buscadores de oro, por ejemplo: el impresionante ajetreo de una mina inmensa repleta de personas humanas que quieren enriquecerse: Salgado reflexiona sobre la ambición de los hombres, y nos ayuda a entender cómo avanzamos en este tiempo controvertido en el que vivimos. Y sobre la belleza de las fotografías habría que añadir algo que me parece evidente, pero sobre lo cual habría que pensar con detenimiento al mirar: una imagen bien resuelta técnicamente no puede ser calificada sólo como hermosa. Ofrece mucho más.

Motivo: 'La sal de la tierra', de Wim Wenders, Juliano Ribeiro Salgado

domingo, 30 de noviembre de 2014

James Gralton

James Gralton es el líder de una comunidad que se enfrenta a la injusticia. Sin violencia alguna, tan sólo con la determinación de quien sabe que hay que avanzar con esperanza para lograr un mundo mejor. ¿La complejidad actual invalida la actualidad del mensaje? No, de ninguna manera. Cuando defiende a una familia que va a ser desahuciada, se dirige a los que se habían congregado delante de la casa para decir en un breve discurso algo que podría ser de aplicación directa ahora mismo en cualquier parlamento. Ken Loach es el veterano director que nunca ceja en su empeño de transmitir esperanza. No se contenta con aceptar la situación a la que nos ha abocado la crisis. Persevera en su cine de ideas, pero va más allá, con sus poderosas imágenes que parecen hablar por sí mismas. Avanza la multitud, con Jimmy al frente, y recordamos el célebre cuadro de Genovés, y la imaginación se abre camino para enlazar con una posibilidad real de cambio. Entonces, en los años 30, los que esperaban al otro lado eran los terratenientes y la iglesia. Ahora, ya no: hay otros, no tan visibles como aquéllos, pero igualmente reales. El mundo es más complejo, pero los problemas son los mismos.

Motivo: Jimmy's Hall, de Ken Loach

sábado, 29 de noviembre de 2014

Dibujar con un palito de madera

Cualquier pueblo es un montón de historias incompletas. Nos las contamos, sentados a la mesa de la cocina de Rosa y Jaume, tan acogedora, mientras afuera es de noche y llueve mansamente. Mis historias son sólo esqueletos pendientes de un cuerpo que los complete, y Rafel, que ahora vive en el pueblo, las rellena con lo esencial. Ahora ya todo se explica, todo tiene su curso en una maraña de acontecimientos que desvelan lo que estaba oculto. Nada es como quisiéramos, y los recuerdos se desvanecen en nostalgia, y esto nos lleva a una situación insostenible, porque los hechos son los hechos, y la poesía debe de ser fiel al espejo en el que nos hemos de mirar con valor, y libertad. Un espejo en el que se reflejan las arrugas y las convicciones y los meandros de las claudicaciones sucesivas. ¿Raymond Carver en vez de Juan Ramón Jiménez? Quizás, pero no siempre. La verdad no es fea ni hermosa, sino compleja: el comportamiento de las personas humanas casi no se puede expresar sin un componente de infinita comprensión, y aún así no es suficiente. Qué queda de aquel niño que jugaba con nosotros; que buscaba caracoles en el corral de su casa y dibujaba mundos imaginarios con un palito de madera sobre la arena de la cuneta acumulada después de la tormenta. No había alcantarillas, y aquella arena que arrastraba la lluvia era un tesoro, un lienzo en blanco para tejer en él los mundos invisibles que había más allá de las montañas y del mar. ¿Dónde está la vida verdadera? ¿En la nostalgia que nos invade en la madurez o en la desmitificación de los recuerdos? ¿O en un todo multiforme que se desvanece en las sombras, mientras cada uno de nosotros se agarra con fuerza a esta madera que flota en la memoria y a la que podemos agarrarnos y que así, no por milagro sino por la fuerza de la voluntad, nos salva?
    

jueves, 27 de noviembre de 2014

Antes del empezar un viaje

Después de leer las noticias del día, que rezuman repetición y hastío, aún con el café en la mano, abro de nuevo el libro de Juan Ramón Jiménez, que cuenta su viaje de Cádiz a Nueva York, su estancia en América y su regreso. No cuenta lo que observa, sino el eco de lo que su mirada le devuelve, la reflexión de su curiosidad, y de sus gestos. En poesía, hace lo que Joaquín Sorolla en pintura, al que dedica uno de los últimos poemas -Llegada ideal- de la primera parte del libro. En estos días hay una exposición de Sorolla en Caixafórum de Palma, y uno puede sumergirse en esa celebración de los colores azules que es su pintura, y que a mí antaño me resultaba cansina, como la poesía de JRJ, y sin embargo ahora me suscita sensaciones nuevas, aligeradas del peso de  la originalidad, que en la juventud se busca como si fuera el indicio de lo verdadero. La sencillez a la que llegan los dos es un camino difícil de transitar, porque requiere mucho esfuerzo mental, e insistencia. Antes de empezar el viaje, en Madrid, JRJ escribe: ¡Qué cerca ya del alma / lo que está tan inmensamente lejos / de las manos aún!

Motivo: 'Diario de un poeta recién casado' JRJ
Pensamientos: Intentar ser original tan sólo para desmarcarse de los otros tiene la dificultad añadida de repetir lo ya dicho, o lo superado, o lo que se ha demostrado ineficaz, y que por lo tanto ya se sabe que no sirve. Por ejemplo, a mi entender, el proyecto económico de Podemos. Una crítica a ese proyecto está expuesta con fundamento por el economista José Carlos Díez en El País de hoy. No deja de ser curioso que a veces la poesía nos pueda servir para interpretar aspectos que parecen a priori tangenciales a su mundo. Ah, pero ya lo sabíamos: sólo hay un mundo, complejo y esquivo, hermoso a veces, pero desgraciadamente fugaz para cada uno de nosotros.

Juan Ramón Jiménez

Tengo una deuda pendiente con Juan Ramón Jiménez. Antaño, su poesía me parecía alejada de la realidad que yo buscaba en un texto: la identificación con un pensamiento, o con una idea, o con una vibración interior, algo reconocible. En suma, algo carnal, sin la elevación casi espiritual a que me conducían los poemas de JRJ. Y sin embargo, con el tiempo, noto que recibo el don de un deleite que antes me era vedado -por mi incapacidad, sin duda, y por mis limitaciones-. La experiencia, por fortuna, permite atisbar los seres que la niebla oculta. Mi reencuentro con Platero y yo, que era lectura obligada en mi infancia, me sirve para mirar con la imaginación, más que con los ojos. Y en Diario de un poeta recién casado, que hasta hoy había descansado en la biblioteca, los textos que dedica a New York están muy alejados de los poemas de Lorca en Poeta en Nueva York, y sin embargo son absorbentes, y certeros, y, bien leídos, nos abren puertas, y ventanas, y me dan el conocimiento que entonces no captaba. Leo La casa colonial: "Se ha quedado sola en Riverside Drive, pequeña y sola, como un viejecito limpio entre las enormes casas pretenciosas y feas en que la han encerrado. Parece una camisilla que se le ha quedado chica a la ciudad. Nadie la quiere. En su puerta dice: To let. Y el viento alegre viene a jugar de vez en cuando con el cartel para que no se aburra..." Lo que antaño me parecía cursi ahora me ayuda a sentir mejor lo que hay en mi mundo.

Motivo: Fragmento del poema 'La casa colonial' de JRJ

domingo, 2 de noviembre de 2014

El acordeonista

Después de cruzar la calle ya oigo la música. El intérprete es un hombre de edad indeterminada, pero al verlo de cerca no parece tan viejo como había supuesto. Su tez curtida debe de ser el resultado de los los muchos bandazos que habrá dado hasta llegar aquí. Y aquí está, con su acordeón, expuesto al azar de las monedas que puedan ir depositando los vecinos en el cuenco de mimbre. Su música se expande como si fuera un reclamo, y oímos esas melodías de azúcar agrio que aturden el entendimiento, como un vapor que se adentra en el cuerpo y llega inevitablemente a la conciencia. Cómo adjetivar lo que conmueve. El músico solitario nos susurra confidencias al oído, y buscamos refugio en nuestra inocencia residual sin saber responder a esta agitación involuntaria. Entro en el supermercado, leo las portadas de los periódicos que no se han vendido, hablo con un vecino con quien coincido en la caja, y al salir compruebo que la música del acordeón solitario es un destierro emocional cuyo eco se puede oír aún por la noche. 

Motivo: Los acordeonistas de Ciutat, en estos últimos años

Giacometti en un café del distrito 14 de París

Me gusta abrir al azar el libro de fotografías de Robert Doisneau y mirar las imágenes que parece que se dejan llevar por el tiempo. Hoy me detengo ante el retrato de Giacometti, sentado a la mesa de un café de París. Apoya la mano izquierda en su cara, el pitillo entre los dedos, la mirada fija en algo indefinido pero atenta, como si escarbara en sí mismo o estuviera diseñando mentalmente una de sus estupendas visiones de los hombres que caminan. Está sentado, con el abrigo puesto, el paquete de tabaco Pall Mall y el periódico al alcance de su mano izquierda, que sostiene algo y que no logro distinguir lo que es: quizás una caja de cerillas. En un plato hay terrones de azúcar, y la taza está ya casi vacía. Al fondo hay un parroquiano con sombrero acodado a la barra, en penumbra, porque la luz procede de la cara de Giacometti, y de la mesa, en la que la taza, los terrones de azúcar y el periódico atraen como un imán, aunque con mucha suavidad, porque en las imágenes de Robert Doisneau no hay nada que chirríe: los objetos y las personas se disponen a llamarnos la atención desde una humildad que nos predispone a la comprensión y al silencioso ensimismamiento. Me imagino a Giacometti saliendo del bar y caminando por las calles de París y escuchando sus pasos sobre la acera. Y dejando atrás edificios melancólicos como Au Bon Coin.

Motivo: Giacometti en un café del distrito 14 de París, 1958
              Au Bon Coin, 1945
              Fotografías de Robert Doisneau
             

sábado, 1 de noviembre de 2014

Todos los Santos

Desde Son Cotoner el aspecto de Ciutat es un destartalado proyecto de ciudad que se agota en sí mismo. Lo mejor es el cielo, que se ofrece desde la Serra de Tramuntana como el contrapunto del desorden. Las jacarandas de la acera ofrecen su porte más transparente. Son árboles que no veremos de verdad hasta que florezcan en la próxima primavera. Por la otra acera un hombre empuja una carretilla, y encima de una farola hay dos gaviotas. Al llegar a la rotonda no miro el torrente de Sa Riera, sino el campamento improvisado en donde la miseria acumula algunas verdades que no debemos olvidar. Mucha gente llega con un ramo de flores, la ofrenda de hoy a nuestros antepasados. Por la tarde el cementerio se habrá convertido en un enorme depósito de flores que se marchitarán, como un símbolo de la vida que pasa y deja un aroma que se va desvaneciendo poco a poco. Decido subir por la calle lateral con la intención de huir del ruido de los coches. Sobre la tapia hay unas hierbas y una pequeña cúpula, pero sobre todo nubes blancas estáticas que dan belleza a esta pequeña ciudad de los recuerdos. Hay una puerta abierta, más arriba, a través de la cual veo un territorio de cruces y fotografías. Me fijo en el retrato de un hombre que murió a los 32 años, y cuyo nombre, Jaime Juan, me resulta familiar. Por detrás, al fondo, retazos de Ciutat que se disuelven, Son Moix y las montañas. Hay árboles, macetas, flores ya mustias. A la derecha aparece a media distancia el velódromo innecesario rodeado de hierbajos. Miro a través de la alambrada oxidada, que no es más que una guinda pobre para tanto dinero inútil. Ahora camino entre dos tapias altas. Por encima de la de la derecha hay árboles que aún no anuncian el otoño, y unos metros más adelante el cementerio me ofrece otra puerta abierta. Hay un ciprés, unos contenedores, y unas lápidas sin restos de flores que me llaman la atención. Leo algunas: In loving memory of Major John Theodore Harley; Aage Moldrup (1906-1961); Edmund Harmon Wright (Philadelphia 1895-Palma 1962); Mildred Lancaster Wright (New York 1897-Palma 1964). Debo seguir porque se me hace tarde. Cerca de Carrefour, en el cruce con General Riera, hay un grupo de hombres que agotan su tiempo sentados en el suelo, a espaldas de un futuro digno, agotados por la crisis y por su dura realidad. Cuando caminas por la ciudad, hay que mirarlo todo, porque lo que se nos ofrece existe en cada uno de nosotros, infatigablemente.

viernes, 31 de octubre de 2014

Maneras de tomar apuntes

En el Instituto, durante el bachillerato, había que tomar apuntes y pasarlos a limpio todos los días. Recuerdo las clases de Álvaro Santamaría, el profesor de Historia del Arte. Hablaba como si diera una conferencia mientras andaba por el aula, y nosotros teníamos que transcribir lo que decía y luego, en casa, pasarlo a limpio. Al rehacer en casa el texto, las dudas acerca de lo que había oído se revelaban en el papel por una frase escrita a medias, porque no me había dado tiempo, o por una tachadura, pero no me resultaba difícil rememorar las circunstancias concretas del instante en que don Álvaro había pronunciado aquellas palabras que en principio se me escapaban: el profesor había carraspeado, o había hecho una observación lateral, o había cambiado el tono de voz, y ese recuerdo me permitía rellenar el vacío. Naturalmente, tenía que pasarlo a limpio cuanto antes, porque los beneficios del recuerdo se podían diluir si dejaba el trabajo para dos días después en vez de hacerlo el mismo día, nada más llegar a casa. La escritura a mano permite una aproximación llena de matices a lo que se ha escuchado durante una clase: hay muchas pistas que relacionan lo escrito con lo oído, debido a la particularidad de cada línea –todas distintas- y a la cantidad de información que relaciona las notas tomadas a mano con las circunstancias en que el profesor iba explicando en voz alta o anotando en la pizarra. ¿Es todo muy sutil, y quizás sólo es aplicable a los que a causa de la edad fuimos educados sólo con papel y lápiz? ¿Es una experiencia subjetiva, sin más? No, por supuesto que no: la Universidad de Princenton ha hecho un estudio comparativo sobre las ventajas e inconvenientes de tomar apuntes en un ordenador, o hacerlo mediante la escritura con papel y lápiz, y las conclusiones son muy interesantes, porque revelan más o menos lo que mi generación vivió en su infancia y adolescencia, cuando estudiábamos en el Instituto. El entendimiento y la memoria se ejercitan mejor si tomamos apuntes con papel y lápiz. Esto no equivale a dar la espalda a las nuevas tecnologías: el antiguo papel y lápiz sería equivalente a escribir a mano en tabletas, por ejemplo. ¿Es posible que la comunidad educativa acepte estas observaciones sobre la educación? 

domingo, 26 de octubre de 2014

Los datos del partido de fútbol Real Madrid - Barcelona de ayer

Por supuesto: los datos no hablan por sí solos. En una entrevista, Roberto Rigobon dice que "tener más datos no quiere decir que haya mejor información. Los datos son como los criminales: puedes hacerles confesar, pero no siempre te van a dar la información que tú quieres". Siempre he recordado que eso nos lo explicó muy bien el profesor de Sistemas de Comunicación, hace ya muchos años. Puedes tener muchos datos pero poca información, porque los datos necesitan ser interpretados. Y esto se puede aplicar a muchos aspectos de la vida, no sólo a datos de variables económicas o sociológicas. Qué maravillosa interpretación realizó Kepler de las observaciones meticulosas de Tycho Brahe acerca del Universo entonces conocido. Quizás no pueda llamárseles 'datos' a secas, a las observaciones de Tycho Brahe. porque de ellos surgió una teoría muy profunda que nos permite entender de forma más o menos compleja el movimiento de los astros. Ahora estamos acostumbrados a que se publiquen todo tipo de datos acerca de cualquier suceso o acontecimiento. Y con frecuencia esta proliferación de datos no redunda más que en una creciente confusión, a medida que los que deberían de interpretarlos no hacen más que arrimar el ascua a su sardina. Quizás la interpretación sólo es certera a posteriori, cuando el acontecimiento ya se ha producido, como en un partido de fútbol. Por ejemplo, el de ayer, entre el Real Madrid y el Barcelona. El Real ganó con autoridad y buen juego, según los periodistas deportivos, pero esta deducción no es tan evidente a partir de los datos de la estadística del partido. El Barcelona, a pesar de perder, centró más al área contraria (27 centros por 18 del Real Madrid), y dio más pases que el Real Madrid: 630, por 480 del Real Madrid, de los cuales fueron buenos 539, por 398 del Real Madrid. El Real Madrid recuperó más el balón, aunque no significativamente (69 por 64), y en cuanto a pérdidas y regates se quedaron casi a la par (uno más el Real Madrid). La diferencia está en los remates a puerta. De 6, el Real Madrid marcó 3 goles, y de 5, el Barcelona sólo 1. Y ésa es la esencia del partido: los goles, cuya ejecución depende no sólo del buen juego, sino de la buena o mala suerte (un poco diferente del mero azar, sin duda, porque la suerte sólo va asociada a la habilidad, y a saber hacer bien lo que es difícil). Ganó el Real Madrid porque jugó mejor, dicen las crónicas, y todos lo vimos. Pero fueron tan bellos el gol del Barcelona como el tercero del Real Madrid, y los otros dos poco tienen que ver con el buen juego: un error defensivo y un remate de cabeza. ¡Ah, los datos! Uno puede hablar y hablar acerca de ellos, pero lo que importa es la interpretación, que a veces se oculta a la frialdad de las cifras y de los porcentajes. Lo decisivo fue ayer la parada de Casillas a Messi, y el juego fino y siempre alerta de Benzema.

Motivos:
-Entrevista a Roberto Rigobon, publicada en El País de hoy, Profesor en el Centro Sloan de Administración de Empresas del MIT
-Real Madrid 3 Barcelona 1, partido de fútbol disputado ayer.

viernes, 24 de octubre de 2014

Para qué puede servir la paga extra

'Dos días, una noche': los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne son los directores de esta película sobre la solidaridad, que es lo que queda en la memoria inmediata al salir del cine. De los 16 compañeros de trabajo, 8 apoyan a la protagonista, y 8 no. Durante dos días recorre las calles de su ciudad yendo y viniendo de su casa a la casa de sus compañeros de trabajo. ¿Le apoyarán en la votación del lunes? Para apoyarla, han de renunciar a su paga extraordinaria, y así la empresa la va a readmitir. ¿Cómo se puede convencer a alguien a renunciar a los 1000 euros de la paga extraordinaria? La película no presiona al espectador acongojado: no hay valoraciones morales sobre los motivos de cada uno de los que han de decidirse en un sentido u otro. Asistimos a justificaciones más o menos egoístas, a rectificaciones, a una explosión sentimental, al valor y a la cobardía, al estímulo de las conciencias. Sandra cruza las calles, pulsa el timbre de las viviendas de sus compañeros, los escucha y ellos la escuchan a ella, todos aturdidos porque los papeles se pueden cambiar en un futuro inmediato (quién sabe si dentro de poco, quién sabe) hasta la conversación final con el dueño de la empresa, en donde acaba la historia con una demostración del valor de la protagonista, que se salva y los salva a todos. La vemos andar de manera decidida, por las mismas calles del fin de semana, pero ahora ya  sabe que puede continuar para empezar de nuevo, y que el duro periplo ha servido para aumentar su confianza en ella misma y en los demás.

Motivo: 'Dos días, una noche', de los hermanos Dardenne, con Marion Cotillard, Fabrizio Rongione.

Martín Chirino

Miro con fervor un documental sobre el escultor Martín Chirino, que al hablar parece que nos transmite su manera de mirar el mundo y las múltiples variaciones que se pueden dar al interpretarlo. Sus esculturas arrancan de su experiencia en el astillero en el que trabajaba su padre. Las grandes formas, la utilidad de los instrumentos de trabajo, la precisión de las piezas labradas, e incluso la música tan especial que él oía: de ahí viene la hélice, el origen de su trabajo a lo largo de tantos años dedicados a ese arte de vigor y de ternura, porque el hierro tiene esta suma de aparentes contrarios que se refuerzan y se complementan. La hélice, dice Martín Chirino, es el origen, un origen que se dirige al infinito. Me ha parecido una bella definición de la vida, o así la he interpretado: un origen que se proyecta hacia un infinito desconocido. Saber se queda en un intento, pero nunca es en vano, y algunos seres humanos se afanan con tesón para acariciarlo. No me importa, dice Martín Chirino, que mis esculturas sean considerados objetos; al fin y al cabo vienen a ser símbolos de lo útil. Y ahora se quedan en mi memoria algunas imágenes no efímeras, como el Museo al aire libre de La Castellana de Madrid, en el que hay una pieza coloreada del escultor. Se titula Mediterránea, la interpretación del mar Mediterráneo realizada por un artista del Océano. Al llegar a casa, esta noche, en lugar de sintonizar un canal de noticias me he quedado con un documental sobre el gran escultor. Cuánto he ganado, sin proponérmelo.

lunes, 20 de octubre de 2014

Barcelona, entonces

Dos mujeres acarrean cada una de ellas dos cubos de agua en las barracas de Montjuïc. Unos niños juegan en el barrio del Carmel. Son dos de las fotografías tomadas a finales de los 60 y a principios de los 70 por Sergio Dahò, y al mirarlas no doy crédito a mi memoria: en 1970 viajé por primera vez a Barcelona para empezar mis estudios en la Universidad Central. En la que entonces era sin duda la ciudad más moderna de España había barrios en los que sus habitantes vivían con grandes dificultades materiales. Al parecer, hay personas que han acudido a la exposición y han ayudado a localizar el lugar en donde se realizaron algunas fotografías. Qué función tan esencial la de la fotografía, que nos devuelve al pasado para explicarnos el presente: en donde había calles que empezaban a llenarse de edificaciones incontroladas, ahora hay avenidas y modernas urbanizaciones, y nuestra mirada se ha de quedar por fuerza sorprendida. ¿El presente necesita del futuro para ser explicado? ¿Alguno de los niños de la fotografía del Carmel acudirá a la exposición y se reconocerá?

Motivo: Fotografías de Sergio Dahò que se exponen en Barcelona

Platero y yo

Abro Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez, y en vez de leer parece que miro a Platero, pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. Leí alguno de sus capítulos hace 50 años, cuando era un niño de pueblo que vivía rodeado de Plateros, pero aún así no los veía: el Platero de los hermanos zapateros, el del pintor Pedro Sureda, el de mi abuelos paternos, que vivió más allá de mi infancia. Yo no los veía, y quizás por eso me hacía eco de lo que decían algunos mayores: es un libro para niños...Pero ahora, tantos años después, compruebo con estupor que no es un libro para niños, o no tan sólo, porque abarca miradas de cualquier edad, y quizás, y quizás sobre todo, una mirada de adulto, o de adulto que mira a la vez con ojos de niño y con ojos de adulto. Cómo avanza Platero por el prado, cómo se entretiene con las flores y ayuda a que miremos con delectación lo que es aparentemente simple y es, sin embargo, complejo. La memoria nos devuelve a las sensaciones primeras, y nos realimentamos con la luz de entonces para escarbar otra vez en aquello tan vivo aún, tan dentro de nuestra sensibilidad. Platero y yo, leído 100 años después de ser publicado, puede ser un estímulo para gozar del lenguaje...y de la vida vivida.

miércoles, 15 de octubre de 2014

El padre de Luis Landero

Las huellas que nos dejan nuestros padres permanecen en nuestra memoria como si estuvieran agazapadas, a la espera de que vayan saliendo a flote para enseñarnos lo esencial de la vida. Luis Landero ha publicado una novela sobre su padre, que voy a leer cuanto antes. Se titula 'El bosque en invierno'. Transcribo un fragmento de la entrevista que publica el periódico de hoy: " Me gustaría que fuera real. Fue tanta la frustración, lo que yo le decepcioné, tantas las ofensas que le hice...Recuerdo gestos suyos de cariño; tenía pocos, no sabía manifestarlo...Sacaba su pañuelo de hierbas, me limpiaba los mocos y me decía: Mira en la chaqueta. Y me había traído unos cacahuetes, esas pequeñas cosas". Lo leo como si estuviera contando un episodio de mi vida, eso que está ahí, a la espera de brotar, como una flor dormida, y que de repente surge de un estímulo imprevisto, pero cierto.  Miro el retrato de Luis Landero que acompaña la entrevista. Está sentado, la mano izquierda se apoya en el mentón, el codo sobre la mesa, la mirada fija en algo que no vemos, y la mano derecha sobre el muslo, mientras releo lo anterior, Recuerdo gestos suyos de cariño, y surge mi padre, casi de la nada, quizás algún día cuando alguien llame a la puerta y sea él.

Motivo: Entrevista a Luis Landero, El País de hoy. Fotografía de Samuel Sánchez.

lunes, 13 de octubre de 2014

Un niño monta en bicicleta entre ruinas

Un niño monta en bicicleta entre las ruinas de Gaza. Miro detenidamente la fotografía de Mohammed Salem, que es un lamento por los bombardeos que destruyen ciudades y dejan edificios en ruinas y barrios recordados por entre los cuales un niño va en bicicleta, como si intentara descubrir algo, o como si avanzara entre lo que ha quedado de su ciudad para asimilar brutalmente que las palabras se pierden en la nada, que todo lo que se le ofrece es una vida sin futuro, porque otros, los mayores, viven agazapados con sus odios y sus ruinas interiores. El niño conduce la bicicleta entre ruinas, y las ruinas lo rodean, edificios caídos y cables que no están conectados a nada: la nada y la nada, pero no la nada de la que va a surgir algo, por lo menos no ahora mismo. El niño que va en bicicleta por una calle inexistente parece que va a la búsqueda de algo, como si la bicicleta hubiera sobrevivido de milagro y fuese ahora un objeto valiosísimo. Hay otro niño detrás de él, mirándolo como los lectores del periódico miramos la fotografía, pero desde dentro, en donde están los que padecen y miran y saben que el dolor permanece cuando el futuro se estanca en la mesas de los desacuerdos de los gobiernos y de las organizaciones. Cómo deseo que crezca este niño de la bicicleta, y el niño que está detrás de él, el de la camiseta roja, y que al crecer puedan hacerlo sin empuñar armas, porque ya no sea necesario. Y con la única bandera del ser humano libre, y sonriente, y que la bicicleta sea una bicicleta entre prados iluminados por una luz hermosa.

Motivo: Fotografía 'Un niño monta en bicicleta en las ruinas de Gaza, en septiembre', de Mohammed Salem (Reuters)

domingo, 12 de octubre de 2014

El Universo plano

Qué placer poder comunicarnos mediante la lectura con los autores de los libros. En la infancia sólo utilizaba la memoria, los ríos y las ciudades de España y de Europa y de América y de Asia y de Australia. Qué fuerza poderosa de la imaginación me impulsaba a hacerme una idea del Mississipi, del Amazonas, del Nilo, del Sena, del Danubio, del Yenisei. Nueva York era casi de otro planeta. Poco a poco a lo largo de la vida la memoria cede el paso a la comprensión, o por lo menos lo intenta, aunque haya que esforzarse mucho para imaginar lo inconcebible. ¿Cómo puedo concebir un universo plano si siempre me lo había imaginado esférico, las galaxias expandiéndose sobre su superficie? El Universo plano me devuelve al horizonte de la infancia, con abismos que agobian el entendimiento y me someten a un escarceo con mi falta de aptitud, seguramente, para entender lo que leo esforzadamente.Y sin embargo qué placer este acercamiento a lo que no sé, a lo que quizás no entenderé nunca del todo.

Motivo: Lectura de  'Un Universo de la nada', de Lawrence M. Krauss.

sábado, 11 de octubre de 2014

Miguel

Saber lo que ocurre a nuestro alrededor, ser capaces de establecer relaciones de causa a efecto: a veces es suficiente un paseo por el barrio en que vivimos para conocernos mejor a nosotros mismos a partir de lo que vemos en los demás. Una mujer me llama por detrás. Miguel. Yo estoy esperando en el paso de peatones, y me giro y la veo. A su lado está su marido. Me cruzo a veces con ellos por la calle, y sin embargo no creo recordar que hayamos hablado casi nunca, por lo menos con la intención de dirigirnos el habla mutuamente. Miguel. Y al girarme y fijarme en su expresión me parece que se ha dirigido a mí con un trasfondo de ternura. No recuerdo su nombre, ni el de su marido, aunque puedo saberlo, por lo menos el de él, porque aparece en el listado de los gastos de la comunidad. Cuando por la calle alguien te llama por tu nombre lo agradeces casi sin darte cuenta, y la ciudad se convierte en un lugar más cálido de lo que, mezquinamente, habías supuesto. La mujer que me ha llamado Miguel es muy amable conmigo, y la despedida me conmueve, mientras su marido no osa hablar, -cualquier encuentro fortuito puede ser embarazoso- pero también me conmueve a pesar de su silencio. Avanzo hacia mi portal sin importunar más a mi conciencia, dispuesto a seguir hacia el ascensor. Y justo entonces decido subir a pie, y mientras subo la escalera lentamente aún escucho el eco de la palabra que alguien puede usar para dirigirse a mí en un paso de peatones. Miguel.

Teresa Romero

Leo el periódico, y enseguida me detengo en la foto de la portada. Vemos una ventana de la sexta planta del Hospital Carlos III, en donde está Teresa Romero, y debajo otra ventana, de la planta quinta, en la que Javier Limón, esposo de Teresa, acodado en el alféizar, mira hacia el exterior. La vida cotidiana de repente se ha convertido en una desazón para todos, porque un virus obliga a varias personas a estar recluidas como medida de precaución en el Hospital Carlos III. No hay constancia de la efectividad de los medicamentos, aunque el Mzab, según leo en un artículo de E.G. Sevillano (El País de hoy), curó completamente a unos monos expuesto a la cepa Zaire. Sin embargo, lo que puede servir para una persona puede que no sea útil para otra, sobre todo si aún no se ha pasado de la fase experimental. Hurgo en mi memoria, a más de 600 quilómetros de distancia de Madrid, y veo el Hospital Carlos III desde el autobús, en aquellos año en que recorría cada día la avenida Sinesio Delgado para ir a trabajar. Parece que lo que recordamos nos abre a la reflexión con más fuerza. La ventanas que ahora veo en esta fotografía se balancean en mi tiempo personal, y siento dentro de mí con una fuerza demoledora una necesidad apremiante de que Teresa derrote a ese virus. Y que África sobreviva con la ayuda de Occidente, porque su supervivencia es imprescindible para el Mundo, y además es una condición necesaria de la nuestra.

Motivo: Fotografía de portada de El País de hoy, de Andrea Comas (Reuters)

Sophie Scholl

Hace unos años, durante una visita a Berlín, conocí la historia de Sophie Scholl, tan breve, tan intensa, tan conmovedora. El pensamiento en libertad exige mucha fortaleza, y cada uno de nosotros empieza a descubrirlo cuando somos conscientes de la complejidad del mundo y de la dificultad que supone enfrentarnos a cualquier problema concreto. El entendimiento de Sophie era de una claridad extraordinaria, y su capacidad para tomar el camino correcto, en contra del entorno hostil, nos sobrecoge y nos alienta. Su fortaleza salta desde el día de su ejecución hasta ahora mismo, y nos trae la rosa blanca de su mirada. Veo la película de Marc Rothemund con la respiración contenida, y cada uno de los gestos de la actriz Julia Jentsch me parece una huella de libertad. Cuánto puede hacer el cine para mostrarnos la cara más esperanzadora del ser humano.

Motivo: 'Sophie Scholl (Los últimos días)', de Marc Rothemund, con Julia Jentsch, Alexander Held, Alemania, 2005

jueves, 9 de octubre de 2014

El violinista Joji Hattori

Ayer, en el concierto de la Sinfónica, el concierto para violín número 1 de Bach me sugirió que la belleza de la música depende de la manera en que los intérpretes son capaces de desprenderse de lo accesorio para centrarse en lo esencial. El solista, Joji Hattori, que además era el director, parecía dejarse llevar con suavidad por la partitura, como si la sensibilidad estuviera en la manos, o como si éstas fueran mensajeras de la emoción. Sólo la música en directo permite descubrir los detalles con que se construye una interpretación. Esa mirada persuasiva, esa manera de colocarse el violín pegado al hombro, ese movimiento de la cabeza que se dispone a concentrarse, esa mirada de compenetración con el violonchelista que justo detrás aprueba con complicidad y satisfacción. Cuántas veces habré oído este concierto, y sin embargo cuánto descubrí ayer, casi sin proponérmelo.

Motivo: Concierto n 1 para violín, de Bach. Orquesta Sinfónica de la Islas Baleares. Solista y director: Joji Hattori.  

martes, 7 de octubre de 2014

Saber esperar

Tengo la sensación de que las personas tienen cada vez más dificultad en saber esperar. Subo al autobús, y observo que la mayoría de jóvenes miran continuamente su teléfono móvil. Lo mismo ocurre en los bares, al tomar café, o en los aeropuertos, o en cualquier sitio. Y me viene a la memoria una fotografía. Una mujer vieja está sentada en la Estación de Atocha de Madrid, en 1957. A sus pies tiene una cesta de mimbre, y sus ojos miran con firmeza. No está adormilada, sino que vive su espera con atención, como si fuera consciente de la importancia de este período de tiempo en que el tren es una esperanza o una aflicción. Quizás regresa a su pueblo; quizás se ha ido de él para siempre. Está sentada en la vieja estación de ferrocarril con todo su cuerpo viviendo el acto de la espera. Hay en ella una concentración de sentimientos que roza la serenidad, y el valor. No es fácil viajar solos en la vejez, y sin embargo ella lo hace, sin autocompasión, con un valor que le viene de lejos, y que ahora transmite a través de su cuerpo. Esta fotografía es más que un recuerdo de otros tiempos. Es una manera de estar en el mundo, que contrasta con la inquietud creciente que observo en los que me rodean, y seguramente en mí mismo, Saber esperar es ahora más difícil.



'Vieja en la Estación de Atocha', 1957,  fotografía de Gabriel Cualladó (1925-2003)

Unos días en Francia

Cambias de país durante unos días y todo cambia: la mirada se enriquece y se alimenta, casi sin darnos cuenta. En Sommières hay una atmósfera de vida concentrada en el mercado de los sábados. Todos los ciudadanos se reúnen para comprar frutas, verduras y queso, y para tomar una copa de vino y unas ostras. La vida en sociedad adquiere su sentido en estas pequeñas alegrías que se nutren de lo esencial: la plácida conversación, el intercambio de gestos, la pasión controlada de vivir con la ilusión de un presente que merece la pena. Al atardecer se escucha el murmullo del Vidourle, ese río que a veces se desborda, pero que suele ofrecer su corriente de agua como un don. Y hay, sin duda, algo de Sommières que merece ser destacado: el cine Venice, un cine de los de antes. Paseando de noche aparece de repente a la derecha del Vidourle, y es un símbolo de este país, de esta Francia en la que aún se combinan serenamente la tradición y la modernidad.

Motivo: Viaje a Sommières, Gard, Francia.

lunes, 29 de septiembre de 2014

Despertarse

Me despierto con el sonido de la lluvia en las persianas. Me levanto y me convenzo de que es cierto. Sí, llueve, no ha sido un sueño. En el acto de despertarse parece que hay siempre una reminiscencia de algo intangible, como si regresáramos de un mundo paralelo. Pero la realidad, aunque su esencia sea tan discutida, nos acoge y nos convence, nos sitúa en su centro mismo: de lo contrario, nos perderíamos en un destartalado escenario de iluminaciones fugaces. Cómo sería la experiencia sin ese asidero de lo real.

sábado, 27 de septiembre de 2014

'En el estanque dorado'

Vi la película  hace más de 30 años, de Mark Rydell, interpretada por Katharine Hepburn y Henry Fonda. Entonces yo era joven, y apenas podía percibir los efectos del tiempo, aunque ya pude vislumbrar, como si mirara a través de la imaginación, un boceto de lo que ayer reconocí en la obra de teatro. Lola Herrera y Héctor Alterio son dos actores que interpretan de forma transparente, como si vivieran frente a nosotros en vez de hacerlo a través de un personaje. La vitalidad de Ethel y la amargura sarcástica de Norman se combinan para mostrarnos la línea de luz entre las sombras de la madurez. Cuál es el sentido de la vida cuando nos asomamos al abismo. Quizás el sentido de la vida es el presente condensado en la memoria, que nos delata y nos define: somos lo que hemos sido, porque ya queda menos, y lo que podemos hacer es ya bien poco. Ahí está Norman, buscando en los anuncios del periódico algún trabajo ocasional que sabe que es irrealizable. O cuando va a buscar fresas al bosque, y ha de regresar corriendo porque es incapaz de identificar lo que ve. La protección que nos da la otra persona se convierte en una prolongación de nuestras posibilidades, y así el final puede ser hermoso, melancólicamente.

'En el estanque dorado' ('On Golden Pond') de Ernest Thompson

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Algunos versos de 'Fragmentos de un evangelio apócrifo'

7. Feliz el que no insiste en tener razón, porque nadie la tiene o todos la tienen.
10. Bienaventurados los que no tienen hambre de justicia, porque saben que nuestra suerte, adversa o piadosa, es obra del azar, que es inescrutable.
11. Bienaventurados los misericordiosos, porque su dicha está en el ejercicio de la misericordia y no en la esperanza de un premio.
12. Los actos de los hombres no merecen ni el fuego ni los cielos.
25. No jures, porque todo juramento es un énfasis.
27. Yo no hablo de venganzas ni de persones; el olvido es la única venganza y el único perdón.
30. No acumules oro en la tierra, porque el oro es padre del ocio, y éste, de la tristeza y del tedio.
34. Busca por el agrado de buscar, no por el de encontrar...
47. Feliz el pobre sin amargura o el rico sin soberbia.
50. Felices los amados y los amantes y los que pueden prescindir del amor.
51. Felices los felices.

(Jorge Luis Borges)

El Ángel de Budapest

 La decidida acción de un hombre salva la vida de 5000 judíos. Al ver la película me siento maravillado, como si hubiera descubierto un halo de luz a través de una rendija: con inteligencia y bondad se puede saltar por encima de la intransigencia y del horror.

Motivo: 'El Ángel de Budapest', película de Luis Oliveros sobre la vida del diplomático español Ángel Sanz Briz, que salvó a 5000 judíos en Budapest.

lunes, 15 de septiembre de 2014

'Es necesario decir adiós a tantas cosas'

'La espesa estructura de los días': la frase se me queda prendida en algún lugar de mi cerebro, y no acierto a saber por qué la he invocado. 'Los días espesos' me sugiere una formación extraña, como un bosque de tiempo que hay que cruzar a la fuerza. Son las maquinaciones del entendimiento,  que a veces me da la sensación de que a partir de un instante determinado de la madurez se gobierna a sí mismo, como si yo estuviera más cerca de mi cuerpo que de mi mente.  Es una sensación que me ha sobrevenido de pronto, pero que me ronda desde hace algunos años. Durante la juventud el cuerpo es transparente. Lo utilizamos sin apercibirnos de su flexibilidad y de su eficacia: nos lleva a cualquier parte sin cansancio, y si hay un contratiempo se sale de él o se supera sin que importe demasiado un esfuerzo adicional. Ahora, en cambio, cualquier pequeño esfuerzo suscita dudas o requiere de una concentración excesiva, y el entendimiento es consciente de que ha de cuidar del cuerpo con delicadeza para que no se agote anticipadamente. La pesada estructura de los días; es necesario decir adiós a tantas cosas. Pero duele mucho hacerlo.

Motivo: Lectura del poema 'Dice adiós a su juventud' de Eloy Sánchez Rosillo.
'Ya desde el mar, en la cubierta de la nave / que otros aparejaron, miro esa costa aún no lejana /...../Es necesario / decir adiós a tantas cosas.'

No es tan fácil conseguirlo

Hay un simbolismo tan curioso en el poema 'En busca de trabajo' de Raymond Carver, que al leerlo se sienten las palabras como si fueran a la vez palabras e imágenes. "//Siempre he querido trucha de montaña / para desayunar. // De repente, encuentro un sendero nuevo / a la cascada. // Empiezo a darme prisa. / Despierta, // dice mi mujer, / estás soñando". Al imaginar el deseo de Raymond Carver empiezo a relacionar imágenes personales, que están ahí, en un revoloteo permanente, esperando el momento preciso para salir de su escondite. Mi abuelo encendía un fuego suave en el hogar de la cocina, con leña de almendro, y sobre las brasas colocaba un arenque en salazón, que enseguida despedía un aroma que inundaba la cocina. Yo merodeaba por allí, en mi infancia, y aquel olor está ahora en mí, como si fuera la trucha de Raymond Carver. "Pero cuando intento levantarme, / la casa se ladea. // ¿Quién está soñañdo? / Es mediodía, dice ella. // Mis zapatos nuevos esperan a la puerta. / Están relucientes". A veces queremos algo que parece fácil de conseguir, pero que no lo es, desgraciadamente.

Motivo: Lectura de 'En busca de trabajo (1)' de Raymond Carver, Bartleby, traducción de Jaime Priede,

sábado, 13 de septiembre de 2014

Papeles viejos que recupero al azar

Leo el periódico al lado del mar, sentado sobre una roca, y a la sombra, porque hace mucho calor aún, a pesar de que estamos a mediados de septiembre. Al girar las hojas me acuerdo de mi abuelo, que leía el periódico sentado a la mesa de la entrada de su casa, que era también mi casa de la infancia. El mundo entero en el periódico, las noticias que se suceden en un orden dispuesto por tradición: la portada con la fotografía de Andrew Milligan, en la que se ve a una mujer cargando las urnas para el referéndum sobre la independencia de Escocia del día 18; la entrevista al escritor Philip Kerr, que expresa sus convicciones acerca de lo que ocurriría si ganara el ; un artículo de Rodrigo Fernández acerca del recurso que va a interponer Rusia por las sanciones ante la Organización Mundial del Comercio; noticias económicas; noticias deportivas; las viñetas de Forges y de El Roto: todo dispuesto para que nuestro entendimiento sea capaz de elaborar un relato acerca del Mundo que sea coherente y, en lo posible, real. ¿Puede ser coherente y real lo que vamos leyendo cada día en un periódico de papel? Tengo la sensación de que la lectura en el papel tiene unas connotaciones diferentes que la lectura en una pantalla. Tocamos las palabras como si fueran pulpa de algo conocido, no símbolos que de golpe desaparecen para siempre. En el desván de la casa de mis padres hay recortes de periódicos que conservo desde hace muchos años, y a veces les sacudo el polvo a cualquiera de ellos, al azar, y leo por lo menos el titular. ¿Por qué quise conservar este artículo, me pregunto? Es una hoja de periódico que ha sobrevivido a décadas de olvido, y que recobra vida al ser leída de nuevo. Así es buena parte de la experiencia que nos constituye: un conjunto de ingredientes que yacen en el desván del entendimiento y que hay que desempolvar de vez en cuando. Cada noticia del presente será un fósil en el futuro, pero el papel me ayuda a organizar mis hitos personales como si fueran mojones de un camino que es el camino de todos, un camino que atraviesa el Mundo sin fronteras, por mucho que las queramos colocar nosotros, apresuradamente.

jueves, 11 de septiembre de 2014

Hacia una felicidad acrítica

El nacionalismo es una búsqueda de seguridad. Es tranquilizador. Combina una serie de ingredientes que ayudan a sentirse a gusto con los que están ahí, muy cerca. Es una religión civil, capaz de ofrecer consuelo para el futuro: en vez de un cielo, la seguridad de que viviré rodeado por los míos. Una especie de infancia del entendimiento. La gran manifestación de Barcelona de ayer, la gran V, fue un acto estéticamente bello, que ofrecía la esperanza de la armonía definitiva: la independencia. Los pocos que osaban salirse de lo establecido tenían que justificarse: en un debate posterior en TV, una persona que se apartaba de lo dicho por los demás sentía el peso de la disidencia. Se le notaba. La República de Platón quizás es el reverso de cualquier ideal de felicidad acrítica.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

El significado de las palabras 'memoria' y 'olvido'

Se comenta que existirá a partir de ahora el derecho al olvido, como si Google, este registro inmenso, fuese una memoria verdadera. Pero memoria y olvido son palabras que nos remiten a algo mucho más profundo. Ningún buscador de internet tiene memoria, porque una memoria elabora y relaciona datos e imágenes, y con la ayuda del entendimiento es capaz de iluminar conocimientos y sentimientos. Ni siquiera lo que cada uno de nosotros hace durante un día completo, ni siquiera la enumeración de nuestros actos uno a uno, constituye memoria alguna que pueda dar a los demás una indicación sobre la conciencia de alguien. Es justamente lo que hay en las profundidades de esta enumeración lo que da sentido a la memoria humana, y lo que la hace expresamente humana. Y tan sólo esa memoria individual es capaz de apelar al olvido, a su olvido único e impenetrable. En internet las palabras se transforman con mucha rapidez, pero esta transformación no debe impedirnos calibrar con limpieza el peso exacto de la memoria y del olvido.
 

Un instante de lucidez

Un instante de lucidez puede suscitar un pensamiento o una emoción, aunque quizás van asociados, porque una emoción es un pensamiento con ramificaciones hacia lo más profundo del ser humano. La fuerza de una revelación súbita reside en su manera de descubrir lo que nos rodea.

Motivo: Lectura del poema 'Bancarrota' de Raymond Carver. Sus dos últimos versos
Today, my heart, like the front door, / stands open for the first time in months.
Hoy, mi corazón, como la puerta delantera, / está abierto por primera vez desde hace meses.
(Bartleby Editores, traducción Jaime Priede)
son un descubrimiento súbito que para el lector operan como una alegría que contrasta con el título Bancarrota.


martes, 9 de septiembre de 2014

Fotografía de mi padre

Yo también conservo una fotografía de mi padre, prendida en la ventana de un armario. Está sentado, con una pierna sobre la otra, la mirada atenta a lo que hay a su alrededor. La fotografía detiene el tiempo en un instante que se convierte en eterno, aunque su naturaleza es equívoca, porque al detener el tiempo la imagen no se queda ahí sola, sin relación alguna con el mundo, sino que colisiona con las imágenes sucesivas de mi padre, las que lo conformarán en el futuro. Nunca más mi padre fue el de la fotografía. Se convirtió en otro, y en otro, y en otro. Me conmueve la comprobación de la fugacidad. ¿Cómo es posible que sólo haya vagos recuerdos de una existencia de la que procedo yo? 'Toda su vida mi padre quiso ser un tipo seguro', pero lo delata su mirada inquieta, y su manera huidiza de sentarse. Uno se deja llevar por impresiones que proceden de las fotografías que conservamos, como si fueran mojones del camino. Quizás sea lo único real, aquello que podemos confrontar con la memoria. Su fuerza, la fuerza de las fotografías, quizás está en esa combinación de verdad y nostalgia que nos transmiten.

Motivo: Poema 'Fotografía de mi padre en su vigésimo segundo aniversario', de Raymond Carver

domingo, 7 de septiembre de 2014

Empiece de un domingo de verano

Cuando sales al balcón, el sol empieza a clarear la ciudad. La densidad de la luz, en verano, parece que convierte las cosas en reales, sin esa indefinición en que a veces nos sume el entendimiento. Sin duda existe todo lo que ves, y aunque tú no estés seguirá existiendo, con independencia de ti, de tu mirada, de tu tacto, de todos tus sentidos. Sales con M por la ciudad, y llegáis al puerto, y andáis un rato al lado del mar. Como hace ya demasiado calor, os abrigáis en la terraza de un bar, y tomáis café, y entonces podéis celebrar lo que os rodea, y sentirlo, no sólo con los sentidos sino también con la imaginación. Pasa mucha gente en bicicleta, y a pie, y algunos incluso corren, enfrentándose al sol, sudorosos. En la ciudad coexisten las miradas posibles, y no sobra ninguna de ellas: las primeras horas de un domingo de verano son un canto a la diversidad. Las palabras dichas y las oídas son la  transformación de los gestos en conciencia: hablamos de lo que haremos en septiembre, de ese piso que acabas de ver en internet y que te gustaría alquilar, en Madrid. Yo escucho con esa especial emoción con que intento siempre acercarme a tus proyectos, aunque a veces esté lejos, por mi edad, pero muy cerca por mi deseo de sentir que viajamos en el mismo deseo de alegría. La ciudad vive en nosotros, pero nosotros la hacemos, en esta mañana de domingo, como si la descubriéramos a ella y a cada uno de nosotros, simultáneamente.

sábado, 6 de septiembre de 2014

Lo que sabemos de los demás

El poema 'Tu perro se muere' de Raymond Carver es un recorrido por la conciencia de una persona que observa y que intenta saber lo que pasa en el corazón de su hija, que quería tanto al perro, aunque la hija parece que aún no lo sabe, porque la mujer que grita es una mujer y no una niña. Esto es lo que deduzco, porque en los últimos versos 'ella grita de nuevo, / te preguntas cómo va a terminar esto'. La hija quizás esté en el colegio, o en la casa de una amiga. ¿Cómo reaccionará al saberlo? En el poema la muerte del perro es un símbolo acerca de la manera conocer el corazón de nuestros semejantes, de saber algo que de no ser por la muerte del perro seríamos incapaces de descubrir. Nada es predecible, quizás, y tan sólo una sucesión de acontecimientos nos permite averiguar lo que somos y cómo pensamos. Las personas somos lo que nos ocurre, y cómo reaccionamos. Para algunos elegidos la soledad absoluta es la única manera de buscar la trascendencia. Sin embargo, para nosotros la manera más profunda de sentirnos personas humanas es indagar en lo que nos une y nos separa, en vez de buscar a los hipotéticos dioses.

Motivo: lectura de 'Tu perro se muere' de Raymond Carver

jueves, 4 de septiembre de 2014

El desembarco de Normandía

El día D fue un hito de la historia del Mundo. Los cazabombarderos, los tanques, miles y miles de soldados muertos: la confusión es absoluta. Eisenhower llega a Francia para evaluar los resultados, comparte el rancho con los soldados. Hay que tomar Cherburgo cuanto antes, dice. Churchill habla con Montgomery. Los alemanes bombardean Londres con las V1 y V2. De Gaulle es vitoreado por los franceses de los pueblos de Normandía. Hitler convoca a Rommel, que le indica que lance las V1 en las playas. Samuel Fuller, que llegará a ser un notable director de cine, se lava en un río, cerca de manzanos y de vacas. Un soldado inglés se lamenta de haber matado a un alemán. Siempre he sido contrario a la violencia, dice, compungido, y ahora he matado a un buen chico, un chico que era querido por otras personas humanas. Habla Bill Smith, soldado de la 79ª División de Infantería. Sus palabras se pierden entre el ruido de la metralla. Una vieja vestida de negro atraviesa las calles de su pueblo mientras caen bombas por todos lados. El alemán Karl Hohmann dice que no tienen más remedio que rendirse, y quiere que los norteamericanos sigan bombardeando para que sus mandos no les tomen por cobardes. Un francés advierte: los alemanes han traído muchas enfermedades venéreas. Hay francotiradores emboscados que frenan el avance de los aliados. Las dos primeras semanas de junio son atroces. Hay que cortar los setos para seguir avanzando. Llegan a Saint-Lo, la capital en ruinas bombardeada y destruida por completo. Los aliados tardan 40 días en tomar Caen: han sido necesarias 10000 toneladas de bombas para ganar 10 km. Rommel es herido de gravedad en una carretera, pero Hitler sobrevive a un intento de asesinato. La futura escritora Benoîte Groult, estudiante de París, se queja de que la providencia  haya salvado al dictador. Hélen Martin, esposa del teniente Martin, de la Gendarmería de Caen, mientras la luz solar le ciega, recibe la terrible noticia de la muerte de su marido. Los paracaidistas por fin descansan. No han parado desde el dia D. Los alemanes fusilaron a muchos de ellos. El ejército alemán es consciente de que todo está perdido, pero no se rinden, y aseguran que 'vamos a seguir defendiendo nuestra patria'. Patton se instala cerca de Saint-Lo, al frente del Tercer Ejército. Me siento orgulloso de estar aquí con vosotros, dice, con su célebre ímpetu, y cuando lleguemos a Berlín yo mismo le pegaré un tiro a ese hijo de perra de Hitler. Los alemanes pierden todos sus tanques, uno a uno. La victoria de los aliados es inapelable, y empieza el camino hacia París. Kay Summersby, chófer de Eienhower, dice que hay cadáveres de caballos entre los cadáveres de los soldados, y que el olor es nauseabundo. Unas niñas regalan un ramo de flores al General Eisenhower. Mientras los aliados avanzan para liberar París, los parisinos se enfrentan a los 20000 alemanes que aún tienen la ciudad en su poder. Flora Groult, estudiante, hermana de Benoîte, dice que a las jóvenes que se han relacionado con alemanes las señalan con el dedo y se las somete a escarnio público. Una mujer de mediana edad se resguarda de las balas detrás de un monumento, mientras con la mano derecha sujeta el manillar de su bicicleta. ¿Ya arde París?, pregunta Hitler. De Gaulle ha de impedir que tomen el poder los estalinistas, y es aclamado por los parisinos cuando empieza a desfilar, a pie, rodeado de soldados. El ejército parece el ejército de los pobres, dice Flora Groult. De Gaulle continúa caminando hacia Notre Dame, aclamado por la multitud que se agolpa en la aceras y en la calles. Suenan disparos desde lo tejados, pero el General De Gaulle camina con una entereza admirable . La gente se pone a correr. El tiroteo causa víctimas y heridos. La 4ª Division de Infantería entra en París. Benoît Groult se alegra muchísimo. Es como si hubiéramos estado enfermos durante años. La vida es bella, todo va a ir bien. Llega Eisenhower, y Kay, su chófer, le dice: parece que estoy viviendo un sueño. 200.000 aliados, 200.000 alemanes y miles de civiles murieron como consecuencia del desembarco. Un soldado y una chica, ambos en bicicleta, recorren con felicidad los Campos Elíseos.

Motivo: 'Sacrificio', documental en la 2 sobre el desembarco de Normandía, de Isabelle Clarke, Daniel Costelle y Frederic Lumiere.

El reconocimiento de lo esencial

Al entrar en un mercado de frutas y verduras tengo la sensación de que la mirada se enriquece de golpe, como un milagro. Unas acelgas humildes, unos tomates verdaderos, unos pimientos verdes, unos melocotones vitales, una prometedora coliflor: todo lo que aparece delante de nosotros es un estímulo para gozar de la vida. Tengo mi parada preferida, cómo no, la de Miquel, pero no desdeño las otras, porque en cada una hay algo que me atrae. Hoy he comprado los tomates y las acelgas en una parada y las berenjenas en otra, y he dejado la fruta para otro día, quizás mañana, porque aún me queda uva en el frutero. Me gusta merodear por el mercado como si fuera una de mis actividades más preciadas, porque conecto con lo más básico de la actividad humana, aquello que me transmite el calor de la materia de la que nuestro cuerpo se nutre para convertirse en entendimiento y conciencia. Cómo no disfrutar de la vida, si lo esencial es tan accesible, si está ahí, a la vuelta de la esquina, esperándonos. Qué extraños mecanismos nos alteran con frecuencia nuestra existencia, teniendo tan cerca lugares asombrosos para vivir con alegría, como un mercado en el centro de la ciudad, que es capaz de ofrecernos a un precio asequible los mayores tesoros de la tierra. ¿El oro metafórico o real, algún deseo estrafalario, lo que casi siempre nos deja insatisfechos? No, nada de eso: simplemente frutas y verduras, la materia sin vanidad de un manojo de acelgas y una patatas, que ya cocino mentalmente una hora antes de regresar a casa: hervidas a fuego suave y luego salteadas en aceite de oliva virgen y unos ajitos. Al salir, en la plaza, como si todo quisiera contribuir a este momento de alegría, hay niños que juegan, y hombres y mujeres que conversan plácidamente, sentados a la sombra de los olivos. El verano se ha remansado, y hay en el aire un recuerdo de tomillo y de romero, como un resumen del mercado que nos evoca la naturaleza, el centro de la humanidad, perennemente.

Motivo: Mercat de l'Olivar, Palma

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Austeridad

En mi infancia apenas había diferencia entre el nivel económico de las familias del pueblo. Todos vivíamos aproximadamente igual. Había pequeñas diferencias, claro que sí, pero no eran importantes. Por ejemplo, yo tenía un amigo cuyos padres compraron un televisor dos o tres años antes que mis padres, pero la madre de mi amigo no se jactó nunca delante de mí de que ellos tuvieran televisor y nosotros no. Incluso se podría decir que el televisor de la casa de mi amigo era 'para todos', porque en la casa había siempre un lugar para mí. El deseo de tener, de poseer, apenas existía, y lo agradezco vivamente. De alguna forma ha perdurado en mi entendimiento, y me alegro. Ahora, lo que nos iguala es el consumo, establecido definitivamente como una manera de vivir. Si el PIB no sube lo suficiente, una de las causas a las que se atribuye es a la falta de consumo de los ciudadanos. La palabra austeridad tiene en estos momentos una serie de matices que no se avienen con su significado original. Es una manera de entender nuestra relación con el mundo que nos rodea, y no tiene nada que ver con la pobreza. Pero muy pocos se atreven a defenderla como modo de vida. Mientras tanto, consideramos como normal la desbordante sucesión de excentricidades costosísimas que aparecen día tras día en las noticias, y nuestros gobiernos recortan en educación y en sanidad, que es en lo único en lo que no habría que recortar nunca.  

Un silencio especial

Nos fuimos S y yo con el hámster cuidadosamente envuelto en un trapito blanco. El viaje hasta Sa Garriga fue ya parte importante de la ceremonia. Ella no decía nada, con el hámster entre las manos, pudorosamente quieta en el asiento, la radio apagada. El silencio era la única manera de dar sentido a la pequeña historia que compartíamos. Aquel hámster era el que había vivido más. Los dos habían estado no sólo en la jaula, realizando acrobacias en la pequeña noria, sino en el comedor, casi libres, hasta el punto de que muchas veces había que buscarles en la panza del sofá. Después de aparcar el coche yo cavé un hoyo no muy profundo debajo de uno de los pinos, S colocó cuidadosamente el hámster en el hoyo, y ella misma lo tapó con la tierra húmeda. Regresamos con un énfasis especial en mantener el silencio.

Motivo: lectura del poema 'Tu perro se muere' de Raymond Carver

martes, 2 de septiembre de 2014

La compañía silenciosa de los árboles

A ambos lados de la autovía, en las afueras de Sa Cabaneta, los pinos se arraciman como si quisieran ayudar a los viajeros a sentirse arropados por la dulzura residual del paisaje. Los árboles nos reciben como si nosotros les conociéramos desde siempre. Los pinos de la autovía, los pinos que hay enfrente de la iglesia de Sant Marçal, los esforzados almendros del Camí de Marratxinet, o los lejanos -supervivientes en la memoria- chopos de la Ribera del Duero, cerca de Roa y de Berlangas, me acompañan para susurrarme detalles de lo que he vivido o de lo que me espera. No he perdido nunca ese afán de sentirme vivo al lado de un árbol, de saber que hay algo más que un árbol a mi lado: quizás una manera de estar, una sabiduría de la permanencia. Hace unas semanas, la visión de un gran tilo, en el patio de Son Brondo, me emocionó como si fuera un amigo con el que me reencuentro después de décadas de separación. Y automáticamente, quizás por contraste, mi memoria me regala la imagen del humilde níspero que había en el corral de Can Velos, la casa de mis viejos abuelos paternos. Aún lo veo, envuelto en la luz cegadora de esta tarde de verano.

lunes, 1 de septiembre de 2014

Calles de antes y de ahora

Paseo con I. por el centro de la ciudad. La calle Sindicat era un lugar de encuentro de la gente que venía de los pueblos, y ahora es otra cosa, ya que la uniformidad de las costumbres no permite distinguir entre la gente de los pueblos y la de la ciudad. Aquel olor de panadería, de especias, de flores en las ventanas, ya no existe. No es nostalgia: es la constatación de un hecho, aunque es posible, sí, que haya nostalgia en mi recuerdo. Yo era demasiado pequeño, y ahora soy demasiado mayor, como si en el pasado hubiera vivido de otra manera, o como si aquellos tiempos fueran tiempos tan alejados del presente que se parecen a un fósil sobre el que hay que investigar concienzudamente para poder entresacar algo. Cuánta inseguridad nos agrede, aprovechándose de nuestra indefensión. La vida de una persona no puede ser contada, porque ni uno mismo la conoce. Cualquier aproximación es un fiasco seguro. Y con más razón aún le ocurre a una aglomeración urbana. Las calles de la ciudad en la que vivo se desparraman en el tiempo como si el tiempo fuese un acantilado, y en su lugar aparecen otras calles desconocidas. Mi razón me dice al oído que son las mismas calles, pero no es cierto. Cómo va a ser esta calle la misma que cuando yo paseaba por ella con mi abuelo.  Pero de la superposición de historias en el tiempo ha de surgir el corazón herido, y el acervo sentimental de cada uno de nosotros. Y esto es lo que somos, limpiamente.

Motivo: la calle Sindicat, Palma de Mallorca, 1/9/2014

domingo, 31 de agosto de 2014

Lugares para vivir

Abro la ventana porque hace calor, y en la ventana del televisor veo a Serrat y a Sabina dedicando una canción a Estela de Carlotto, en Buenos Aires. Es de noche, quizás la noche triste de algún hombre o mujer que late en la mía. Cada uno de nosotros vive en su cuerpo y en otros cuerpos, abriéndose camino por lugares insospechados. Sería muy difícil vivir si en el mundo sólo estuvieran los vivos, leí no hace mucho en algún sitio, pero no recuerdo cuál, ni quién lo dijo. La sinceridad es un espejismo que se balancea en el corazón de los vivos, pero con frecuencia es afectada y cansina. Desde la ventanilla del vagón del tren en el que viaja por Argentina, Sabina cuenta algo que no entiendo, como una canción que nos transmite fervor, y un poco de humor, que atenúa el dolor que siempre atraviesa la realidad, aunque no queramos enfrentarnos a él. Sabina y Serrat viajan juntos, y Argentina es su paisaje de amistad, entre canciones y decires frágiles, y yo también me subo en el último momento a ese autocar, o al tren, o a la noche absurda iluminada por una farola que veo desde mi ventana. No hay estrellas radiantes, como en mi juventud. Sólo recuerdos.

La intensidad del paisaje

En un puñado de versos se reproduce una escena cotidiana. Dos hermanos viajan en coche. No van a ningún sitio. Es indiferente el destino del viaje. Incluso podrían detenerse y echarse en la orilla de la carretera a descansar. Si el que viajara fuera yo, miraría por la ventana sin preocuparme en exceso. La intensidad del paisaje está en mí, podría decir, sutilmente, como si las palabras pudiesen describir la mirada. Pero mi hermano me da un suave codazo, y quizás vaya a ocurrir algo.

Motivo: 'Bebiendo en el coche', Raymond Carver

jueves, 28 de agosto de 2014

La música nos empuja a la vida

Estoy comiendo en la cocina, mientras en Radio Clásica emiten el Libérame del Réquiem de Verdi. Saboreo los pimientos del piquillo y la lechuga, y la música de Verdi se expande por mi casa como si hubiera llegado de un lugar desconocido, porque aunque Verdi me resulta familiar esta pieza parece que se nutre de la belleza de las contradicciones de la vida: lo fúnebre y lo gozoso se alternan al igual que en la experiencia de cada cual. La música nos empuja a sentirnos lejos de los límites que en principio invoca. Un Réquiem no tiene que ser tenebroso a la fuerza, nos dice Verdi, o por lo menos yo siento que me lo dice, porque lo que nos lleva a descubrir la vida de los otros adquiere toda su profundidad en el momento de una despedida. Así es el alma humana, una dimensión de lo desconocido que se va descubriendo  mientras lo que se nos ofrece nos muestra una cara apenas esbozada. Sigo comiendo la lechuga y los pimientos del piquillo, la música serpentea por el espacio de mi cocina, y yo intento saborearlo todo a la vez, razonablemente.  

Zapatera

Es frecuente que los zapatos ahora se guarden en una zapatera, pero ni mis abuelos ni mis padres la necesitaban, porque los pares de zapatos que tenían eran los imprescindibles. Los zapatos de vestir eran sólo para las grandes ocasiones, que solían ser pocas, mientras que los zapatos de cada día eran remendados una y otra vez para que su uso se prolongara años y años. Ahora, en cambio, los zapatos se compran no tan sólo para usarlos sino para gozarlos. Cambia la moda, y el placer de comprarse unos zapatos nuevos ha pasado a formar parte de las costumbres de mucha gente. Ayer me llamó A. para decirme que fuera a casa de su amiga R. a ayudarle a descargar del coche dos zapateras que R. acababa de comprar en unos grandes almacenes. Al descargarlas del coche, me sorprendió el peso desproporcionado de las zapateras. Cada una de ellas era un bulto tan grande como una puerta, y por el esfuerzo que había que hacer para llevarlas a la casa me pareció que en las cajas había un objeto metálico. ¿Por qué ha de pesar tanto una zapatera? Uno se deja llevar por la desproporcionada relación que establecemos entre el mundo y nuestras necesidades, lo cual nos obliga a comprar muchas cosas que no sé si sirven para algo. Seguramente sí: una zapatera sirve para colocar zapatos, pero es indudable que una vez que tenemos la zapatera en casa habrá que comprar más zapatos para llenarla, o de lo contrario no habrá servido de nada la compra que acabamos de hacer. Claro está que quizás con los zapatos que tenemos ya llenamos una zapatera, y por esto hemos comprado dos. Así, si la segunda aún queda incompleta, nos va a estimular a llenarla cuanto antes. Y así sucesivamente, ininterrumpidamente.  

martes, 26 de agosto de 2014

Ver el mar

En mi infancia el mar era sólo un horizonte. Una o dos veces al año íbamos a la Colonia de Sant Jordi a comer una paella. Y aquél era mi día de mar. Lo que todavía se me aparece como extraordinario es la sensación de llegar al mar. Entrever su masa azul entre los pinos, al fondo de la carretera, ver un barco flotando suavemente, dejarme llevar por la sensación de un descubrimiento. Porque el mar era un descubrimiento. En apenas cincuenta quilómetros se convertía en algo real, tan real que podía introducirme en él como si fuera un mundo nuevo en el que había arena, rocas y peces. Desde mi pueblo era sólo un horizonte, y en la realidad no parecía tener límites, porque la esfericidad de la Tierra le confería un carácter de infinitud. Lo había estudiado ya en el libro de geografía. Por la tarde, al regresar, sentía que algo de mí se quedaba al lado de las rocas, una parte de mi 'yo' que tan sólo podría recuperar al cabo de un año, cuando regresara otra vez. De noche, antes de dormirme, en la cama, aún con los ojos abiertos, empezaba a soñar en el barco de vela que había visto por la mañana. Yo viajaba en él, y veía otros barcos, y el viaje no tenía un destino determinado. Su finalidad era el mismo viaje, como si fuera un sueño.

El padre de Raymond Carver

Muchos poemas de Raymond Carver tienen un cuento en su interior, la esencia de un relato que va más allá del poema y que cada lector ha de completar. 'Fotografía de mi padre en su vigésimo segundo aniversario', por ejemplo. El hijo contempla una fotografía de su padre, cuando era joven. En una mano sujeta las percas que ha pescado, y en la otra una botella de cerveza. Quiere aparentar seguridad, pero no lo consigue, porque los ojos le delatan, y también las manos, que sostienen con una firmeza dudosa la ristra de percas y la botella de cerveza Carlsbad. El lector se ha de imaginar la fotografía, y sobre todo cómo mira el hijo al padre, sentado en la cocina. ¿Cómo miramos a nuestro padre cuando nosotros somos mucho mayores que él cuando pescaba en el río y bebía cerveza? Qué importa, nos dice Raymond Carver: no sé cómo darte las gracias, sólo sé que te quiero.

lunes, 25 de agosto de 2014

Desde estas altas rocas pudiera verse el mar

'Desde estas altas rocas pudiera verse el mar' es el título de un libro de Pablo del Águila que conservé durante mucho tiempo en mi biblioteca y que desapareció por algún motivo que desconozco. Me acuerdo de él, ahora que ando por estas calles que van a dar al mar, en esta tarde tan luminosa y tan limpia, bajo un cielo azul sin nube alguna. El paseo acaba cerca de las rocas, en el bar que hace esquina. A través de los ventanales abiertos puedo ver los barcos fondeados y un trocito de horizonte. La experiencia de otros veranos me hace sentir la fuerza poderosa de este momento de concentración en que la memoria se agita para liberar el pasado de su escondite. Las neuronas de una rama medio escondida en algún pliegue del cerebro se despiertan y es entonces cuando me veo en bicicleta, a los 12 años, sin importarme para nada el intenso calor, por los caminos de los alrededores de Sa Cabaneta, en compañía de algunos amigos a los que aún puedo nombrar con un querer complaciente: Miquel, Miguel Angel, Joan, Sebastià. En este vaivén entre el pasado y el presente se va determinando poco a poco la manera de enfrentarme a la verdadera razón de recordar, que quizás no sea otra que vivir intensamente en esta combinación de imágenes de ahora mismo y de ayer, un ayer no tan lejano como parece, porque estas imágenes están a mi lado como si las estuviera viendo en una pantalla imaginaria de muchas dimensiones. El mar es lo único que no cambia, por lo menos en lo que concierne a su aspecto exterior, ya que a fin de cuentas no es más que una superficie que como mucho está punteada de crestas blancas creadas por la brisa. Pero si en cuanto a su aspecto exterior puede parecer que no ha cambiado, en todo lo demás, en aquello que le añade nuestra mirada, la transmutación es de una complejidad que me devuelve a mi ansia de buscar en mis recuerdos alguna explicación, que desgraciadamente no llegará nunca. Lo más limpio es el título del libro de Pablo del Águila, aquel joven poeta granadino cuyos versos conozco gracias a mi amigo Antonio. 'Desde estas altas rocas pudiera verse el mar', me digo de nuevo, y entonces me dejo llevar por la superficie limpia y azul que tengo delante de mí, suavemente.

 Motivo: Un paseo entre las rocas, cerca del mar, y el recuerdo del libro 'Desde estas altas rocas pudiera verse el mar' de Pablo del Águila.

domingo, 24 de agosto de 2014

Contemplación de un granado

Cuando aún falta un mes para que empiece el otoño, las granadas del jardín de mi madre se pueden ver como si su belleza fuera un vivo estímulo para la mirada, que distingue su presencia en un árbol tan humilde, tan desposeído de grandeza, de porte tan sencillo que puede pasar desapercibido el resto del año. En estas últimas tardes, tan limpias y delicadas, las granadas comunican a quien las contempla la sensación de plenitud que se recibe como un don cuando uno ha cruzado la frontera en que la edad es una medida de lo que nos rodea. El granado es hijo del que sembró el tío Toni hace más de 50 años, que durante décadas nos dio unos frutos densos, carnosos, con los colores del otoño concentrados en la corteza anaranjada con vetas difusas de marrón y de amarillo. Me acerco al granado que es hijo de aquél, y miro sus ramas flexibles, y observo cómo soportan cada una de ellas el peso de cinco o seis frutas redondas, y cuyo origen está en Irán y Afganistán. En este movimiento de mi cuerpo entero hacia el árbol que resplandece al atardecer, hay gozo en la aceptación de la belleza que se nos ofrece no sólo para alimentarnos sino para ayudarnos a relacionar los diferentes lugares de la Tierra que comparten con lealtad el Mundo en que vivimos.

Génova

En una casa que no es la nuestra la tarde transcurre como si acabáramos de descubrir un lugar, una manera de mirar, y quizás un pasadizo a la claridad. Miro por la ventana hacia la montaña coronada por nubes blancas, y me siento rodeado por una vasta extensión de árboles domésticos: limoneros, nísperos, granados, olivos, almendros, algarrobos y arbustos coronados por buganvilias. Génova podría ser una leve sonrisa de cualquier paisaje de cualquier lugar del mundo, en esta casa que no es nuestra y que nos acoge para que la mirada nos delate: nos acoge Kira, una perra de los fríos del Norte que reposa, que se arrellana a nuestros pies como si quisiera ser atendida por el arrullo de los cuidados de I., conocedora ya de los principios de esta relación que durará sólo una semana. Cambio de sitio y me voy a la terraza, con un libro que me cuenta historias de otro tiempo y con el mar delante de mis ojos, pero lejos de cualquier deseo de acercarme a él: ahí está, sin más, un azul en el horizonte que desaparecerá en la noche. Cómo será Génova cuando no esté Kira, o cuando no estemos nosotros, cuando estos árboles domésticos sean observados por otros que nos reemplazarán, meditando como yo para saber algo que no puedo programar por anticipado. Qué descubrimos cuando no hemos buscado lo que tenemos delante de nosotros, y sin embargo nos sumergimos en ello para continuar viviendo limpiamente.  

sábado, 23 de agosto de 2014

'Luz en los balcones'

Regreso a Ciutat por la autovía como si las montañas del fondo fueran la visión de lo que uno espera encontrar más allá de sí mismo. Pero esta visión fugaz se debe a que escucho a Fernando Terremoto cantar 'Luz en los balcones', justo cuando el sol soñoliento empieza a ponerse en una explosión de nubes de colores. Qué sensación tan iluminadora me está resultando ir por la autovía con las ventanillas abiertas y el canto por bulerías inundando esta atmósfera veraniega, que parece transportarme por un lugar nuevo, lleno de adelfas de colores vivos, los edificios de los alrededores convertidos de repente en referencias de un paisaje que se ve desde este balcón imaginario de mi coche. Uno se deja llevar por sensaciones que son fruto del azar, o de una búsqueda que nos convierte en habitantes de un mundo necesario, aunque sólo sea por unos instantes, fugazmente.

Motivo: 'Luz en los balcones'
Interpretada por Fernando Terremoto
https://www.youtube.com/watch?v=D57UOg9VDSQm

Interpretada por Miguel Poveda
https://www.youtube.com/watch?v=2G2HNaBa4ng&list=RD2G2HNaBa4ng#t=335




viernes, 22 de agosto de 2014

Ruidos

Camino desde Génova hasta el mar, y al pasar por debajo del puente, cerca de la rotonda, el ruido de los coches me indica que no se puede huir del ruido. Vivimos en el ruido, pero el de los coches no es el único. En las señales que se transmiten, sean analógicas o digitales, también hay ruido, y en los mensajes que recibimos a través de los diferentes medios de comunicación hay mucho contenido inútil: un ruido que nos llega en forma de datos sin ninguna información. Al caminar se desvanecen las distancias entre nosotros y el mundo: somos parte de él en todos sus aspectos. Quizás también nosotros seamos ruido, los verdaderos causantes de las  contradicciones en las que vivimos sumergidos, como si buceáramos en la incertidumbre que hemos provocado. A ambos lados de la carretera hay papeles, plásticos, botellas: un ruido de suciedad que se ha ido acumulando con el tiempo y que una tormenta de otoño arrastrará al mar. Nuestro deseo de buscar la tranquilidad ha de toparse por fuerza, tarde o temprano, con la realidad de las evidencias: el mundo que hemos ido haciendo no es sólo un escenario, sino que forma parte de nuestra mente, es un yo extendido. De regreso, me fijo en una mujer sentada en una silla, en el balcón de su casa. Su mirada parece perdida en el pasado, como si no quisiera ver lo que ocurre a su alrededor. Pero nadie puede dejar de mirar, porque sólo en lo que se nos ofrece podemos encontrar el sustento necesario para avanzar, aunque esté mezclado con ruido.

jueves, 21 de agosto de 2014

Un lugar adecuado para conversar

Hay lugares que invitan a la conversación porque ofrecen las condiciones ideales para que las palabras fluyan con facilidad. Ayer, hablando con Alicia en la librería Babel, rodeados de libros y envueltos en una luz muy suave que entraba desde la calle, conversábamos plácidamente, sin obstáculos, y mi única preocupación era el reloj, que parecía ir demasiado deprisa. Había otras personas, de pie, acodadas a la barra, pero su conversación no perturbaba la nuestra, de manera que el volumen de nuestra voz era el justo para que pudiéramos entendernos, mientras que el murmullo de los que hablaban cerca de nosotros era parecido al de las hojas de los chopos cuando caminamos a la vera de un río. Hace un año, más o menos, mientras estaba sentado a la misma mesita, un señor acodado en la barra, sentado en un taburete, me dijo que a él le encantaba tomar café sabiendo que a su espalda había estanterías llenas de libros que lo acompañaban como si estuviera asistiendo a una conversación interminable en la que ejercía de oyente con extraordinario placer. Nunca leeré todos estos libros, me dijo, quizás tan sólo unos pocos, un pequeño porcentaje de ellos, pero su presencia me ayuda a sentirme humano, a saber que existe algo que es capaz de ofrecerme consuelo, y valor. Recordé vagamente su cara, por haber visto fotografías suyas en la prensa. Era un poeta cuya poesía transmite las mismas sensaciones que su presencia física. Nada hacía presagiar que ahora haya tenido que utilizar el pasado, Era, pero la vida tiene un comienzo y un final, aunque siga en los recuerdos, afortunadamente.  

Memoria imaginativa

¿Cómo modifica la memoria los recuerdos? Hace poco, le mostré a mi tío Juan una fotografía en la que aparecen tres personas relacionadas con mi infancia: mi bisabuela materna, mi abuela materna y X. Mi tío me asegura que X era Joana, una vecina de mis abuelos con la que yo me cruzaba muchas veces por la calle. Era una persona que me hablaba con frecuencia, y que murió antes de mi adolescencia. Por la relación de vecindad que durante varios años mantuve con ella es evidente que mi memoria tuvo que elaborar muchos datos sobre su aspecto físico. Y ahí surge el dilema: mi recuerdo de ella no tiene nada que ver con la persona que aparece en la fotografía, y que mi tío asegura que es Joana. Por supuesto, considero que es verdadera la aseveración de mi tío, ya que él la conoció durante más años que yo, y en su madurez, lo que a mi entender le da a su afirmación un carácter de 'verdad'. ¿Es posible que la memoria sea más fiable en la madurez? ¿Quizás los recuerdos de la infancia han sido sometidos a tal transformación que la memoria nos los devuelve tergiversados, sin relación alguna con lo vivido?

miércoles, 20 de agosto de 2014

Llamada a la razón

El Papa ha levantado el veto a la beatificación del arzobispo Romero, asesinado en El Salvador en marzo de 1980. El papa Francisco está demostrando desde que inició su pontificado que la capacidad de decisión ha de estar por encima de sectarismos y prejuicios, a los que tan acostumbrados nos ha tenido la Iglesia Católica, así como muchas otras organizaciones. La razón no dirige los actos de los hombres, sino todo lo contrario. Parece que vivimos una carrera desenfrenada para actuar de la peor manera posible. Las noticias de hoy no hacen más que corroborarlo. Sigue la guerra de Ucrania; no se detiene la violencia en Ferguson, Misuri, relacionada con la persistencia del racismo, lo que a su vez ha tenido repercusiones violentas en Nueva York; la tregua entre Israel y las milicias palestinas ha fracasado de nuevo; y los ataques contra trabajadores humanitarios se han doblado en el último año. En cuanto a España, la corrupción sigue siendo la neblina diaria que lo cubre todo, enmarañada con el revuelo de Cataluña, y la ausencia casi absoluta de debates sobre lo que más nos importa a todos: la superación de la crisis, la falta de trabajo, el horizonte de los jóvenes y la racionalización del gasto. Y sin embargo una mirada al entorno, a lo más inmediato, parece contradecir esta retahíla de sucesos: la preocupación por el futuro no parece ser lo más importante, no sólo la preocupación por el futuro de cada uno de nosotros, sino la preocupación por el futuro del mundo, sometido a una fuerte degradación medioambiental. Habría que mentalizarse para ir cambiando lo que hace falta que cambie, racionalmente  pero también rápidamente.

martes, 19 de agosto de 2014

Matices acerca de lo que se observa en una excelente fotografía

Recuerdo que en la novela 'El Señor de Ballantrae', de Robert L. Stevenson, alguien dice que 'en el infierno hay también hermosas llamas'. Hace ya tanto tiempo de aquella lectura que la memoria quizás haya alterado la sintaxis de la frase, aunque no el sentido. He de decir que la idea me produjo un rechazo inicial casi sin matices, porque por aquel entonces yo pensaba que en el horror es difícil que pueda existir ni tan siquiera la posibilidad de un atisbo de belleza. Lo he hablado con algunos amigos míos, y he observado que la respuesta es casi siempre confusa, sobre todo a medida que nos vamos haciendo mayores. Al llegar a cierta edad, muchos de nosotros hemos vivido algún huracán emocional, así que hemos rozado el horror alguna vez, o quizás incluso lo hemos sufrido directamente. De mi experiencia he aprendido que de las situaciones difíciles el mundo exterior puede llegar a parecer desagradable, y que la belleza ha de ser por fuerza un valor que se escapa por una rendija impenetrable. Esta reflexión me ha surgido esta mañana, espontáneamente, cuando he visto en el periódico la imagen de un reciente ataque aéreo. La contradicción proviene del hecho de que el bombardeo se manifieste por dos suaves columnas de humo en el horizonte, mientras que el paisaje es de unos colores vivísimos, una alternancia entre el marrón de la tierra, el azul del agua del embalse de Mosul, la línea de la costa, y el cielo translúcido surcado por el humo de los bombardeos. Son colores que sobreviven a las bombas, como si la naturaleza soportase estoicamente los desmanes humanos y nos concediera los vestigios de un orden que quiere sobrevivir por encima de las circunstancias más adversas.  A mí me sigue pareciendo difícil que del horror surja como por azar un amago de belleza. Al fin y al cabo, lo real no es tan sólo real porque sea una consecuencia de los datos de los sentidos, sobre todo cuando lo que percibimos como real procede de una fotografía, que ya es en sí misma un filtro a través del cual sólo cruzan determinados mimbres del mundo. Esta fotografía que he mirado con detenimiento esta mañana me ha parecido tramposa, por muy involuntaria que sea la confusión que el autor haya proyectado. Por esto, el lector, en la recepción de las noticias diarias, ha de vigilar los ingredientes de lo que se le ofrece, y ha de hacerlo cuidadosamente.
Motivo: 'Columnas de humo tras los ataques estadounidenses contra El Mosud (Irak)', fotografía de Khalid Mohammed, El País, 19 de agosto de 2014

lunes, 18 de agosto de 2014

Desde el avión

El avión empieza a moverse. Estoy sentado al lado de la ventanilla, y lo primero que veo es un molino que gira, y un poco más allá, de lado, el pueblo de Sant Jordi. Hacia el norte hay un bosque de pinos, y en una loma a lo lejos está mi pueblo, Sa Cabaneta. Debido a un giro del avión la perspectiva de Sant Jordi ha cambiado, y surgen los invernaderos de la carretera de Sineu. Ya estamos en la pista de despegue, y enseguida surge, muy bella, la bahía de Palma, el mar delicado que parece besar la tierra, los edificios, la delicada claridad que lo envuelve todo. Ya estamos en el cielo. En el extremo del ala derecha, debajo del alerón rojo, hay una luz que parpadea. Debajo, una enorme extensión de niebla, y arriba el cielo azul recorrido por franjas de nubes blancas. La velocidad constante equivale al reposo, cuya sensación se acrecienta por la falta de referencias. A medida que avanzamos la luz al frente del avión es más intensa, y su monotonía se altera porque aparece un rebaño de nubes de formas extrañas. Cerca de Valencia la luz intensa se ha extendido por todo el cielo, y las nubes extrañas se han convertido en un ejército. Ya no tenemos el mar debajo de nosotros, sino la tierra. Hay sombras densas en los repliegues del paisaje. Parece que esté todo despoblado, y que un informe sobre España en el siglo veintiuno podría coincidir con lo que decían algunos viajeros de hace tres siglos, que aseguraban no haberse cruzado con nadie durante tres días. Pero desde tan arriba la sensación es errónea. Aunque la densidad de población sea relativamente baja entre Valencia y Madrid, a varios kilómetros sobre la superficie la uniformidad, afortunadamente, es falsa. Cuando el avión desciende lentamente vemos una central nuclear, quizás la de Trillo, y el Mar de Castilla, y en un instante las autovías de acceso a Madrid. No sé si es verdadero todo lo que se observa desde un avión. Desde arriba la pérdida de detalle menoscaba la precisión. La experiencia de la lejanía se contradice con la necesidad humana de acercarnos a las cosas, pero ciertos aspectos de la belleza quizás sólo sean perceptibles desde una mirada que lo abarque todo de golpe.
(De unas notas tomadas en el avión de Palma a Madrid, 19 de junio de 2014)    

domingo, 17 de agosto de 2014

El jardín de la casa de mi madre

En el jardín de la casa de mi madre hay árboles, hortalizas, insectos, tortugas, plantas trepadoras, colores que cambian con las estaciones, gatos que van y vienen, pájaros que picotean en la tierra, un pozo agrietado por el laurel, y silencio. El almez y la morera han crecido mucho, y las hojas murmuran ese canto especial e inconfundible cuya causa es una brisa muy suave, sobre todo al empezar la tarde. La  jacaranda sólo existe por completo cuando florece, en primavera, pero el níspero, el limonero, el granado y el olivo tienen la certeza de sus frutos, que maduran con puntualidad todos los años, como si su existencia periódica nos ofreciese los ingredientes de la permanencia eficaz, la que se nutre de una especial vitalidad no exenta de dolor: esa plaga de pulgón, ese oscurecimiento de las hojitas, y la victoria momentánea gracias a los cuidados que les prodiga mi madre. Cuando me siento debajo de la enredadera para leer, me dejo llevar por la sensación de que todo lo que hacemos en la vida tiene su fundamento en el deseo de gozar de un lugar concreto en el que dejarnos llevar por el tiempo, un lugar en el que el tiempo fluya por nuestro cuerpo alimentándonos en vez de corroernos. Una abeja liba una flor, una tortuga se mueve entre las hojas caídas, el pino que hay al otro lado de la calle se balancea debido a una ráfaga de viento, pero al cabo de unos segundos mis sentidos parece que se han disuelto en la complejidad de lo que me rodea, y soy de repente un ingrediente más del jardín, espiritualmente