domingo, 2 de noviembre de 2014

El acordeonista

Después de cruzar la calle ya oigo la música. El intérprete es un hombre de edad indeterminada, pero al verlo de cerca no parece tan viejo como había supuesto. Su tez curtida debe de ser el resultado de los los muchos bandazos que habrá dado hasta llegar aquí. Y aquí está, con su acordeón, expuesto al azar de las monedas que puedan ir depositando los vecinos en el cuenco de mimbre. Su música se expande como si fuera un reclamo, y oímos esas melodías de azúcar agrio que aturden el entendimiento, como un vapor que se adentra en el cuerpo y llega inevitablemente a la conciencia. Cómo adjetivar lo que conmueve. El músico solitario nos susurra confidencias al oído, y buscamos refugio en nuestra inocencia residual sin saber responder a esta agitación involuntaria. Entro en el supermercado, leo las portadas de los periódicos que no se han vendido, hablo con un vecino con quien coincido en la caja, y al salir compruebo que la música del acordeón solitario es un destierro emocional cuyo eco se puede oír aún por la noche. 

Motivo: Los acordeonistas de Ciutat, en estos últimos años