En el Instituto, durante el bachillerato, había que
tomar apuntes y pasarlos a limpio todos los días. Recuerdo las clases de Álvaro
Santamaría, el profesor de Historia del Arte. Hablaba como si diera
una conferencia mientras andaba por el aula, y nosotros teníamos que
transcribir lo que decía y luego, en casa, pasarlo a limpio. Al rehacer en casa
el texto, las dudas acerca de lo que había oído se revelaban en el papel por
una frase escrita a medias, porque no me había dado tiempo, o por una tachadura,
pero no me resultaba difícil rememorar las circunstancias concretas del
instante en que don Álvaro había pronunciado aquellas palabras que en principio
se me escapaban: el profesor había carraspeado, o había hecho una observación
lateral, o había cambiado el tono de voz, y ese recuerdo me permitía rellenar
el vacío. Naturalmente, tenía que pasarlo a limpio cuanto antes, porque los
beneficios del recuerdo se podían diluir si dejaba el trabajo para dos días
después en vez de hacerlo el mismo día, nada más llegar a casa. La escritura a
mano permite una aproximación llena de matices a lo que se ha escuchado durante
una clase: hay muchas pistas que relacionan lo escrito con lo oído, debido a la
particularidad de cada línea –todas distintas- y a la cantidad de información
que relaciona las notas tomadas a mano con las circunstancias en que el profesor
iba explicando en voz alta o anotando en la pizarra. ¿Es todo muy
sutil, y quizás sólo es aplicable a los que a causa de la edad fuimos educados sólo con papel y lápiz? ¿Es una experiencia subjetiva, sin más? No, por supuesto que no: la Universidad de Princenton ha hecho un
estudio comparativo sobre las ventajas e inconvenientes de tomar apuntes en un
ordenador, o hacerlo mediante la escritura con papel y lápiz, y las
conclusiones son muy interesantes, porque revelan más o menos lo que mi
generación vivió en su infancia y adolescencia, cuando estudiábamos en el
Instituto. El entendimiento y la memoria se ejercitan mejor si tomamos apuntes
con papel y lápiz. Esto no equivale a dar la espalda a las nuevas tecnologías:
el antiguo papel y lápiz sería equivalente a escribir a mano en tabletas, por
ejemplo. ¿Es posible que la comunidad educativa acepte estas observaciones
sobre la educación?