viernes, 31 de octubre de 2014

Maneras de tomar apuntes

En el Instituto, durante el bachillerato, había que tomar apuntes y pasarlos a limpio todos los días. Recuerdo las clases de Álvaro Santamaría, el profesor de Historia del Arte. Hablaba como si diera una conferencia mientras andaba por el aula, y nosotros teníamos que transcribir lo que decía y luego, en casa, pasarlo a limpio. Al rehacer en casa el texto, las dudas acerca de lo que había oído se revelaban en el papel por una frase escrita a medias, porque no me había dado tiempo, o por una tachadura, pero no me resultaba difícil rememorar las circunstancias concretas del instante en que don Álvaro había pronunciado aquellas palabras que en principio se me escapaban: el profesor había carraspeado, o había hecho una observación lateral, o había cambiado el tono de voz, y ese recuerdo me permitía rellenar el vacío. Naturalmente, tenía que pasarlo a limpio cuanto antes, porque los beneficios del recuerdo se podían diluir si dejaba el trabajo para dos días después en vez de hacerlo el mismo día, nada más llegar a casa. La escritura a mano permite una aproximación llena de matices a lo que se ha escuchado durante una clase: hay muchas pistas que relacionan lo escrito con lo oído, debido a la particularidad de cada línea –todas distintas- y a la cantidad de información que relaciona las notas tomadas a mano con las circunstancias en que el profesor iba explicando en voz alta o anotando en la pizarra. ¿Es todo muy sutil, y quizás sólo es aplicable a los que a causa de la edad fuimos educados sólo con papel y lápiz? ¿Es una experiencia subjetiva, sin más? No, por supuesto que no: la Universidad de Princenton ha hecho un estudio comparativo sobre las ventajas e inconvenientes de tomar apuntes en un ordenador, o hacerlo mediante la escritura con papel y lápiz, y las conclusiones son muy interesantes, porque revelan más o menos lo que mi generación vivió en su infancia y adolescencia, cuando estudiábamos en el Instituto. El entendimiento y la memoria se ejercitan mejor si tomamos apuntes con papel y lápiz. Esto no equivale a dar la espalda a las nuevas tecnologías: el antiguo papel y lápiz sería equivalente a escribir a mano en tabletas, por ejemplo. ¿Es posible que la comunidad educativa acepte estas observaciones sobre la educación? 

domingo, 26 de octubre de 2014

Los datos del partido de fútbol Real Madrid - Barcelona de ayer

Por supuesto: los datos no hablan por sí solos. En una entrevista, Roberto Rigobon dice que "tener más datos no quiere decir que haya mejor información. Los datos son como los criminales: puedes hacerles confesar, pero no siempre te van a dar la información que tú quieres". Siempre he recordado que eso nos lo explicó muy bien el profesor de Sistemas de Comunicación, hace ya muchos años. Puedes tener muchos datos pero poca información, porque los datos necesitan ser interpretados. Y esto se puede aplicar a muchos aspectos de la vida, no sólo a datos de variables económicas o sociológicas. Qué maravillosa interpretación realizó Kepler de las observaciones meticulosas de Tycho Brahe acerca del Universo entonces conocido. Quizás no pueda llamárseles 'datos' a secas, a las observaciones de Tycho Brahe. porque de ellos surgió una teoría muy profunda que nos permite entender de forma más o menos compleja el movimiento de los astros. Ahora estamos acostumbrados a que se publiquen todo tipo de datos acerca de cualquier suceso o acontecimiento. Y con frecuencia esta proliferación de datos no redunda más que en una creciente confusión, a medida que los que deberían de interpretarlos no hacen más que arrimar el ascua a su sardina. Quizás la interpretación sólo es certera a posteriori, cuando el acontecimiento ya se ha producido, como en un partido de fútbol. Por ejemplo, el de ayer, entre el Real Madrid y el Barcelona. El Real ganó con autoridad y buen juego, según los periodistas deportivos, pero esta deducción no es tan evidente a partir de los datos de la estadística del partido. El Barcelona, a pesar de perder, centró más al área contraria (27 centros por 18 del Real Madrid), y dio más pases que el Real Madrid: 630, por 480 del Real Madrid, de los cuales fueron buenos 539, por 398 del Real Madrid. El Real Madrid recuperó más el balón, aunque no significativamente (69 por 64), y en cuanto a pérdidas y regates se quedaron casi a la par (uno más el Real Madrid). La diferencia está en los remates a puerta. De 6, el Real Madrid marcó 3 goles, y de 5, el Barcelona sólo 1. Y ésa es la esencia del partido: los goles, cuya ejecución depende no sólo del buen juego, sino de la buena o mala suerte (un poco diferente del mero azar, sin duda, porque la suerte sólo va asociada a la habilidad, y a saber hacer bien lo que es difícil). Ganó el Real Madrid porque jugó mejor, dicen las crónicas, y todos lo vimos. Pero fueron tan bellos el gol del Barcelona como el tercero del Real Madrid, y los otros dos poco tienen que ver con el buen juego: un error defensivo y un remate de cabeza. ¡Ah, los datos! Uno puede hablar y hablar acerca de ellos, pero lo que importa es la interpretación, que a veces se oculta a la frialdad de las cifras y de los porcentajes. Lo decisivo fue ayer la parada de Casillas a Messi, y el juego fino y siempre alerta de Benzema.

Motivos:
-Entrevista a Roberto Rigobon, publicada en El País de hoy, Profesor en el Centro Sloan de Administración de Empresas del MIT
-Real Madrid 3 Barcelona 1, partido de fútbol disputado ayer.

viernes, 24 de octubre de 2014

Para qué puede servir la paga extra

'Dos días, una noche': los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne son los directores de esta película sobre la solidaridad, que es lo que queda en la memoria inmediata al salir del cine. De los 16 compañeros de trabajo, 8 apoyan a la protagonista, y 8 no. Durante dos días recorre las calles de su ciudad yendo y viniendo de su casa a la casa de sus compañeros de trabajo. ¿Le apoyarán en la votación del lunes? Para apoyarla, han de renunciar a su paga extraordinaria, y así la empresa la va a readmitir. ¿Cómo se puede convencer a alguien a renunciar a los 1000 euros de la paga extraordinaria? La película no presiona al espectador acongojado: no hay valoraciones morales sobre los motivos de cada uno de los que han de decidirse en un sentido u otro. Asistimos a justificaciones más o menos egoístas, a rectificaciones, a una explosión sentimental, al valor y a la cobardía, al estímulo de las conciencias. Sandra cruza las calles, pulsa el timbre de las viviendas de sus compañeros, los escucha y ellos la escuchan a ella, todos aturdidos porque los papeles se pueden cambiar en un futuro inmediato (quién sabe si dentro de poco, quién sabe) hasta la conversación final con el dueño de la empresa, en donde acaba la historia con una demostración del valor de la protagonista, que se salva y los salva a todos. La vemos andar de manera decidida, por las mismas calles del fin de semana, pero ahora ya  sabe que puede continuar para empezar de nuevo, y que el duro periplo ha servido para aumentar su confianza en ella misma y en los demás.

Motivo: 'Dos días, una noche', de los hermanos Dardenne, con Marion Cotillard, Fabrizio Rongione.

Martín Chirino

Miro con fervor un documental sobre el escultor Martín Chirino, que al hablar parece que nos transmite su manera de mirar el mundo y las múltiples variaciones que se pueden dar al interpretarlo. Sus esculturas arrancan de su experiencia en el astillero en el que trabajaba su padre. Las grandes formas, la utilidad de los instrumentos de trabajo, la precisión de las piezas labradas, e incluso la música tan especial que él oía: de ahí viene la hélice, el origen de su trabajo a lo largo de tantos años dedicados a ese arte de vigor y de ternura, porque el hierro tiene esta suma de aparentes contrarios que se refuerzan y se complementan. La hélice, dice Martín Chirino, es el origen, un origen que se dirige al infinito. Me ha parecido una bella definición de la vida, o así la he interpretado: un origen que se proyecta hacia un infinito desconocido. Saber se queda en un intento, pero nunca es en vano, y algunos seres humanos se afanan con tesón para acariciarlo. No me importa, dice Martín Chirino, que mis esculturas sean considerados objetos; al fin y al cabo vienen a ser símbolos de lo útil. Y ahora se quedan en mi memoria algunas imágenes no efímeras, como el Museo al aire libre de La Castellana de Madrid, en el que hay una pieza coloreada del escultor. Se titula Mediterránea, la interpretación del mar Mediterráneo realizada por un artista del Océano. Al llegar a casa, esta noche, en lugar de sintonizar un canal de noticias me he quedado con un documental sobre el gran escultor. Cuánto he ganado, sin proponérmelo.

lunes, 20 de octubre de 2014

Barcelona, entonces

Dos mujeres acarrean cada una de ellas dos cubos de agua en las barracas de Montjuïc. Unos niños juegan en el barrio del Carmel. Son dos de las fotografías tomadas a finales de los 60 y a principios de los 70 por Sergio Dahò, y al mirarlas no doy crédito a mi memoria: en 1970 viajé por primera vez a Barcelona para empezar mis estudios en la Universidad Central. En la que entonces era sin duda la ciudad más moderna de España había barrios en los que sus habitantes vivían con grandes dificultades materiales. Al parecer, hay personas que han acudido a la exposición y han ayudado a localizar el lugar en donde se realizaron algunas fotografías. Qué función tan esencial la de la fotografía, que nos devuelve al pasado para explicarnos el presente: en donde había calles que empezaban a llenarse de edificaciones incontroladas, ahora hay avenidas y modernas urbanizaciones, y nuestra mirada se ha de quedar por fuerza sorprendida. ¿El presente necesita del futuro para ser explicado? ¿Alguno de los niños de la fotografía del Carmel acudirá a la exposición y se reconocerá?

Motivo: Fotografías de Sergio Dahò que se exponen en Barcelona

Platero y yo

Abro Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez, y en vez de leer parece que miro a Platero, pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. Leí alguno de sus capítulos hace 50 años, cuando era un niño de pueblo que vivía rodeado de Plateros, pero aún así no los veía: el Platero de los hermanos zapateros, el del pintor Pedro Sureda, el de mi abuelos paternos, que vivió más allá de mi infancia. Yo no los veía, y quizás por eso me hacía eco de lo que decían algunos mayores: es un libro para niños...Pero ahora, tantos años después, compruebo con estupor que no es un libro para niños, o no tan sólo, porque abarca miradas de cualquier edad, y quizás, y quizás sobre todo, una mirada de adulto, o de adulto que mira a la vez con ojos de niño y con ojos de adulto. Cómo avanza Platero por el prado, cómo se entretiene con las flores y ayuda a que miremos con delectación lo que es aparentemente simple y es, sin embargo, complejo. La memoria nos devuelve a las sensaciones primeras, y nos realimentamos con la luz de entonces para escarbar otra vez en aquello tan vivo aún, tan dentro de nuestra sensibilidad. Platero y yo, leído 100 años después de ser publicado, puede ser un estímulo para gozar del lenguaje...y de la vida vivida.

miércoles, 15 de octubre de 2014

El padre de Luis Landero

Las huellas que nos dejan nuestros padres permanecen en nuestra memoria como si estuvieran agazapadas, a la espera de que vayan saliendo a flote para enseñarnos lo esencial de la vida. Luis Landero ha publicado una novela sobre su padre, que voy a leer cuanto antes. Se titula 'El bosque en invierno'. Transcribo un fragmento de la entrevista que publica el periódico de hoy: " Me gustaría que fuera real. Fue tanta la frustración, lo que yo le decepcioné, tantas las ofensas que le hice...Recuerdo gestos suyos de cariño; tenía pocos, no sabía manifestarlo...Sacaba su pañuelo de hierbas, me limpiaba los mocos y me decía: Mira en la chaqueta. Y me había traído unos cacahuetes, esas pequeñas cosas". Lo leo como si estuviera contando un episodio de mi vida, eso que está ahí, a la espera de brotar, como una flor dormida, y que de repente surge de un estímulo imprevisto, pero cierto.  Miro el retrato de Luis Landero que acompaña la entrevista. Está sentado, la mano izquierda se apoya en el mentón, el codo sobre la mesa, la mirada fija en algo que no vemos, y la mano derecha sobre el muslo, mientras releo lo anterior, Recuerdo gestos suyos de cariño, y surge mi padre, casi de la nada, quizás algún día cuando alguien llame a la puerta y sea él.

Motivo: Entrevista a Luis Landero, El País de hoy. Fotografía de Samuel Sánchez.

lunes, 13 de octubre de 2014

Un niño monta en bicicleta entre ruinas

Un niño monta en bicicleta entre las ruinas de Gaza. Miro detenidamente la fotografía de Mohammed Salem, que es un lamento por los bombardeos que destruyen ciudades y dejan edificios en ruinas y barrios recordados por entre los cuales un niño va en bicicleta, como si intentara descubrir algo, o como si avanzara entre lo que ha quedado de su ciudad para asimilar brutalmente que las palabras se pierden en la nada, que todo lo que se le ofrece es una vida sin futuro, porque otros, los mayores, viven agazapados con sus odios y sus ruinas interiores. El niño conduce la bicicleta entre ruinas, y las ruinas lo rodean, edificios caídos y cables que no están conectados a nada: la nada y la nada, pero no la nada de la que va a surgir algo, por lo menos no ahora mismo. El niño que va en bicicleta por una calle inexistente parece que va a la búsqueda de algo, como si la bicicleta hubiera sobrevivido de milagro y fuese ahora un objeto valiosísimo. Hay otro niño detrás de él, mirándolo como los lectores del periódico miramos la fotografía, pero desde dentro, en donde están los que padecen y miran y saben que el dolor permanece cuando el futuro se estanca en la mesas de los desacuerdos de los gobiernos y de las organizaciones. Cómo deseo que crezca este niño de la bicicleta, y el niño que está detrás de él, el de la camiseta roja, y que al crecer puedan hacerlo sin empuñar armas, porque ya no sea necesario. Y con la única bandera del ser humano libre, y sonriente, y que la bicicleta sea una bicicleta entre prados iluminados por una luz hermosa.

Motivo: Fotografía 'Un niño monta en bicicleta en las ruinas de Gaza, en septiembre', de Mohammed Salem (Reuters)

domingo, 12 de octubre de 2014

El Universo plano

Qué placer poder comunicarnos mediante la lectura con los autores de los libros. En la infancia sólo utilizaba la memoria, los ríos y las ciudades de España y de Europa y de América y de Asia y de Australia. Qué fuerza poderosa de la imaginación me impulsaba a hacerme una idea del Mississipi, del Amazonas, del Nilo, del Sena, del Danubio, del Yenisei. Nueva York era casi de otro planeta. Poco a poco a lo largo de la vida la memoria cede el paso a la comprensión, o por lo menos lo intenta, aunque haya que esforzarse mucho para imaginar lo inconcebible. ¿Cómo puedo concebir un universo plano si siempre me lo había imaginado esférico, las galaxias expandiéndose sobre su superficie? El Universo plano me devuelve al horizonte de la infancia, con abismos que agobian el entendimiento y me someten a un escarceo con mi falta de aptitud, seguramente, para entender lo que leo esforzadamente.Y sin embargo qué placer este acercamiento a lo que no sé, a lo que quizás no entenderé nunca del todo.

Motivo: Lectura de  'Un Universo de la nada', de Lawrence M. Krauss.

sábado, 11 de octubre de 2014

Miguel

Saber lo que ocurre a nuestro alrededor, ser capaces de establecer relaciones de causa a efecto: a veces es suficiente un paseo por el barrio en que vivimos para conocernos mejor a nosotros mismos a partir de lo que vemos en los demás. Una mujer me llama por detrás. Miguel. Yo estoy esperando en el paso de peatones, y me giro y la veo. A su lado está su marido. Me cruzo a veces con ellos por la calle, y sin embargo no creo recordar que hayamos hablado casi nunca, por lo menos con la intención de dirigirnos el habla mutuamente. Miguel. Y al girarme y fijarme en su expresión me parece que se ha dirigido a mí con un trasfondo de ternura. No recuerdo su nombre, ni el de su marido, aunque puedo saberlo, por lo menos el de él, porque aparece en el listado de los gastos de la comunidad. Cuando por la calle alguien te llama por tu nombre lo agradeces casi sin darte cuenta, y la ciudad se convierte en un lugar más cálido de lo que, mezquinamente, habías supuesto. La mujer que me ha llamado Miguel es muy amable conmigo, y la despedida me conmueve, mientras su marido no osa hablar, -cualquier encuentro fortuito puede ser embarazoso- pero también me conmueve a pesar de su silencio. Avanzo hacia mi portal sin importunar más a mi conciencia, dispuesto a seguir hacia el ascensor. Y justo entonces decido subir a pie, y mientras subo la escalera lentamente aún escucho el eco de la palabra que alguien puede usar para dirigirse a mí en un paso de peatones. Miguel.

Teresa Romero

Leo el periódico, y enseguida me detengo en la foto de la portada. Vemos una ventana de la sexta planta del Hospital Carlos III, en donde está Teresa Romero, y debajo otra ventana, de la planta quinta, en la que Javier Limón, esposo de Teresa, acodado en el alféizar, mira hacia el exterior. La vida cotidiana de repente se ha convertido en una desazón para todos, porque un virus obliga a varias personas a estar recluidas como medida de precaución en el Hospital Carlos III. No hay constancia de la efectividad de los medicamentos, aunque el Mzab, según leo en un artículo de E.G. Sevillano (El País de hoy), curó completamente a unos monos expuesto a la cepa Zaire. Sin embargo, lo que puede servir para una persona puede que no sea útil para otra, sobre todo si aún no se ha pasado de la fase experimental. Hurgo en mi memoria, a más de 600 quilómetros de distancia de Madrid, y veo el Hospital Carlos III desde el autobús, en aquellos año en que recorría cada día la avenida Sinesio Delgado para ir a trabajar. Parece que lo que recordamos nos abre a la reflexión con más fuerza. La ventanas que ahora veo en esta fotografía se balancean en mi tiempo personal, y siento dentro de mí con una fuerza demoledora una necesidad apremiante de que Teresa derrote a ese virus. Y que África sobreviva con la ayuda de Occidente, porque su supervivencia es imprescindible para el Mundo, y además es una condición necesaria de la nuestra.

Motivo: Fotografía de portada de El País de hoy, de Andrea Comas (Reuters)

Sophie Scholl

Hace unos años, durante una visita a Berlín, conocí la historia de Sophie Scholl, tan breve, tan intensa, tan conmovedora. El pensamiento en libertad exige mucha fortaleza, y cada uno de nosotros empieza a descubrirlo cuando somos conscientes de la complejidad del mundo y de la dificultad que supone enfrentarnos a cualquier problema concreto. El entendimiento de Sophie era de una claridad extraordinaria, y su capacidad para tomar el camino correcto, en contra del entorno hostil, nos sobrecoge y nos alienta. Su fortaleza salta desde el día de su ejecución hasta ahora mismo, y nos trae la rosa blanca de su mirada. Veo la película de Marc Rothemund con la respiración contenida, y cada uno de los gestos de la actriz Julia Jentsch me parece una huella de libertad. Cuánto puede hacer el cine para mostrarnos la cara más esperanzadora del ser humano.

Motivo: 'Sophie Scholl (Los últimos días)', de Marc Rothemund, con Julia Jentsch, Alexander Held, Alemania, 2005

jueves, 9 de octubre de 2014

El violinista Joji Hattori

Ayer, en el concierto de la Sinfónica, el concierto para violín número 1 de Bach me sugirió que la belleza de la música depende de la manera en que los intérpretes son capaces de desprenderse de lo accesorio para centrarse en lo esencial. El solista, Joji Hattori, que además era el director, parecía dejarse llevar con suavidad por la partitura, como si la sensibilidad estuviera en la manos, o como si éstas fueran mensajeras de la emoción. Sólo la música en directo permite descubrir los detalles con que se construye una interpretación. Esa mirada persuasiva, esa manera de colocarse el violín pegado al hombro, ese movimiento de la cabeza que se dispone a concentrarse, esa mirada de compenetración con el violonchelista que justo detrás aprueba con complicidad y satisfacción. Cuántas veces habré oído este concierto, y sin embargo cuánto descubrí ayer, casi sin proponérmelo.

Motivo: Concierto n 1 para violín, de Bach. Orquesta Sinfónica de la Islas Baleares. Solista y director: Joji Hattori.  

martes, 7 de octubre de 2014

Saber esperar

Tengo la sensación de que las personas tienen cada vez más dificultad en saber esperar. Subo al autobús, y observo que la mayoría de jóvenes miran continuamente su teléfono móvil. Lo mismo ocurre en los bares, al tomar café, o en los aeropuertos, o en cualquier sitio. Y me viene a la memoria una fotografía. Una mujer vieja está sentada en la Estación de Atocha de Madrid, en 1957. A sus pies tiene una cesta de mimbre, y sus ojos miran con firmeza. No está adormilada, sino que vive su espera con atención, como si fuera consciente de la importancia de este período de tiempo en que el tren es una esperanza o una aflicción. Quizás regresa a su pueblo; quizás se ha ido de él para siempre. Está sentada en la vieja estación de ferrocarril con todo su cuerpo viviendo el acto de la espera. Hay en ella una concentración de sentimientos que roza la serenidad, y el valor. No es fácil viajar solos en la vejez, y sin embargo ella lo hace, sin autocompasión, con un valor que le viene de lejos, y que ahora transmite a través de su cuerpo. Esta fotografía es más que un recuerdo de otros tiempos. Es una manera de estar en el mundo, que contrasta con la inquietud creciente que observo en los que me rodean, y seguramente en mí mismo, Saber esperar es ahora más difícil.



'Vieja en la Estación de Atocha', 1957,  fotografía de Gabriel Cualladó (1925-2003)

Unos días en Francia

Cambias de país durante unos días y todo cambia: la mirada se enriquece y se alimenta, casi sin darnos cuenta. En Sommières hay una atmósfera de vida concentrada en el mercado de los sábados. Todos los ciudadanos se reúnen para comprar frutas, verduras y queso, y para tomar una copa de vino y unas ostras. La vida en sociedad adquiere su sentido en estas pequeñas alegrías que se nutren de lo esencial: la plácida conversación, el intercambio de gestos, la pasión controlada de vivir con la ilusión de un presente que merece la pena. Al atardecer se escucha el murmullo del Vidourle, ese río que a veces se desborda, pero que suele ofrecer su corriente de agua como un don. Y hay, sin duda, algo de Sommières que merece ser destacado: el cine Venice, un cine de los de antes. Paseando de noche aparece de repente a la derecha del Vidourle, y es un símbolo de este país, de esta Francia en la que aún se combinan serenamente la tradición y la modernidad.

Motivo: Viaje a Sommières, Gard, Francia.