miércoles, 31 de diciembre de 2014

El dilema de Grecia

Otra vez con el corazón en vilo por lo que ocurre o por lo que vaya a ocurrir dentro de poco en Grecia. Cuando suenan los tambores de las elecciones parece que más bien suenen los tambores de una catástrofe postergada en los últimos años por muy poco, casi siempre en el límite de la caída por un precipicio que los más agoreros profetizan con seguridad - y ahora recuerdo artículos que nos hicieron tiritar en 2012, como uno que me afectó mucho, de Paul Krugman-. Ojalá se equivoquen, ojalá sepan de una vez que son los griegos los grandes afectados, no los mercados, no los bancos: en éstos está la causa de las restricciones y del dolor. La corrupciones pasadas han sido pagadas con creces, y ahora debería de empezar la recuperación. Veo en una fotografía a Andonis Samarás, el primer ministro, sentado en un sofá oscuro como su traje, meditabundo, con su compostura de político avezado y prudente, en una actitud de quien nos da la sensación, al atisbarlo, de que no sabe qué puede hacer para que el desasosiego no aumente más. Pero si gana Syriza será porque los griegos lo habrán decidido democráticamente, y nadie debería interferir hasta las elecciones, ni para asustar ni para lanzar lamentos a priori que no conducen a nada, salvo a la confusión y a la incertidumbre. Qué difícil es que la política europea salga de sus limitaciones. Cuánta falta hace un solo gobierno de Europa para solucionar los problemas de los europeos. Pero quién quiere ceder un ápice de su poder para mejorar la eficacia del sistema. El dilema de Grecia es el dilema de Europa.