jueves, 31 de diciembre de 2015

2016

¿Cómo será 2016? El pesimismo de El Roto en su viñeta de ayer es sobre todo sarcástico. Empezaremos con las secuelas de la ristra de acontecimientos de 2015, el Mundo girando como cada día y nosotros abrazados a lo que haya. He de mirar por fuerza las fotografías del periódico. Un refugiado afgano en la plaza de la Victoria de Atenas se cubre con una manta que le llega hasta los pies, pero no le tapa del todo las humildes alpargatas. A su lado, una mochila, colocada sobre una especie de mantel.





Motivos: El País 31-12-2015
-Viñeta de El Roto: un hombre sentado (gafas negras, barba, calvo, traje a rayas) murmura, o quizás nos dice a los lectores: FELIZ AÑO ÑUEVO y en seguida añade AUNQUE NO CREO

-Fotografía de Alkis Konstantinidis, de Reuters






El año se termina caminando

Ciutat está ahí, a nuestro lado, un escenario que nos protege y abriga. Su nombre, Ciutat, es el genérico, pero no tanto, porque en una isla hay pueblos y una ciudad, y la ciudad de aquí es Ciutat. Para qué darle otro nombre. Me gusta caminar por sus calles antiguas, tan llenas de serenidad, no ajenas al dolor y a la pobreza. La cola de necesitados  en la puerta de los Caputxins ha sido muy larga durante todo el año. La maldita crisis acecha y escarba en los cuerpos más débiles. Las almas son una consecuencia. Los cuerpos y las almas: al fin y al cabo qué los diferencia. Sigo caminando. A veces los pasos resuenan al doblar una esquina, y escucho un bolero, o un villancico, o un berrinche que traspasa una ventana. Unas plantas desordenadas llenan un balcón, y cuando voy por la calle Sindicato soy capaz de girar a la izquierda, hacia las tres plazas que me acogen. Ahora se transforman para el turismo de calidad, aunque no sé si tan modernas van a gustarme tanto como antes. El comercio de menaje y de pequeños electrodomésticos ha cerrado ya. El último propietario y yo compartimos la misma bisabuela. Al lado hay un hotel moderno que da renombre a los alrededores. Y los grafitis, casi en el gozo de sabernos libres, ahora que empezamos a madurar con rapidez, las piernas que aún nos permiten todo esto. Ciutat está ahí, y sobre todo la ciudad que sobrevive, esta legendaria pasión por revivir entre las piedras más antiguas y los saberes más tiernos, los que descubrimos caminando y caminando, incansablemente. Encuentro un amigo, hablamos un rato de casi nada, con esta especie de cansancio emocional que entre los mallorquines nos hace huir de los demás y que sin embargo puede parecer tan tierno, tan esquivo en su deseo de acercarnos. Timidez de la dulzura de trato, que nos acerca y nos aleja a la vez. El barrio antiguo es nuestro campo de operaciones. Hay quien no abdica nunca, valientes como Álex, con su estupenda librería, que da gusto. Los libros aún, ese vicio de leer y de caminar, que quizás se complementan o se funden el uno en el otro. Ciutat, nuestra pequeña gran ciudad. Ahora los políticos le quieren cambiar el nombre otra vez, Palma o Palma de Mallorca, qué más da, pero nosotros, los que cuando éramos pequeños vivíamos lejos, en algún pueblo, le seguiremps llamando Ciutat. Para qué hay que cambiar el nombre de las cosas, si ya tienen el suyo. Las verdades, las pocas que atesoramos, deben de ser defendidas. Sin acritud, por supuesto. Mi amigo me dice que ha encontrado el mejor café, en una cafetería nueva. Pero a mí no me ha parecido tan bueno. Bueno, los criterios dispares son siempre más agudos que los unánimes, se refieran al mejor café de Ciutat, o a cualquier otro asunto. Si todos opináramos igual el aburrimiento sería insoportable: si no recuerdo mal sólo se consigue por imposición. Le digo a mi amigo: cuando me quiero explayar un rato, le digo, en vez de tomar un café, entro en una iglesia y me siento en un banco a contemplar el techo, el altar oscuro, ese silencio que parece turbio de incienso y de rezos apagados. Yo, que ya no creo en dioses ni en rezos, entro en las iglesias como si fuera un viejo inocente que no cree en ningún misterio, pero sí en la búsqueda de algo inaprensible. Y ya dentro descubro que no hay misterio alguno, sólo el placer del silencio. Y el olor de las flores marchitas. Y al salir de nuevo a la calle es como si hubiera venido de un viaje muy largo. Mi amigo y yo nos despedimos porque no queda más remedio. Pero yo seguiré caminando por Ciutat, así, como lo hago ahora, como si las calles no se terminaran nunca y la ciudad fuese inagotable.

martes, 29 de diciembre de 2015

Harold Kroto

Leo una entrevista al científico  Harold Kroto. Cada respuesta nos remite a nuevas preguntas que hay que intentar responder. No hay respuestas definitivas. La molécula C60 que él descubrió lleva a nuevas investigaciones. Los caminos se bifurcan y se ramifican, y recorrerlos es una tarea necesaria. Lo que hay más allá aún no se sabe. HK dice que los grandes avances han de venir de la ciencia básica, de aquello que no es inmediatamente útil. Pero es consciente de que vivimos inmersos en el cálculo de los beneficios inmediatos. Cuando le preguntan cómo le gustaría ser recordado, contesta que no le importa mucho, y que ha aprovechado el prestigio del Premio Nobel que le concedieron para intentar mejorar un poco las cosas. Miro el retrato que acompaña a la entrevista. HK mira con dulzura, como si sus ojos quisieran sólo contemplar lo que merece la pena. Su cara denota tranquilidad de ánimo, o quizás se confunda esta expresión con el cansancio que según el entrevistador sentía al final de la entrevista,  

Motivo: Entrevista de Nuño Domínguez a Harold Kroto. El País, 29 de diciembre de 2015. Fotografía de Carmen Valiño  

sábado, 26 de diciembre de 2015

Huellas perdurables

Una botella de agua, dos tabletas de turrón, una botella de vino, un rollo de papel de cocina, varios libros, la acuarela que I pintó ayer, y que destila felicidad: cualquier casa es un lugar en el que se cruzan una gran cantidad de cosas inconexas pero a la vez necesarias. Si un paleontólogo del futuro escarba en la tierra, quizás encuentre esto, o detalles parecidos de la vida de las personas humanas de ahora mismo. Podrá sacar conclusiones más o menos certeras de lo que habrá sucedido aquí, en esta casa, o en la ciudad entera. La vida de cualquier ser deja huellas que van a permanecer, a pesar del olvido en el que parece que se sumen. Siempre hay alguien que levanta el polvo, o las sucesivos estratos que se han ido acumulando, y las descubre.

Motivo: Lectura de los primeros capítulos de La sexta extinción, de Elizabeth Kolbert.

jueves, 24 de diciembre de 2015

Madrugada silenciosa

Me he despertado y me he levantado en seguida. El día de Navidad no se oye nada, ni siquiera un coche. Es el amanecer más silencioso, uno de los más silenciosos del año, si no el que más. Ayer por la noche apenas recibí mensajes. El de César, un viejo amigo al que no veo desde hace diez años. Y en este período de tiempo ha ocurrido de todo: viajes, idas y vueltas, muertes, y nacimientos. Nos lo contamos: cada uno va conociendo la biografía del otro, a grandes trazos. Cuando pasa la vida nos vamos agarrando cada vez más a lo que nos parece lo fundamental. La sobriedad de los hechos desnudos nos marca. Al fin y al cabo cada historia personal es una sucesión de actos que se pueden contabilizar con facilidad. Ahora oigo un coche, ahora otro. Han pasado dos horas con una rapidez endiablada. Habría que ver si el silencio acelera el paso del tiempo. Esta sensación de vértigo al dejarnos llevar. Pensar un poco, sentir. Desarrollar la condición de ser absorbido por la vida que pasa. 

Fiestas de Navidad

Un período de tiempo no demasiado largo que llenamos de buenos deseos. Una incitación a la esperanza de que el año que va a empezar sea mejor que el anterior -pero quizás deberíamos de ser más realistas: que no empeore lo vivido en el último.

Un período de tiempo que parece empujarnos a un consumo de cosas accesorias. Bolitas de colores, árboles extraños, recomendaciones de algún caritativo que derrama inocencia.

Un deseo sin duda verdadero de fraternidad. Pero demasiado abstracta.

Lo sé cuando de repente me pongo a leer el periódico.


domingo, 20 de diciembre de 2015

La albahaca del campo de refugiados de Yarmuk

Veo una fotografía de Yarmuk, de Natalia Sancha. La veo y empiezo a mirarla. Dos soldados caminan por una calle. Decir una calle es una manera de nombrar algo que se le parece. Los portales de los edificios a ambos lados están carbonizados. Casi toda la imagen está en sombras, excepto un rectángulo central, en el que al fondo se ve un edificio iluminado por el sol, que también está destruido. Uno de los soldados va  hacia este edificio, en el cual quizás se haya quedado alguien  entre los escombros. Otro soldado, más cerca de la fotógrafa, va en el mismo sentido. Abajo, a la izquierda, se ve un tubo flexible; a la derecha, una barra aparentemente rígida. En la crónica, Natalia Sancha cuenta que "Las balas apenas se escuchan ya en el campo de refugiados palestinos de Yarmuk...a tres kilómetros al sur de Damasco. Prueba del impasse son las plantas de albahaca de metro y medio que florecen bajo el cuidado de los uniformados en el último control militar".

Motivo: Crónica de Natalia Sancha, El País, 5 de diciembre de 2015. La foto es también de Natalia Sancha.



Confianza en lo que ves

Caminar por las calles empinadas de El Terreno, dejar que cada paso sirva para redescubrir esta parte de la ciudad: el domingo por la mañana el tiempo se expande y deja que cada cual se oriente en la dirección que més le place. Una mujer joven va delante de nosotros, con un panecillo en una bolsa de plástico. Esta mujer debe de vivir sola, me dice P., porque ha comprado tan sólo este panecillo; fíjate cómo lo lleva, ni siquiera lo ase con fuerza, lo lleva apretando el lazo con los dedos. La calle es empinada, y las rodillas se notan, qué remedio. Otra mujer paseando, con un perro. Al entrar en el bosque no se ve a nadie. Hay muchos tréboles. Y gotas de rocío por doquier: el agua de los pájaros. Caminar da confianza en lo que ves, o en lo que intuyes. 

viernes, 18 de diciembre de 2015

Los candidatos

De noche, los paneles de las paradas de autobús iluminan la calle. Pedro Sánchez y Mariano Rajoy parece que nos interpelan, como si quisieran hacerse notar.

Miradme, dice Pedro Sánchez.

De Mariano Rajoy hay dos retratos diferentes. Uno de ellos es más o menos como el de Pedro Sánchez, pero en el otro está en actitud pensativa, un poco ladeado, como si el fotógrafo  hubiera escogido cuidadosamente el instante.

A Pablo Iglesias y Albert Rivera casi ni se les nota. En la publicidad electoral su papel es más bien secundario. Y no digamos los restantes: Alberto Garzón, Andrés Herzog, ausentes del todo. O los líderes de los partidos de ámbito sólo autonómico, que en Mallorca pasan desapercibidos, aunque sus votantes los conocen de sobras.

Como casi siempre, habrá que elegir entre la realidad y el deseo.

Motivo: elecciones 20D




jueves, 17 de diciembre de 2015

La Novena de Beethoven

El quinto concierto de la temporada ha sido como volver a empezar, después de un mes desde el concierto último. Cuando se interpreta a Beethoven hay muchos más asistentes, esta vez con razón, porque la Novena es una cima. Quizás estamos esperando escuchar lo conocido, esa impaciencia por gozar de nuevo de la música que nos ha hecho vibrar de jóvenes, el Himno a la Alegría, la emoción vivida sin necesidad de protegernos. Los abonados acabamos conociéndonos, y si falta alguien nos sabe mal, porque pensamos qué le habrá pasado a éste que se sienta tres butacas más allá de la mía, por ejemplo. Ayer faltó la señora que se sienta a mi lado, a mi derecha, una señora educada con la que comparto el placer de algunas piezas que a ella le suelen gustar mucho. Y entonces me lo dice con una expresión comedida, como si el entusiasmo no se le desbordara nunca, una medida precisa de sus sentimientos. Quién sabe lo que cuesta emocionarse en público. La emoción es una sucesión de gestos que nos delatan, los aplausos como una entrega, un presente, eso que sirve al intérprete, tan necesitado de reconocimiento y de adhesión. Escuchar es una necesidad de ajustar el ritmo del oído a la batuta del director, dar vueltas con la imaginación a una salsa emocional sin que la salsa salga del recipiente. La frecuencia que debe de ser y no otra. La frecuencia de resonancia de mi ciudad es Beethoven, Brahms, Bach. Más allá chirrían los goznes, y hay que resignarse un poco. La Novena es la representación del entusiasmo.  Bien pues, esta vez. Todos contentos.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Puntos de vista complementarios

"Pedro Sánchez ganó claramente el debate del lunes por la noche y salió muy reforzado como candidato a La Moncloa". Así empieza el editorial de El País de ayer, que resalta la 'victoria' de Pedro Sánchez en el debate con Mariano Rajoy.

Unas páginas más adelante, en la columna de Antonio Elorza, se critica al líder socialista porque, según el articulista, dista mucho de ofrecer la confianza necesaria a los ciudadanos. Viene a decir que desde Felipe González el PSOE no ha tenido un líder con garantías.

Quizás las dos opiniones no sean contradictorias, ya que el editorial se limita a hacer una reseña del debate, sin señalar las virtudes y los defectos de Pedro Sánchez. Quizás tan sólo son complementarias.
En cualquier caso sirven para que se muestre a las claras que un medio de comunicación ha de dirigirse a sus lectores desde puntos de vista diferentes.

La libertad de pensamiento se ha de basar en la complejidad de la mirada.


Motivo: El País, 16 de diciembre de 2015

En las guerras

En las guerras tenemos tendencia a clasificar a los contendientes en buenos y malos. En las películas del Oeste de hace cincuenta años, o algunos más, siempre ganaban los del Séptimo de Caballería, y los pobres indios eran los malos. Después supimos que los indios luchaban por defender su territorio. Así que no eran los malos, sino todo lo contrario: habían sido atacados injustamente y desposeídos de sus tierras a la fuerza. Así que el transcurso del tiempo cambia las clasificaciones acerca de quiénes son los buenos y los malos. Hay una escena en la película El Sur, de Víctor Erice, en la que la abuela le cuenta a su nieta que su marido consideraba como buenos aquellos que para su hijo eran los malos de la Guerra Civil española. Naturalmente que fueron los fascistas los causantes de la guerra, pero después de empezar la guerra el comportamiento de cada uno se ha de enfrentar a su conciencia. Esto viene a cuento porque en la crónica de hoy de Natalia Sancha en El País, que se titula "El batallón de las sirias", se cuenta la historia de una francotiradora, 'una de las 800 soldados mujeres que durante los últimos tres años se han unido a la Guardia Republicana del Ejército sirio'. Estas mujeres se alistaron 'por la patria, por Siria y por apoyar a los hombres en su defensa'. Leemos sus motivos y comprendemos que las valoraciones morales que nosotros podamos hacer después acerca de los bandos contendientes en Siria apenas le sirven a esta mujer joven que empuña un fusil. Alguien, quizás alguien muy malo, enciende la mecha de la guerra, y después la guerra ya es incontrolable: se suceden los acontecimientos, y los soldados luchan, en el fondo, para sobrevivir. 

Motivo: Crónica y fotografía de Natalia Sancha, El País, 16 de diciembre de 2015

martes, 15 de diciembre de 2015

Escuchando a Anton Chéjov

Muchos cuentos de Anton Chéjov son conversaciones a las que el lector asiste como si fuese un invitado de primera fila. Uno de los protagonistas habla, y quizás sea él mismo el eje de lo que se cuenta, como en Sobre el amor, O lyubvi, de 1898. Un cuento te permite atisbar el carácter de los personajes, alcanzarles en su carrera por la vida, pararles un rato y escucharlos. No hace falta decir muchas cosas sobre alguien para conocerlo. Y en todo caso la ficción es un estímulo para que prolonguemos con nuestra imaginación lo que se nos dice, sin ponerle aún el punto y final definitivo. Podemos seguir imaginando, celebrando que acabamos de conocer a alguien que puede servirnos para una conversación interior, con nuestra conciencia como interlocutora. Nos reconforta haber conocido a alguien que nos sugiere un pensamiento original, o que simplemente nos explica lo que acaba de ver, o lo que sintió hace algún tiempo. La manera de mirar el mundo es un compendio de todos los personajes de la literatura que hemos conocido, tanto o más que las personas reales que se han relacionado con nosotros.

domingo, 13 de diciembre de 2015

Tranvías en la memoria

El tranvía pasaba por esta calle, me dice Pep, esta calle se pierde en el pasado y me recuerda a Lisboa, y yo, que aún no he estado en Lisboa, he de observar las roderas del tranvía con atención, sin apenas desviar la mirada de las piedras gastadas, mientras caminamos silenciosamente. Acercarse a las ciudades es buscar puntos de encuentro, razones para ir de unas a otras con el entendimiento o la memoria. El tranvía pasaba por esta calle, y aún se ve en una fotografía de Lisboa, que casualmente encuentro en una revista, horas después, mientras tomo café en el Bar Bosch.

Motivo: Palma, mañana de domingo, carrer del Polvorí, y fotografía de Céline Colin en Jot Down nº3

Mañana de domingo

La ciudad, un domingo por la mañana, no parece la de los días laborables. Caminamos por el Paseo Marítimo al sol de esta mañana de diciembre que podría ser primaveral si no empezaran a caerse las hojas de los árboles. La media docena de chopos de Sant Agustí se desnudan día a día, y también los de la calle de Antich, y con toda seguridad los de Castilla la Vieja. Pienso en ello mientras caminamos plácidamente, sin apenas cansarnos, porque en esta plácida atmósfera es muy difícil cansarse. Caminar es un placer, uno de esos placeres cotidianos que no cuestan nada. La experiencia de otras caminatas nos sugiere que ahora, al girar hacia El Terreno, la ciudad cambiará de golpe. Las calles estrechas suben sigilosamente hacia el bosque de Bellver, y en algunas de ellas aún quedan las huellas del viejo tranvía. Aquí vivimos Marta y yo durante nueve años, me dice Pep, pero nuestra vida se centraba en ir de casa al trabajo y del trabajo a casa. Una mujer habla por teléfono desde la terracita de su vivienda, y al final, cerca de la puerta metálica que da acceso al bosque, hay varias casas que parecen una copia exacta de las casas anteriores a la revolución industrial. La belleza de algunas casas no se ajusta a las modas ni a argumentos de especialista: parecen construidas tan sólo para dar cobijo a las personas, para nada más. La utilidad es lo que con el tiempo otorga belleza a las obras humanas. Lo excesivamente suntuoso o estrafalario se convierte en accesorio o irrelevante. La ciudad se acaba después del grupo de casas de otros tiempos que han perdurado más allá de modas y de convenciones, y detrás de la barrera tan sólo entornada hay todo un bosque mediterráneo que se puede recorrer como si en realidad hubiésemos llegado a un lugar imaginario. Parece un milagro, le digo a Pep, que este bosque no fuese urbanizado hace algunas décadas, cuando las normas urbanísticas casi no existían, o si existían eran modificadas a voluntad de algunos. Se respira un aire fresco y aromático, pero a fuerza de andar sobra la chaqueta, y también el jersey. Al llegar al castillo se ve la ciudad, abajo, abrazando a la bahía. Ahí vivimos, me digo, como si fuera la primera vez que viera desde aquí este paisaje urbano tan extrañamente familiar.   

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Algunas lecturas para el final del año

A finales de cada año hay lecturas que nos pueden ayudar a recordar lo que siempre nos ha servido para entender el mundo. La película El mundo sigue me empuja a releer algunos de los cuentos de Ignacio Aldecoa, que a pesar de remitirnos a un tiempo que parece que ya ha sido superado, son siempre literatura que bebe de las verdades que sólo se transforman ligeramente pero que son reconocibles: la vida en las grandes ciudades, las alegrías y las desventuras, siempre de la mano, como los dos polos de un imán, que no se pueden separar. Y también Don Quijote, para descansar de tanto apego a la eficiencia económica y de tanto debate sobre las soluciones que dentro de poco se verá que son incompletas. En los días en que Don Quijote descansa en la casa de don Diego de Miranda sus discursos son tan cuerdos que 'le he visto hacer cosas del más loco del mundo y decir razones tan discretas, que borran y deshacen sus hechos', dice don Diego. Este capítulo XVIII de la segunda parte sirve para darse cuenta, una vez más, de que el viejo caballero 'es un entreverado loco, lleno de lúcidos intervalos'.

martes, 8 de diciembre de 2015

El mundo sigue

Las buenas películas tienen una fuerza en las imágenes que nos impulsa a seguir viéndolas, a veces sin saber quién es el director, aunque algunos de los actores nos resulten conocidos. Esto es lo que me ocurrió ayer por la noche al empezar a ver la película de la 2, cuando ya había empezado. La interpretación de Lina Canalejas, Gemma Cuervo y Fernando Fernán Gómez es extraordinaria. Y el Madrid de 1963 es una reminiscencia vívida, casi descarnada, de la época. Los sentimientos a flor de piel, siempre en el límite de la miseria humana, que en las ciudades grandes, en aquellos años, casi se transparentaba. Cuando veo imágenes de entonces me busco a mí mismo y me pregunto quién era yo entonces, cómo eran las personas que convivían en el pueblo, no mis padres, no mis abuelos, sino los ciudadanos que yo veía caminar por la calle, los que se sentaban en los bancos de la iglesia, los que iban al bar, a media tarde. El buen cine es un estímulo para aprender de la vida. Ayer, mientras la película iba pasando casi como un huracán de imágenes de una realidad no tan lejana, recordé una visita a las oficinas del Ministerio de Educación para preguntar acerca de una beca salario de mi amigo José Antonio. Íbamos los dos vestidos de soldado, porque nos incorporábamos al segundo período de milicias. Luego comimos en un bar por los alrededores de la Gran Vía, una comida muy sabrosa, creo recordar que algún potaje. Por los mismos lugares por los que caminábamos discurre la película de ayer. El mundo sigue. Esta mañana me acabo de enterar que el director es Fernando Fernán Gómez y que la película sólo se proyectó de forma poco menos que clandestina en un cine de Bilbao. Fue prohibida por la censura franquista. Para poder financiarla, Fernando Fernán Gómez las pasó moradas, y pagó las deudas como pudo. El mundo sigue. 

Louis Bourgeois

Una exposición de Louis Bourgeois, hace diez años, en la Fundación Miró: por qué de golpe  me viene a la mente. Me llamó  Rafael Alomar para que fuésemos con él. No había esculturas, sólo dibujos, y hacía un sol muy agradable en el jardín. Siempre que uno va a la Fundación Miró se tiene la sensación de que en cualquier momento va a venir Joan Miró a mostrarnos lo último que está haciendo. Un día alegre, una conversación con gente que se iba acercando a nuestra mesa y que nos iba contando cosas que me interesaban, casi como si de alguna manera pasaran a formar parte también de mí. Rafael se sentía feliz en aquel ambiente, como si todo lo que tenía a su alrededor fuese el eje de su experiencia. Yo sólo conocía la inmensa araña del Museo Guggenheim de Bilbao, y nada más. Aquel sol del mediodía, la mesa grande en el jardín y todos nosotros sentados conversando y tomando cerveza: después fuimos a comer juntos, y el día se convirtió en un recuerdo agradable. Louis Bourgeois aún vivía.

domingo, 6 de diciembre de 2015

El lucero del alba

A la izquierda, debajo de la luna, lo veo al abrir la ventana, el objeto celeste más luminoso visto desde la tierra, después del Sol y la Luna. Venus parece que está ahí para muy de mañana, antes de salir el Sol, un aviso o una manera de decirnos que el orden de los cielos es mucho más duradero que cualquier otro orden de la tierra. Como algo que nos observa desde lo alto, y que se complace en dejarnos a nuestro aire, como si nos susurrara: a ver hasta dónde vais a llegar.

Las crónicas de Natalia Sancha

Hace poco que he empezado a leer las crónicas de Natalia Sancha, en El País. Son artículos llenos de pasión por lo que cuenta, pero la pasión es compatible con un relato minucioso, casi notarial de lo que ve en Siria. Indaga acerca de los últimos desastres en una ciudad, o en un barrio, o en una calle. Y acaba hablando con alguien que le cuenta su historia personal, o la de sus parientes o amigos. Son artículos que el lector acaba sintiendo como muy próximos, por la prosa casi transparente, por la verdad de lo que se cuenta, que no se explaya más que en lo que se nos dice. Y las fotografías. Ella, Natalia Sancha, es la fotógrafa. Ahí está la fotografía que ilustra la crónica del día 3. Un joven mira hacia la calle desde la ventana de su casa medio destruida, en Adra. El sol entra por la ventana y proyecta la sombra del joven en lo que fue el salón comedor de su casa. Que la habitación sea el salón comedor me lo he de imaginar yo, el lector, pero he de suponerlo, ya que la habitación, con esta ventana tan grande, debe de corresponder a la parte más grande de la vivienda. Que la periodista sea también fotógrafa, y tan buena fotógrafa, es un aliciente para el lector, que siente que lo que se le cuenta ha sido visto por quien relata los acontecimientos. A veces me detengo en el mapa de Siria y miro los nombres de loas ciudades, y es casi como cuando de niño me tenía que imaginar la geografía a partir de los dibujos del libro que servía para todas las materias del curso: aritmética, geografía, historia, ortografía. Los enviados especiales que están en el lugar de la noticia nos dan una visión precisa de los acontecimientos. Miro otra foto de Natalia Sancha. Dos jóvenes llevan comida a su posición, en Alepo. La calle está destruida, y al fondo se ve un depósito de agua con antenas de telefonía móvil. Viendo la calle que recorren los dos jóvenes ya nos hacemos cargo de cómo debe de estar el resto de la ciudad. El nombre del país, Siria, no se le puede olvidar a nadie.

sábado, 5 de diciembre de 2015

Los gatos del hospital

Llegar de noche al hospital, sabiendo que no va a servir de nada,. Pero las personas mayores se han de sentir reconfortadas, y los hijos también, y urgencias sirve para realizar esta función. Las urgencias de los hospitales públicos son el centro de de todas las esperas, si el motivo no es de gravedad, es decir si no se ha llegado en una ambulancia. Se ha de esperar, rodeado de otros ciudadanos que llaman por teléfono, que se mueven nerviosos de un lugar a otro, que preguntan al personal de recepción, que fijan su mirada en una puerta. Las experiencias de la vida se resumen en esta lenta espera. Alguien que no conocemos pronunciará un nombre, y en un primer instante este nombre nos sonará a desconocido. Después de un breve resoplido mental caemos en la cuenta de que han pronunciado el nombre de la persona a quien acompañamos, y entonces salimos disparados del asiento, pero la persona que ha de ser atendida no puede andar con tanta rapidez, y hemos de acompasarnos a (con) ella. En la madurez, al atender a nuestros padres, empezamos a darnos cuenta del valor de la salud, de poder movernos con un mínimo de garantías, de sentir que el cuerpo nos responde a las exigencias de la vida cotidiana. Sólo dejan pasar a un acompañante, así que empiezo a divagar también por el pasillo interminable, y a comportarme como el resto de las personas que esperan, como yo: miro el teléfono móvil, leo el libro de poemas que me compré ayer. Mientras estoy de pie, cerca del mostrador de recepción, veo que se acerca una mujer. Viste una bata gris medio raída, los pies arrastrándose. Más que caminar, parece que sus piernas ocultas no responden a los mecanismos de la normalidad, sino a un empuje milagroso: cómo es posible que vaya sola esta mujer, piensas, justo cuando está a tu lado y se dirige a ti y te pide dinero para poder tomarse un café con leche. Recoge las monedas y se acerca a dos personas que están a unos metros de mí: un hombre y una mujer. El hombre le dice con cortesía que hace un momento ya le ha dado dinero, y la enferma se disculpa amargamente. Cuánta perseverancia hay que tener a veces, desde la enfermedad, para sobrevivir. Esta mujer que se arrastra por los pasillos de Son Espases es como un fantasma salido de una habitación anónima. La veo alejarse hacia el otro extremo. Quién sabe el tiempo que habrá tardado en llegar hasta aquí, en este hospital de pasillos larguísimos y dimensiones desproporcionadas. Me muevo de un lado a otro hasta que salgo afuera. Hay varios empleados al lado de tres o cuatro ambulancias, que hablan animadamente. Yo sigo hasta el coche, y ya en el interior, como si fuera un refugio, escucho algo de música en Radio Clásica. Recibo los primeros mensajes de Aina: el médico aún no nos atiende, hay que esperar. La música comunica transparencia, la posibilidad de dejarse llevar por la mente que piensa en lo misterioso que es todo lo que nos rodea, y a la vez en lo sencillo que podría ser. Es incomprensible que a estas horas un mirlo haya volado con rapidez, de un árbol a otro, refugiándose entre las hojas amarillas, más amarillas aún por la luz macilenta de las farolas. Quizás ha visto el gato que ahora pasea: ahí está, seguro, sin inmutarse, avanzando con el señorío de su elegancia. Uno se pregunta cómo es posible que haya gatos por aquí, porque luego pasa otro muy parecido, tan tranquilo o más que el anterior, sobreviviendo en estos parajes que parecen desolados, como si desde que se construyó el hospital el paisaje hubiera perdido aquel cualquier atisbo de encanto. Los dos gatos se alejan. Y el mirlo se ha quedado entre las hojas del árbol que está enfrente de mí. Al marcharnos, el paisaje de los alrededores del hospital es el centinela de la noche, y los árboles conservan celosamente los signos del paisaje: siguen orientados a las montañas, como si su frágil identidad vegetal quisiera de repente ser reconocida. Viven también en una espera tan frágil y desconcertante como la nuestra.

viernes, 4 de diciembre de 2015

Los sueños del granjero

En el autobús hay muchos viajeros, vamos pegados los unos a los otros, y entre tantos que miran sus pequeñas pantallas hay una mujer joven que empieza a leer un libro. Está a mi lado y noto enseguida que al abrirlo ha sentido que algo muy hondo se le comunicaba con la primera frase. Conozco el libro, y sé de qué trata, aunque no lo he leído. Paula, de Isabel Allende. Al cabo de un rato se sienta, dos o tres filas por detrás, y yo también, y mi vecino es un señor más joven que yo. Tose, y se queja de su tos y me dice que debería dejar de fumar. Pues deje usted de fumar, le digo, de golpe o gradualmente. Ya lo he intentado, me responde, y no una vez sino muchas, pero no consigo dejarlo, si empiezo a fumar un poco menos acabo volviendo a las andadas, no hay remedio, y de golpe no soy capaz de dejarlo, que lo sé. Después suena su teléfono móvil y se pone a hablar. Yo saco mi libro, recién comprado, Tiempo y materiales, de Robert Hass. El primer poema me gusta mucho: En las largas noches de invierno se estrechan los sueños del granjero. / Entra en el surco, una y otra vez. Me bajo en la parada de la Policlínica, mientras mi vecino sigue hablando por teléfono y la joven sigue absorta en su libro, serenamente.
 

martes, 1 de diciembre de 2015

Lo esencial

Lo que queda es siempre lo importante. En una casa, en un libro, en la memoria. Se descubre poco a poco, y es una cuestión de darse cuenta a medida que maduramos. Si hurgamos en aquello que más nos afecta, empezamos a comprender que hay que quedarse con pocas cosas.

Me voy a caminar con la mochila y la cámara fotográfica, y unos euros. Incluso caminar es un acto de desposesión. Los pasos han de ser pasos al azar, pero escogiendo a medida que se avanza la dirección más adecuada. Un azar dirigido por la intuición, casi más que por la experiencia.

Después del paseo queda sólo aquello que la memoria habrá retenido. Quizás algunas imágenes. Quizás una breve conversación con la pescadera. Así, el tiempo es consumido por el olvido, que se dedica a desperdigarnos, a no dejarnos embaucar por todo lo que nos rodea.

Dejar cosas cada día es una sensación de confianza en el futuro. Quedarse con esta idea, con esta fotografía, con aquel pequeño proyecto que está a nuestro alcance. La realidad es entonces una pequeña selección.  



El periódico (de papel) de hoy

Aún hay margen para el papel en el que se vierten historias verdaderas, pensamiento y acción. Ahí están Revista de Libros y Jot Down, dice, en doble soporte, porque lo que sólo es digital acaba por no ser nada, disuelto entre la niebla indescifrable de La Nube.

Aún hay margen, y es por esto que me gusta el periódico de papel, esa antigualla, según algunos, así como también son antiguallas los álbumes de fotografías. Así que cojo el periódico de hoy y me dejo llevar  por un optimismo reticente al leer que "Obama y Xi dan nuevo aliento a la lucha contra el cambio climático".

Xi lo vive en directo: una fotografía de Kim Kyung-Hoon, de la agencia Reuters, es la demostración. En ella se ve a un grupo de ciudadanos, en hilera, cruzando la plaza de Tiananmen, en Pekín, con un fondo blanco de contaminación sobrecogedor. En Madrid no se llega a tanto, pero se anuncian medidas inminentes si no se levanta un poco de brisa.

Me llama la atención la fotografía de Neil Hall, también de Reuters, en la que se ve a Jeremy Corbyn, el líder laborista, salir de casa, Va con una mochila a la espalda, vestido como un modesto oficinista, o como un vendedor de libros a domicilio que empieza su dura jornada de trabajo.

¿No es un periódico una ventana al mundo entero? Una señora de Madrid, en una carta al director, dice que antes de cambiar el nombre de su calle sería mejor que la limpiaran. 

Hay mucho más. Por ejemplo la noticia de la muerte de la filósofa Esperanza Guisán, y la de la escritora Fátima Mernissi. Y la de José María Mendiluce, sólo un par de años mayor que yo. (Me fijo en este detalle, como una viruta de curiosidad que necesita, a la vez, qué remedio, de los dos soportes).