lunes, 18 de agosto de 2014

Desde el avión

El avión empieza a moverse. Estoy sentado al lado de la ventanilla, y lo primero que veo es un molino que gira, y un poco más allá, de lado, el pueblo de Sant Jordi. Hacia el norte hay un bosque de pinos, y en una loma a lo lejos está mi pueblo, Sa Cabaneta. Debido a un giro del avión la perspectiva de Sant Jordi ha cambiado, y surgen los invernaderos de la carretera de Sineu. Ya estamos en la pista de despegue, y enseguida surge, muy bella, la bahía de Palma, el mar delicado que parece besar la tierra, los edificios, la delicada claridad que lo envuelve todo. Ya estamos en el cielo. En el extremo del ala derecha, debajo del alerón rojo, hay una luz que parpadea. Debajo, una enorme extensión de niebla, y arriba el cielo azul recorrido por franjas de nubes blancas. La velocidad constante equivale al reposo, cuya sensación se acrecienta por la falta de referencias. A medida que avanzamos la luz al frente del avión es más intensa, y su monotonía se altera porque aparece un rebaño de nubes de formas extrañas. Cerca de Valencia la luz intensa se ha extendido por todo el cielo, y las nubes extrañas se han convertido en un ejército. Ya no tenemos el mar debajo de nosotros, sino la tierra. Hay sombras densas en los repliegues del paisaje. Parece que esté todo despoblado, y que un informe sobre España en el siglo veintiuno podría coincidir con lo que decían algunos viajeros de hace tres siglos, que aseguraban no haberse cruzado con nadie durante tres días. Pero desde tan arriba la sensación es errónea. Aunque la densidad de población sea relativamente baja entre Valencia y Madrid, a varios kilómetros sobre la superficie la uniformidad, afortunadamente, es falsa. Cuando el avión desciende lentamente vemos una central nuclear, quizás la de Trillo, y el Mar de Castilla, y en un instante las autovías de acceso a Madrid. No sé si es verdadero todo lo que se observa desde un avión. Desde arriba la pérdida de detalle menoscaba la precisión. La experiencia de la lejanía se contradice con la necesidad humana de acercarnos a las cosas, pero ciertos aspectos de la belleza quizás sólo sean perceptibles desde una mirada que lo abarque todo de golpe.
(De unas notas tomadas en el avión de Palma a Madrid, 19 de junio de 2014)