domingo, 7 de septiembre de 2014

Empiece de un domingo de verano

Cuando sales al balcón, el sol empieza a clarear la ciudad. La densidad de la luz, en verano, parece que convierte las cosas en reales, sin esa indefinición en que a veces nos sume el entendimiento. Sin duda existe todo lo que ves, y aunque tú no estés seguirá existiendo, con independencia de ti, de tu mirada, de tu tacto, de todos tus sentidos. Sales con M por la ciudad, y llegáis al puerto, y andáis un rato al lado del mar. Como hace ya demasiado calor, os abrigáis en la terraza de un bar, y tomáis café, y entonces podéis celebrar lo que os rodea, y sentirlo, no sólo con los sentidos sino también con la imaginación. Pasa mucha gente en bicicleta, y a pie, y algunos incluso corren, enfrentándose al sol, sudorosos. En la ciudad coexisten las miradas posibles, y no sobra ninguna de ellas: las primeras horas de un domingo de verano son un canto a la diversidad. Las palabras dichas y las oídas son la  transformación de los gestos en conciencia: hablamos de lo que haremos en septiembre, de ese piso que acabas de ver en internet y que te gustaría alquilar, en Madrid. Yo escucho con esa especial emoción con que intento siempre acercarme a tus proyectos, aunque a veces esté lejos, por mi edad, pero muy cerca por mi deseo de sentir que viajamos en el mismo deseo de alegría. La ciudad vive en nosotros, pero nosotros la hacemos, en esta mañana de domingo, como si la descubriéramos a ella y a cada uno de nosotros, simultáneamente.