jueves, 29 de septiembre de 2016

Isaba

Es como si viajar a Navarra hubiera sido desde hace un tiempo una especie de obsesión, o de desenmascaramiento de una idea que hasta ahora me había sido vetada por circunstancias insuperables. Y ahí estoy, de nuevo, sumergido en el paisaje del Valle del Roncal, paseando por las calles de Isaba, de noche, mis amigos y yo proyectando en las calles adoquinadas esa sensación de viaje a la naturaleza que tantas veces hemos imaginado.

Los pasos resuenan desde el aparcamiento hasta el hostal, y el aire frío que respiramos no nos importuna: es más bien un estímulo para preparar nuestras incursiones en los alrededores de Isaba en los próximos días. ¿Qué hay más allá de nuestra preparación del viaje? Joan ha trazado líneas de colores sobre las sendas, ha matizado posibles variaciones sobre los recorridos más conocidos, y ha estrujado sus conocimientos y su experiencia para aplicarlos con naturalidad.

¿Y hasta cuándo? ¿Hasta cuándo se puede caminar por un bosque desconocido? ¿Hasta cuándo se puede subir con un cansancio creciente por las laderas de una montaña? La posibilidad de descubrir algo que ni tan siquiera imaginamos es una pregunta irreverente: al caminar aspiramos tan sólo a encontrar algo de nosotros mismos que está en el paisaje, irremediablemente.

lunes, 19 de septiembre de 2016

Apología de la sobriedad

"O logras ser feliz con poco, y liviano de equipaje, porque la felicidad está dentro de ti, o no logras nada. Esto no es una apología de la pobreza; esto es una apología de la sobriedad. Pero como hemos inventado una sociedad consumista, y la economía tiene que crecer, porque si no crece es una tragedia, inventamos una montaña de consumo superfluo, y lo que gastamos es tiempo de vida, porque cuando yo compro algo, o tú, no lo compras con plata: lo compras con el tiempo de tu vida que tuviste que gastar para tener esta plata. Pero con esta diferencia: la única cosa que no se puede comprar en la vida...la vida se gasta...Es miserable gastar la vida para perder libertad"

José Mújica, en el documental HUMAN, de Yann Arthus-Bertrand

domingo, 18 de septiembre de 2016

La clase de matemáticas

Era una mujer delgada, muy expresiva, quizás a punto de jubilarse. Caminaba de un extremo a otro de la tarima, y gesticulaba graciosamente con los dedos al señalar en la pizarra el límite superior o inferior de un intervalo.

Nos transmitía su entusiasmo por las matemáticas. De ella aprendí a separar lo fundamental de lo accesorio, y a valorar distintos puntos de vista. Me tenía que esmerar en tomar los apuntes, que después pasaba a limpio en la residencia.

En la clase había dos compañeros que me llamaban la atención: Ramón Azov y Natividad Baca. Los recuerdo muy bien, como si los viera ahora mismo. Busqué su amistad, y no me la negaron. Pero no insistí, por timidez.

Les miraba, atentos y concentrados, como si disfrutaran durante las explicaciones de la profesora, a la que observaban con el agradecimiento de quien recibe algo de otra persona que tiene un valor incalculable.

La clase se daba en un aula muy grande. No teníamos un sitio reservado para cada uno. Así que a veces me sentaba cerca de Ramón, y otras de Natividad. De esta cercanía surgió poco a poco mi admiración por ellos.

Ramón Azov escuchaba con atención no sólo las explicaciones de la profesora, sino a cualquier compañero de clase. Una vez me dijo que hay que conocer las condiciones iniciales para analizar un proceso.

Entonces no lo entendí, pero la vida me ha enseñado que es cierto. Fue él quien me insistió en que comprara Calculus, de Michael Spivak. Aún conservo los dos tomos en mi biblioteca, con su impecable encuadernación y sus tapas azul celeste.

Natividad era una de las pocas chicas de la clase. Un día salimos juntos y anduvimos por la calle un buen rato. Vestía falda y chaqueta de color blanco. Y llevaba los apuntes en un bolso, no en una carpeta roja, como yo.

Era muy elegante, y su manera de atender a la profesora tenía mucho que ver con su forma de hablar. Sus frases tenían contenido. En cambio, yo no era más que un pueblerino que acababa de llegar a Barcelona. Y, además, muy infantil.

Había pasado el verano en París, me dijo, en la casa de unos amigos de sus padres. Casi nada: en París. Yo apenas había salido de mi pueblo unas cuantas veces para ir a comer paella con mis padres y mis tíos en un restaurante de Sa Ràpita.

Hablamos un buen rato de la profesora de cálculo, y así tuve los primeros argumentos sobre la calidad de las clases. Recuerdo aquella noche de invierno como un viaje de iniciación.

Ahora no es difícil indagar acerca de alguien. Pero mis intentos no han servido para nada. No he encontrado ni rastro de los tres. La profesora de matemáticas, Ramón Azov y Natividad Baca parecen invenciones de mi memoria.