miércoles, 3 de septiembre de 2014

Austeridad

En mi infancia apenas había diferencia entre el nivel económico de las familias del pueblo. Todos vivíamos aproximadamente igual. Había pequeñas diferencias, claro que sí, pero no eran importantes. Por ejemplo, yo tenía un amigo cuyos padres compraron un televisor dos o tres años antes que mis padres, pero la madre de mi amigo no se jactó nunca delante de mí de que ellos tuvieran televisor y nosotros no. Incluso se podría decir que el televisor de la casa de mi amigo era 'para todos', porque en la casa había siempre un lugar para mí. El deseo de tener, de poseer, apenas existía, y lo agradezco vivamente. De alguna forma ha perdurado en mi entendimiento, y me alegro. Ahora, lo que nos iguala es el consumo, establecido definitivamente como una manera de vivir. Si el PIB no sube lo suficiente, una de las causas a las que se atribuye es a la falta de consumo de los ciudadanos. La palabra austeridad tiene en estos momentos una serie de matices que no se avienen con su significado original. Es una manera de entender nuestra relación con el mundo que nos rodea, y no tiene nada que ver con la pobreza. Pero muy pocos se atreven a defenderla como modo de vida. Mientras tanto, consideramos como normal la desbordante sucesión de excentricidades costosísimas que aparecen día tras día en las noticias, y nuestros gobiernos recortan en educación y en sanidad, que es en lo único en lo que no habría que recortar nunca.