sábado, 24 de enero de 2015

La Nieve, a lo lejos

Me acerco a la autovía desde el mar, que está a mis espaldas. Ahora tengo a la sierra de frente, y el pico nevado del Puig Major domina la isla, con su estallido de luz y su leve presencia, a lo lejos. Hay una indeterminación en toda mirada, que nos acerca lo que está más alejado y nos informa de la existencia de detalles que quizás sean invención, no realidad. Cualquier gesto de sorpresa puede convertirse en un engaño: no hay tanta nieve como parece, ni hay tanta verdad en lo soñado. Y, por fortuna, tampoco hay tanta incertidumbre en lo que está por venir, y lo trascendente es un leve suspiro en las ráfagas de Tiempo.

Motivo: La Nieve, a lo lejos

El abuelo desconocido

Alguien se adentra en las profundidades de la biografía de un desconocido, y es un viaje por un paraje lleno de recovecos y de sombras. Así es como Vicente Valero va descubriendo a su abuelo, que murió muy joven, y del que no se conserva fotografía alguna. No puedo dejar el primer capítulo de la novela Los extraños hasta que termina y me deja con la sensación de  que lo contado es exactamente lo que había que contar, y nada más.
¿Qué es lo que en nosotros va fraguándose y nos convierte en lo que somos? El protagonista se va de Ibiza cuando aún es un niño, para estudiar como interno en un colegio de Valencia, y esto le convertirá en lo que llegará a ser: no en el abogado que quería su padre que fuera, sino en un militar que conocerá en el Norte de África a Antoine de Saint-Exupéry, cuya vida se iba a truncar también muy pronto, en plena juventud.
Cada vez que regresa a Ibiza, antes de enamorarse y después de su matrimonio, va a ser la constatación inevitable de que ya ha dejado de ser ibicenco a secas, de que es una mezcla de otros ingredientes que lo conforman y lo nutren. El autor no está detrás, contándonos lo que leemos, sino que se nos ofrece, como si los leves retazos de la vida de su abuelo fuesen también, de alguna manera, hitos de su autobiografía.




Motivo: Los extraños, de Vicente Valero

martes, 20 de enero de 2015

Sobre 'El lector'

Hanna le pregunta al juez:
-¿Y usted qué hubiera hecho?
La pregunta se queda flotando en el aire, sin respuesta.
He visto de nuevo la película, y sus imágenes me han resultado tan impactantes como la primera vez, porque hay algo que nos llega a lo más profundo de cada uno de nosotros cuando observamos el juicio: no podemos quedarnos a un  lado, se nos exige tomar parte en el desarrollo de la trama.
-¿Y usted qué hubiera hecho?
El juez se queda perplejo, con la conciencia desvaída y la mirada ausente, porque no se estaba juzgando a aquella mujer, y a sus compañeras, sino a una buena parte de un país que se había vendado los ojos, y que no había querido hacer frente al desastre.
Los culpables eran los juzgados en Núremberg, pero también había muchos otros: Hanna era uno de ellos.
Por esto es tan demoledor el encuentro entre Michael Berg y la superviviente, en Nueva York. Es un intento de conciliación que no cae en saco roto: la superviviente se queda con la cajita.
Y Michael, al final, le cuenta lo vivido a su hija. Al relatar a su hija la historia, se está ayudando no sólo a sí mismo, sino a todos.

Motivo: El lector, novela de Bernard Schlink
El lector, película dirigida por Stephen Daldry, y protagonizada por Kate Winslet, David Kross (el joven Michael), Ralph Fiennes (Michael adulto) y, entre otros, por Bruno Ganz (el profesor de leyes) y Lena Olin (la superviviente).

viernes, 16 de enero de 2015

Uno solo no es capaz de entender

Uno solo no es capaz de entender lo que ocurre a su alrededor, porque el Mundo es tan complejo como absurdo. Pero hay leyes, hay un orden oculto que de vez en cuando sale a la superficie gracias a mentes lúcidas que dejan de lado la costumbre y se aferran a la razón. La razón suele ir por caminos que contradicen la costumbre, que es tan sólo fidelidad sin argumentos. Los mayores revolucionarios han sido los científicos, y algunos de ellos, como Boltzmann, han tenido que sufrir las consecuencias de la incomprensión. A veces las palabras no logran traspasar el límite de la comunicación, esa fina membrana invisible que es tan evidente cuando se intenta explicar a un niño los fundamentos de algo que para nosotros es evidente. Y es entonces, al intentar explicárselo, cuando nos damos cuenta de lo difícil que resulta, hasta tal punto que empezamos a dudar noostros mismos. La experiencia no puede poner término a su camino, porque suele desconocer cuáles son las costumbres intocables que es incapaz de desbrozar para ver la luz que hay detrás.
 

miércoles, 14 de enero de 2015

Giorgio Napolitano

Giorgio Napolitano ha dejado de ser Presidente de Italia.
Ha sido uno de los grandes políticos de los últimos tiempos. Al dejar El Quirinal ha dicho que se siente feliz de regresar a su casa.
Lo veo ahora mismo en una fotografía, caminando con su esposa, con esa expresión de  inteligencia bondadosa que ha servido para ayudar a su país en momentos cruciales.
Que su actitud de firmeza y de lealtad sirva como guía a los que vendrán después, no sólo en Italia sino en el Mundo.




Esta luz que entra por la ventana

Entra la luz del sol en la habitación, la radiante luz hecha de añicos y de celebraciones, de reacciones nucleares y de memoria. Lo que vemos depende de lo que hemos visto previamente, de lo vivido y de lo imaginado -no de lo soñado, porque en la madurez los sueños han de ser sustituidos por la imaginación-. Cada rayo de luz es onda y materia, reflexión y piel sobre la que extenderse: un fulgor hecho de vidas sucesivas, de fotones que van a la velocidad de la luz mientras nuestros cuerpos avanzan hacia la entropía creciente de su experiencia. ¿Qué lugar recibe esta misma luz? ¿Qué lugar de la memoria puede acabar recibiéndola? En el mismo gesto de abrir la ventana hay una aparición de lo inaudito: un gesto repetido que parace lanzarse en pos de una alegría incierta, que se repite en invierno, día a día. Ya lo decimos los que vivimos aquí, una y otra vez: tan sólo en invierno invocamos este orden del cielo y de la tierra. Ésta es una isla de invierno, un malogrado paraíso de nostálgicos de una improbable felicidad. Como si uno viviera atareado en alcanzar el conocimiento y se diera cuenta de que tan sólo un rayo de sol inocente nos dice lo que hay que saber.
(Diario de Algún Otro, 5)

sábado, 10 de enero de 2015

Antiguas, hermosas palabras

Rebañaduras de viejos festines
Subir a trancos
Montones de basura y ripio
Cigarros de picadura
Bambas de nata
Armaban una gran zorrera
Buche, cachuela, pestorejo, perrunillas, bolluelas
Jaramugos, burdallos, cachos, colmillejas
Sacar la corcha
El tinado
Ensalmador
Se ponían a discutir y salían tarifando
Hacer las cosas con finura y con jeito
El brasero de picón
Una parrilla gigante con un espetón movido por un viejo motor de lavadora
Lanchas crudas de granito

Motivo: 'El balcón en invierno', de Luis Landero

Llegar a cualquier sitio

Cada vez que llego a un sitio, el sitio me ofrece algo que yo desconocía. Un sitio cualquiera es un resorte que me lanza al pasado. No al pasado inmediato, sino al lejano. Empiezo a situarme en una encrucijada de elecciones: en qué vagón me he de colocar para que al salir esté lo más cerca posible de la boca que más que conviene. Y entonces, sí, al salir por la que está más cerca de La Vaguada, mi memoria me envía imágenes de hace más de veinte años, cuando el que circulaba por ahí era otro. ¿Otro? Sí, otro, como si estuviera constituido de muchos 'otros' sucesivos, y hubiera que indagar acerca de algún detalle compartido. ¿La mirada quizás? ¿La manera de caminar? La biografía es siempre un acertijo, es lo que no se puede saber nunca con precisión, un ensamblaje imposible entre lo pasado y lo presente.

(Diario de Algún Otro, 4) 

El padre de Luis Landero

He leído de un tirón 'El balcón en invierno' de Luis Landero. Cuando supe que el libro se había editado me propuse leerlo cuanto antes. Empecé ayer por la mañana, en la biblioteca de La Misericordia, continué después en un banco del jardín, a la sombra de los rayos de sol, y luego continué en el autobús, y en casa, y en la cama. El puro placer de la lectura empujándome a continuar sin poder detenerme, desde el empiece hasta el final, un término que duele que llegue, porque el viaje del autor acaba siendo el viaje del lector. Éste es un libro para saborearlo sin detenerse, y luego repetir capítulo por capítulo, en el orden que se quiera, primero los capítulos que más nos gustaron, y luego siguiendo con los restantes, para acabar descubriendo que todos y cada uno de los dieciocho son igualmente magníficos. ¿Es una novela? Para mí lo es, aunque lo que se cuente en ella sean episodios sin duda verídicos, experiencia de la vida del autor. ¡Qué más da! Narrar la experiencia propia es novelarla, porque a fin de cuentas se convierte en ficción para el lector, que asiste con emoción a esta vida en Alburquerque, en Madrid, en los años extraordinarios en que su mundo empezaba y su alegría, y su dolor. El protagonista es su padre, quizás, más que él mismo...

lunes, 5 de enero de 2015

Y ahora qué hacemos

Voy al supermercado a comprar lo que me falta para la comida de hoy, la lista en la cabeza, y la esperanza de que nada se me olvide. El acordeonista se dirige a su rincón favorito, con el cajoncito para el dinero en una mano, el acordeón a la espalda. Es año nuevo y los acontecimientos parecen una repetición de lo sabido, o experimentado, o quizás soñado. (No es que los sueños se cumplan; mas bien se repiten, vociferan si les dejamos, y nos dejan levemente aturdidos: acaba de empezar 2015, no dejes nada por acabado si no lo está). Qué vamos a hacer ahora, después de las vagas promesas de cambio que se imponen -un poco alegremente- los ciudadanos, las regiones, los países.  El futuro implica avanzar a expensas de mucho desconocimiento, siempre jóvenes en esta marea que nos empuja y nos eleva para que notemos con claridad las olas que nos señalan el tiempo. Que nos señalan el tiempo, ininterrumpidamente.


Motivo: El acordeonista del aparcamiento del supermercado 

domingo, 4 de enero de 2015

Esa luz que es la mía

Un hombre asustado, en un estado de concentración del que depende su supervivencia, lleva en la mano una linterna que produce un cono de luz. Y piensa, o dice, o se lamenta, más bien se lamenta y se compadece de sí mismo, y quizás reprocha a alguien que no puede identificar "Yo seguía con fe la luz que me guiaba, hasta que descubrí que procedía de la linterna que llevaba en la mano..." El Roto siempre da en la diana, y con sus viñetas nos pone en estado de alerta, como si nos 'iluminara' acerca de situaciones de las que él capta el sentido sólo con la expresión de un personaje, o de dos. El Roto parece que lanza dardos certeros a la inteligencia más o menos sumisa de los que vivimos en este complicado mundo de principios del siglo XXI.  Y a pesar de la acidez que destila en sus breves crónicas o metáforas de la realidad, a mí me parece que alienta una inteligencia esperanzada.

Motivo: Viñeta de El Roto, El País, 4 de enero de 2015