viernes, 22 de agosto de 2014

Ruidos

Camino desde Génova hasta el mar, y al pasar por debajo del puente, cerca de la rotonda, el ruido de los coches me indica que no se puede huir del ruido. Vivimos en el ruido, pero el de los coches no es el único. En las señales que se transmiten, sean analógicas o digitales, también hay ruido, y en los mensajes que recibimos a través de los diferentes medios de comunicación hay mucho contenido inútil: un ruido que nos llega en forma de datos sin ninguna información. Al caminar se desvanecen las distancias entre nosotros y el mundo: somos parte de él en todos sus aspectos. Quizás también nosotros seamos ruido, los verdaderos causantes de las  contradicciones en las que vivimos sumergidos, como si buceáramos en la incertidumbre que hemos provocado. A ambos lados de la carretera hay papeles, plásticos, botellas: un ruido de suciedad que se ha ido acumulando con el tiempo y que una tormenta de otoño arrastrará al mar. Nuestro deseo de buscar la tranquilidad ha de toparse por fuerza, tarde o temprano, con la realidad de las evidencias: el mundo que hemos ido haciendo no es sólo un escenario, sino que forma parte de nuestra mente, es un yo extendido. De regreso, me fijo en una mujer sentada en una silla, en el balcón de su casa. Su mirada parece perdida en el pasado, como si no quisiera ver lo que ocurre a su alrededor. Pero nadie puede dejar de mirar, porque sólo en lo que se nos ofrece podemos encontrar el sustento necesario para avanzar, aunque esté mezclado con ruido.