domingo, 30 de noviembre de 2014

James Gralton

James Gralton es el líder de una comunidad que se enfrenta a la injusticia. Sin violencia alguna, tan sólo con la determinación de quien sabe que hay que avanzar con esperanza para lograr un mundo mejor. ¿La complejidad actual invalida la actualidad del mensaje? No, de ninguna manera. Cuando defiende a una familia que va a ser desahuciada, se dirige a los que se habían congregado delante de la casa para decir en un breve discurso algo que podría ser de aplicación directa ahora mismo en cualquier parlamento. Ken Loach es el veterano director que nunca ceja en su empeño de transmitir esperanza. No se contenta con aceptar la situación a la que nos ha abocado la crisis. Persevera en su cine de ideas, pero va más allá, con sus poderosas imágenes que parecen hablar por sí mismas. Avanza la multitud, con Jimmy al frente, y recordamos el célebre cuadro de Genovés, y la imaginación se abre camino para enlazar con una posibilidad real de cambio. Entonces, en los años 30, los que esperaban al otro lado eran los terratenientes y la iglesia. Ahora, ya no: hay otros, no tan visibles como aquéllos, pero igualmente reales. El mundo es más complejo, pero los problemas son los mismos.

Motivo: Jimmy's Hall, de Ken Loach

sábado, 29 de noviembre de 2014

Dibujar con un palito de madera

Cualquier pueblo es un montón de historias incompletas. Nos las contamos, sentados a la mesa de la cocina de Rosa y Jaume, tan acogedora, mientras afuera es de noche y llueve mansamente. Mis historias son sólo esqueletos pendientes de un cuerpo que los complete, y Rafel, que ahora vive en el pueblo, las rellena con lo esencial. Ahora ya todo se explica, todo tiene su curso en una maraña de acontecimientos que desvelan lo que estaba oculto. Nada es como quisiéramos, y los recuerdos se desvanecen en nostalgia, y esto nos lleva a una situación insostenible, porque los hechos son los hechos, y la poesía debe de ser fiel al espejo en el que nos hemos de mirar con valor, y libertad. Un espejo en el que se reflejan las arrugas y las convicciones y los meandros de las claudicaciones sucesivas. ¿Raymond Carver en vez de Juan Ramón Jiménez? Quizás, pero no siempre. La verdad no es fea ni hermosa, sino compleja: el comportamiento de las personas humanas casi no se puede expresar sin un componente de infinita comprensión, y aún así no es suficiente. Qué queda de aquel niño que jugaba con nosotros; que buscaba caracoles en el corral de su casa y dibujaba mundos imaginarios con un palito de madera sobre la arena de la cuneta acumulada después de la tormenta. No había alcantarillas, y aquella arena que arrastraba la lluvia era un tesoro, un lienzo en blanco para tejer en él los mundos invisibles que había más allá de las montañas y del mar. ¿Dónde está la vida verdadera? ¿En la nostalgia que nos invade en la madurez o en la desmitificación de los recuerdos? ¿O en un todo multiforme que se desvanece en las sombras, mientras cada uno de nosotros se agarra con fuerza a esta madera que flota en la memoria y a la que podemos agarrarnos y que así, no por milagro sino por la fuerza de la voluntad, nos salva?
    

jueves, 27 de noviembre de 2014

Antes del empezar un viaje

Después de leer las noticias del día, que rezuman repetición y hastío, aún con el café en la mano, abro de nuevo el libro de Juan Ramón Jiménez, que cuenta su viaje de Cádiz a Nueva York, su estancia en América y su regreso. No cuenta lo que observa, sino el eco de lo que su mirada le devuelve, la reflexión de su curiosidad, y de sus gestos. En poesía, hace lo que Joaquín Sorolla en pintura, al que dedica uno de los últimos poemas -Llegada ideal- de la primera parte del libro. En estos días hay una exposición de Sorolla en Caixafórum de Palma, y uno puede sumergirse en esa celebración de los colores azules que es su pintura, y que a mí antaño me resultaba cansina, como la poesía de JRJ, y sin embargo ahora me suscita sensaciones nuevas, aligeradas del peso de  la originalidad, que en la juventud se busca como si fuera el indicio de lo verdadero. La sencillez a la que llegan los dos es un camino difícil de transitar, porque requiere mucho esfuerzo mental, e insistencia. Antes de empezar el viaje, en Madrid, JRJ escribe: ¡Qué cerca ya del alma / lo que está tan inmensamente lejos / de las manos aún!

Motivo: 'Diario de un poeta recién casado' JRJ
Pensamientos: Intentar ser original tan sólo para desmarcarse de los otros tiene la dificultad añadida de repetir lo ya dicho, o lo superado, o lo que se ha demostrado ineficaz, y que por lo tanto ya se sabe que no sirve. Por ejemplo, a mi entender, el proyecto económico de Podemos. Una crítica a ese proyecto está expuesta con fundamento por el economista José Carlos Díez en El País de hoy. No deja de ser curioso que a veces la poesía nos pueda servir para interpretar aspectos que parecen a priori tangenciales a su mundo. Ah, pero ya lo sabíamos: sólo hay un mundo, complejo y esquivo, hermoso a veces, pero desgraciadamente fugaz para cada uno de nosotros.

Juan Ramón Jiménez

Tengo una deuda pendiente con Juan Ramón Jiménez. Antaño, su poesía me parecía alejada de la realidad que yo buscaba en un texto: la identificación con un pensamiento, o con una idea, o con una vibración interior, algo reconocible. En suma, algo carnal, sin la elevación casi espiritual a que me conducían los poemas de JRJ. Y sin embargo, con el tiempo, noto que recibo el don de un deleite que antes me era vedado -por mi incapacidad, sin duda, y por mis limitaciones-. La experiencia, por fortuna, permite atisbar los seres que la niebla oculta. Mi reencuentro con Platero y yo, que era lectura obligada en mi infancia, me sirve para mirar con la imaginación, más que con los ojos. Y en Diario de un poeta recién casado, que hasta hoy había descansado en la biblioteca, los textos que dedica a New York están muy alejados de los poemas de Lorca en Poeta en Nueva York, y sin embargo son absorbentes, y certeros, y, bien leídos, nos abren puertas, y ventanas, y me dan el conocimiento que entonces no captaba. Leo La casa colonial: "Se ha quedado sola en Riverside Drive, pequeña y sola, como un viejecito limpio entre las enormes casas pretenciosas y feas en que la han encerrado. Parece una camisilla que se le ha quedado chica a la ciudad. Nadie la quiere. En su puerta dice: To let. Y el viento alegre viene a jugar de vez en cuando con el cartel para que no se aburra..." Lo que antaño me parecía cursi ahora me ayuda a sentir mejor lo que hay en mi mundo.

Motivo: Fragmento del poema 'La casa colonial' de JRJ

domingo, 2 de noviembre de 2014

El acordeonista

Después de cruzar la calle ya oigo la música. El intérprete es un hombre de edad indeterminada, pero al verlo de cerca no parece tan viejo como había supuesto. Su tez curtida debe de ser el resultado de los los muchos bandazos que habrá dado hasta llegar aquí. Y aquí está, con su acordeón, expuesto al azar de las monedas que puedan ir depositando los vecinos en el cuenco de mimbre. Su música se expande como si fuera un reclamo, y oímos esas melodías de azúcar agrio que aturden el entendimiento, como un vapor que se adentra en el cuerpo y llega inevitablemente a la conciencia. Cómo adjetivar lo que conmueve. El músico solitario nos susurra confidencias al oído, y buscamos refugio en nuestra inocencia residual sin saber responder a esta agitación involuntaria. Entro en el supermercado, leo las portadas de los periódicos que no se han vendido, hablo con un vecino con quien coincido en la caja, y al salir compruebo que la música del acordeón solitario es un destierro emocional cuyo eco se puede oír aún por la noche. 

Motivo: Los acordeonistas de Ciutat, en estos últimos años

Giacometti en un café del distrito 14 de París

Me gusta abrir al azar el libro de fotografías de Robert Doisneau y mirar las imágenes que parece que se dejan llevar por el tiempo. Hoy me detengo ante el retrato de Giacometti, sentado a la mesa de un café de París. Apoya la mano izquierda en su cara, el pitillo entre los dedos, la mirada fija en algo indefinido pero atenta, como si escarbara en sí mismo o estuviera diseñando mentalmente una de sus estupendas visiones de los hombres que caminan. Está sentado, con el abrigo puesto, el paquete de tabaco Pall Mall y el periódico al alcance de su mano izquierda, que sostiene algo y que no logro distinguir lo que es: quizás una caja de cerillas. En un plato hay terrones de azúcar, y la taza está ya casi vacía. Al fondo hay un parroquiano con sombrero acodado a la barra, en penumbra, porque la luz procede de la cara de Giacometti, y de la mesa, en la que la taza, los terrones de azúcar y el periódico atraen como un imán, aunque con mucha suavidad, porque en las imágenes de Robert Doisneau no hay nada que chirríe: los objetos y las personas se disponen a llamarnos la atención desde una humildad que nos predispone a la comprensión y al silencioso ensimismamiento. Me imagino a Giacometti saliendo del bar y caminando por las calles de París y escuchando sus pasos sobre la acera. Y dejando atrás edificios melancólicos como Au Bon Coin.

Motivo: Giacometti en un café del distrito 14 de París, 1958
              Au Bon Coin, 1945
              Fotografías de Robert Doisneau
             

sábado, 1 de noviembre de 2014

Todos los Santos

Desde Son Cotoner el aspecto de Ciutat es un destartalado proyecto de ciudad que se agota en sí mismo. Lo mejor es el cielo, que se ofrece desde la Serra de Tramuntana como el contrapunto del desorden. Las jacarandas de la acera ofrecen su porte más transparente. Son árboles que no veremos de verdad hasta que florezcan en la próxima primavera. Por la otra acera un hombre empuja una carretilla, y encima de una farola hay dos gaviotas. Al llegar a la rotonda no miro el torrente de Sa Riera, sino el campamento improvisado en donde la miseria acumula algunas verdades que no debemos olvidar. Mucha gente llega con un ramo de flores, la ofrenda de hoy a nuestros antepasados. Por la tarde el cementerio se habrá convertido en un enorme depósito de flores que se marchitarán, como un símbolo de la vida que pasa y deja un aroma que se va desvaneciendo poco a poco. Decido subir por la calle lateral con la intención de huir del ruido de los coches. Sobre la tapia hay unas hierbas y una pequeña cúpula, pero sobre todo nubes blancas estáticas que dan belleza a esta pequeña ciudad de los recuerdos. Hay una puerta abierta, más arriba, a través de la cual veo un territorio de cruces y fotografías. Me fijo en el retrato de un hombre que murió a los 32 años, y cuyo nombre, Jaime Juan, me resulta familiar. Por detrás, al fondo, retazos de Ciutat que se disuelven, Son Moix y las montañas. Hay árboles, macetas, flores ya mustias. A la derecha aparece a media distancia el velódromo innecesario rodeado de hierbajos. Miro a través de la alambrada oxidada, que no es más que una guinda pobre para tanto dinero inútil. Ahora camino entre dos tapias altas. Por encima de la de la derecha hay árboles que aún no anuncian el otoño, y unos metros más adelante el cementerio me ofrece otra puerta abierta. Hay un ciprés, unos contenedores, y unas lápidas sin restos de flores que me llaman la atención. Leo algunas: In loving memory of Major John Theodore Harley; Aage Moldrup (1906-1961); Edmund Harmon Wright (Philadelphia 1895-Palma 1962); Mildred Lancaster Wright (New York 1897-Palma 1964). Debo seguir porque se me hace tarde. Cerca de Carrefour, en el cruce con General Riera, hay un grupo de hombres que agotan su tiempo sentados en el suelo, a espaldas de un futuro digno, agotados por la crisis y por su dura realidad. Cuando caminas por la ciudad, hay que mirarlo todo, porque lo que se nos ofrece existe en cada uno de nosotros, infatigablemente.