sábado, 31 de octubre de 2015

La acordeonista Ksenija Sidorova

Mientras  escucho Radio Clásica en el coche me viene a la mente la interpretación de la acordeonista Ksenija Sidorova en el concierto nº 2 de la temporada. El sonido del acordeón de Ksenija Sidorova se mezcla con los sonidos de otros acordeones que he oído a lo largo de mi vida, sobre todo en la calle, pero también en las fotografías de postguerra, asociados a algun tiovivo que gira y gira, mientras se oye la música nostálgica, aunque sea absurdo adjetivar como nostálgico el sonido de un instrumento, porque es un añadido que depende de cada oyente. Se mezcla con los sonidos de otros acordeones pero luego se distingue con claridad porque me llega por caminos desconocidos, y sirve para comunicar todo lo que deseamos en un concierto: profundidad y sarcasmo, velocidad y lentitud, cadencia y continuidad, huida y permanencia. Los sentimientos que nos suscita se van alternando con mucha rapidez, y estamos siempre a la espera de lo que va a suceder en el instante siguiente. En los gestos de Ksenija Sidorova reconocemos en seguida que ella interpreta con una alegría que quiere compartir con los asistentes. Parece muy breve la pieza de Vaclav Trojan, y luego, durante el primer bis, el director Joji Hattori se sentó a su lado, respetuosamente

Concierto nº2, 28 de octubre de 2015, Auditórium Palma
Fairy Tales para acordeón y orquesta, de Vaclav Trojan
Acordeón: Ksenija Sidorova

jueves, 29 de octubre de 2015

Vistas

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Lo que se ve desde el avión puede ser explorado con la libertad de la imaginación más extravagante. Sabes que aquello que se ve al fondo son nubes, pero vistas de golpe, como un dato de los sentidos, pueden ser una cordillera en el horizonte. De hecho, esto es lo que he visto al principio, cuando he ladeado mi cabeza hacia la ventanilla. La confusión entre lo real y lo imaginario no se debe a la voluntad sino a los mecanismos físicos de nuestro cuerpo. Lo que es parece ser otra cosa, quizás gracias al lenguaje, y a la experiencia.

Juan de Irati

martes, 27 de octubre de 2015

El Parque del Retiro, un mediodía de octubre

Al entrar en el parque un hombre mayor con andadores avanza con dificultad delante de mí. En el aguaducho, la música de un acordeón endulza la mañana con su melodía de otros tiempos. Cerca de mí hay otro acordeonista sentado que de repente empieza a interpretar una música que me predispone a una tristeza cuyas causas desconozco. Así es el azar en las grandes ciudades: los sentimientos se nos impornen sin habérnoslo propuesto. La cara del acordeonista queda velada por el humo de su cigarrillo, que mantiene entre sus labios con una curiosa destreza. Se cruza conmigo una chica joven con su galgo. El Teatro de Títeres está completamente vacío, aunque yo veo al señor con barba blanca que manejaba los hilos de aquellas historias que daban tanto miedo a mi hija. Los castaños amarillean, pero la mayoría del resto de árboles aún no. Como los chopos, que se mantienen muy verdes, dispuestos a vibrar como en las riberas de los ríos de Castilla. Una mujer con un bolso rojo pasa a mi lado. Su manera de caminar me resulta extrañamente familiar, como si la hubiera conocido en algún momento de mi vida. Al llegar al lago un trompetista interpreta La Cucaracha. Un grupo de niños van en fila, acompañados por varios profesores. En el lago hay barcas con parejas. Un hombre y una mujer jóvenes se abrazan apoyados en la barandilla y sonríen a punto de ser fotografiados, como esa chica con una gorrita azul, que utiliza este incómodo palo largo de moda para un autorretrato. Veo a tres o cuatro parejas en sus barcas, y me fijo en que son ellos los que reman, pero no hay que extraer consecuencias con pocos datos. En efecto, más allá es una mujer la que rema, y una madre lo hace con mucho esfuerzo, porque ha de atender a sus dos hijos pequeños. Una empleada municipal recoge las papeleras y deposita su contenido en una camioneta. Un hombre de mediana edad camina delante de mí, cojeando, apoyándose en un bastón.  

Josef Koudelka: Praga, 1968

Si Josef Koudelka no hubiese salido a la calle con el vigor que lo hizo, y no hubiese fotografiado la invasión del Pacto de Varsovia, la idea que tendríamos de los hechos sería diferente. La invasión aún resuena hoy en el recuerdo de los que la padecieron, sin duda, y estimula la curiosidad de los que, como yo, vivíamos en una España de férrea censura. Cada fotografía nos cuenta los hechos desde perspectivas diferentes, y al contemplarlas en sucesión vamos tejiendo un relato en nuestro entendimiento: dos jóvenes que caminan con una bandera al aire; un hombre con maletín que lanza una piedra a un tanque; un joven que increpa a los soldados de otro tanque; la multitud que asiste al funeral de Jan Palach; un hombre que parece huir de un edificio bombardeado; una mujer que corre, huyendo con expresión de tristeza. Miro las fotografías a mediodía, mientras afuera llueve, y cada imagen es una sacudida que me viene de una ciudad de nombre rotundo y hermoso: Praga. Y a medida que observo, las personas fotografiadas nos transmiten una emoción sin la cual no se entiende el relato objetivo que se puede consultar en los libros de historia. Las fotografías nos permiten una interpretación personal que no es nunca contradictoria con los hechos objetivos, porque la visión personal que elaboramos es el resultado de una emoción. Las mejores fotografías no son tan sólo imágenes sino también sentimientos, un eco de la realidad que aún podemos oír. La verdad es siempre emocionante, y al recibirla nos estamos enriqueciendo con su valor único, irreemplazable. Me muevo lentamente de una sala a otra en esta exposición en el centro de Madrid, una ciudad que sufrió tres años de asedio y destrucción hace casi ochenta años. De la invasión de Praga hace casi cincuenta años, pero los hechos parece que ocurrieron no hace tanto: el tiempo es una música extraña que se contrae y se dilata, como la música nostálgica de los acordeones que ayer escuché en el Parque del Retiro. Al salir a la calle sigue lloviendo, me he de cubrir la cabeza con el periódico hasta la parada del 147, y tengo la sensación de que en vez de haber estado en una agradable sala de exposiciones he regresado de un viaje a la historia reciente de Europa. 

Motivo: Josef Koudelka, Fundación Maphre, Madrid

lunes, 26 de octubre de 2015

Cortos viajes en metro

Vas en el metro de un lugar a otro, un corto trayecto que tiene todos los ingredientes de un viaje, rodeado de personas con las que compartes la misma dirección y a las que, ay, nunca volverás a ver. Al mirar por la ventanilla tan sólo hay oscuridad, ¿pero acaso no es la oscuridad también un ingrediente de todos los caminos? En una gran ciudad eres un personaje anónimo, de la misma manera que lo son los demás para ti. Los compañeros de viaje pueden ser un símbolo de la vida: vamos juntos, rodeados de desconocidos, como si en el vagón avanzáramos por una ruta fijada por nuestros designios, aunque el azar nos proporcione buena parte de lo demás: lo que recibimos sin haberlo previsto, tantas cosas que deberíamos prever y que sin embargo son siempre inesperadas. Aunque, bien mirado, tampoco hemos elegido de verdad la ruta: el azar ha sido el factor decisivo: ¿por qué aquí y no allá? ¿Por qué Madrid y no otra ciudad? Salgo por la boca equivocada de la parada de Sevilla, y no sé encontrar el camino hacia la Plaza Santa Ana. Es de noche, y las luces no se corresponden con ninguna imagen. He de preguntar, y entonces de golpe veo lo conocido: la calle Príncipe, la cafetería Hontanares, La Violeta y el elegante café Príncipe. Agarrarse a lo que se recuerda es la seguridad que nos protege de los cambios que nos perturban el ánimo, por mucho que pretendamos ser aventureros. Hay una lenta desaparición de los hitos de nuestra vida que se ha de alternar con los nuevos descubrimientos: ese teatro renovado, esos jóvenes que viven lo que viviste cuando tú lo eras. Hay claridad aún. 

domingo, 25 de octubre de 2015

Edvard Munch no huye, nos muestra lo que se va

Edvard Munch no sólo es El grito. Es mucho más Melancolía, el formidable paisaje al que el protagonista da la espalda mientras intenta huir a un lugar desconocido. Esta mañana, al contemplarlo, he sentido la perseverancia de los sentimientos, que saltan por encima de las barreras del tiempo para apoderarse de nuestro presente. La melancolía tiene mucho de huida hacia el pasado, buscando una belleza que ya no existe.

Motivo: Edvard Munch, F Thyssen, Madrid


sábado, 24 de octubre de 2015

La primavera de la muerte de Carlos Bousoño

Leer la prensa de madrugada, por internet, como si abriéramos una ventana al exterior, pero no a la calle, sino a un espacio imaginario por donde hay grietas a través de las cuales nos llegan imágenes, textos entrelazados con opiniones contradictorias, nubes blancas que ocultan y muestran a la vez el mundo.
Me entero de la muerte de Carlos Bousoño, su fotografía de golpe llegándome a la vez que el recuerdo de lo primero que leí de él: la introducción al libro Ensayo de una despedida, de Francisco Brines. Un estudio que analiza la poesía con un enfoque científico, una prosa que por sí misma revela el sentido de lo que leemos, la construcción de nuestra conciencia personal, esa agitación interior que nos sitúa enfrente de la idea de orden y de desorden, lo que nos conmueve y nos abraza para dejarnos a la intemperie un instante después.
Luego leí su poesía, y ahora quiero leerlo de nuevo para reconocer las imágenes de tránsito entre su primavera de la muerte y la mía. Y un recuerdo que ha salido a la superficie ahora mismo: lo vi en Formentor, en la playa, hace algunos años, a finales de septiembre, caminando con dificultad entre los pinos.


La vida en la ciudad

En Madrid se habla de casi todo. La ciudad se presta a la conversación, como si fuese un escenario propicio a comunicarse. El taxista te cuenta que lleva treinta años en el oficio, y si el viaje fuese más largo me contaría su vida entera; el vendedor del cupón de la ONCE me dice que es de San Sebastián de los Reyes, y me desea suerte de manera cariñosa; el del quiosco, que está al lado de la boca de metro, me reconoce siempre que nos vemos, quizás porque cada uno de nosotros actúa como un espejo en el que el otro se ve.
Por la mañana, tomar café acodado a la barra de un bar del barrio de El Pilar es una comprobación de lo mucho que se conversa en Madrid. Conversar es una forma de vivir, una manera de sobrellevar las desdichas. La conversación es un tipo de narración que nos permite entendernos mejor los unos a los otros.Los diferentes asuntos de los que se habla en las conversaciones entre los madrileños serviría para estudiar los afectos y desafectos de las personas, pero sobre todo la especial disposición a saber lo más importante de los unos y los otros.
Voy a la pescadería y compro dos calamares y un cuarto de quilo de boquerones. Me guardarán la compra hasta que yo la recoja a mediodía, porque ahora me voy a ir al centro. El día ha empezado bien, y discurre entre pequeños acontecimientos que en parte estaban previstos y en parte no. El 147 es un autobús que hace un recorrido agradable, un paseo por buena parte del centro de la ciudad que permite ver casi con detalle las avenidas, las calles bien alineadas, el necesario recuerdo de otros tiempos en que la experiencia aún no nos hacía pensar en la ciudad como escenario de la vida.
La ciudad es el lugar de encuentro de las sociedades contemporáneas, en donde la sociabilidad de las personas alcanza su mayor realización. La soledad buscada puede ser una aspiración, sin duda, como aseguran las estadísticas. Y quizás ahora haya muchas más variantes de la idea de soledad que nunca. Pero la ciudad nos ayuda a no dejarnos llevar por la desidia, o por el desconsuelo. La aspiración de las personas humanas es sentirse acompañadas. Y esa aspiración es tan sólo una posiblidad en las grandes urbes, el lugar del futuro. Uno puede después recluirse en sí mismo, pero temporalmente, para hacerse las preguntas que sólo la intimidad puede resolver, si se tiene la fuerza interior necesaria para soportarlo.
De regreso, en el metro, hay gente que lee el periódico, pero hay mucha más que juguetea con su teléfono móvil. En este asunto, vayas donde vayas, la uniformidad rige las conductas.

miércoles, 21 de octubre de 2015

Aceptar o no

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Aceptamos la realidad con todo lo que no nos gusta para no sentirnos siempre ausentes, no porque seamos complacientes con ella. Lo que no nos gusta va a seguir estando ahí, a nuestro lado, y nuestra intervención consistirá en influir para cambiarlo levemente, porque nada cambia de golpe. Vivir en un país democrático es ir conociendo las limitaciones de la convivencia para mejorarla no con ideas salvadoras, sino con la punzante verdad que a veces incomoda, porque casi nunca merece nuestra aprobación unánime.

Juan de Irati

martes, 20 de octubre de 2015

El impulso

Leer el periódico, imaginar una música posible para cada noticia, deambular por el mundo página a página: quizás la lectura sea un pasaporte para viajar a los lugares más alejados de nuestro hogar. La inquietud por conocer lo que hay más allá de lo que alcanzamos a ver es lo que nos ayuda a comprender el misterio de lo desconocido.

El debate entre Pablo Iglesias y Albert Rivera

En el debate entre Pablo Iglesias y Albert Rivera se observaba algo que desde luego no existe en los viejos políticos: la adaptación al medio televisivo, esa manera de posar delante de la cámara que no necesita de una preparación previa, ni de protocolo alguno, por mucho que uno pueda pensar que esta aparente transparencia es el resultado de mucho trabajo a la sombra. Los debates vistos hasta ahora, como aquellos dos célebres entre el aspirante Aznar y el presidente González en 1993, se ahogaban en las formas: la disposición de las sillas, los tiempos medidos, la iluminación: no quedaba margen apenas para la espontaneidad. Entre Iglesias y Rivera la verdad estaba en la manera de hablarse el uno al otro, la cercanía propiciada por el bar modesto en que se concertó la charla. El presentador sólo encauzaba ligeramente, sin imponer sus criterios, tanto formales como de contenido. Se lo han puesto muy difícil a Mariano Rajoy y a Pedro Sánchez.

domingo, 18 de octubre de 2015

La iluminación otoñal de Palmanova

En otoño el mar se colorea de manera especial, como los bosques. He de imaginar el gran hayedo de Irati, o las hoces de Cuenca, pero el mar está justo ahí, a cinco minutos de casa, y también ofrece su otoño, con atardeceres de languidez esbelta, y horizontes tan limpios que cuando se ve un barco de vela parece que está atravesando un sueño. Palmanova, que en verano es un hervidero de luz pastosa y de calor excesivo, en octubre empieza a brotar desde sus valores más limpios, que se basan en la manera en que podemos mirar el mar, y su horizonte. Lo que hay más allá de nuestros límites es lo que hace que el mar sea un símbolo de la esperanza. Pero es algo real, aunque a veces parezca un cuadro que cambia de color a cada instante. El azul de la mañana se convierte por la tarde en un verde difuso, con infinidad de tonalidades a medida que miramos desde la playa hacia la lejanía. Luego es de un gris plateado, y cuando se pone el sol nos llegan de costado los rayos anaranjados y amarillos, e incluso algún enamorado puede ver el rayo verde. Mientras tomamos un café a la caída de la tarde nos quedamos a la espera de que ocurra algo, pero no fuera de nosotros sino en nuestro interior. Es como si al mirar el mar nos estuviéramos viendo a nosotros mismos, con la claridad que se desea y que de repente se consigue casi sin habérnoslo propuesto. Por supuesto, no hay que plantearse leer el periódico, y el local elegido no ha de disponer de ninguna pantalla de televisión.

viernes, 16 de octubre de 2015

Y ahora que todo es posible

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Y ahora que todo es posible, o así se nos dice a veces con una insistencia que acongoja, ¿por qué no son posibles el entendimiento, la conversación afable que sirva para el entendimiento, la razón que salte por encima de sí misma hacia la razón de los demás, la búsqueda de un acercamiento a pesar de todos los pesares, el verdadero afán por conocernos?

Juan de Irati

Cala des Calàpot

Por la Serra de Tramuntana el día transcurre en una apacible soledad. Al caminar entre los pinos y los carrizos uno se siente transportado a una vida casi irreal, atraído por la verdad oculta que siempre parece esperarnos detrás de cada roca, o en el mar que vemos a lo lejos, al que nos acercamos poco a poco, bajando por las empinadas laderas. La mañana es soleada, de cielo limpio y mar en remanso. Un velero parece que flota en vez de navegar. Los árboles caminos se interponen en nuestro camino, y algunos de ellos parecen recién traídos de una galería de arte. Se pueden observar aún los estragos del incendio de hace varios veranos. Qué sensación de tristeza produce una ladera entera llena de árboles quemados. Pero luego, un poco más allá, cerca ya del mar, los carrizos nos ofrecen la visión sorprendente de su supervivencia. Es un milagro de la naturaleza que de un tronco quemado surjan las hojas verdes, más verdes que nunca, después de una lucha denodada contra el fuego invasor. Después, para llegar a la Cala des Calàpot, vamos andando sobre rocas dispuestas al azar por el tiempo y las tormentas, y al final sobre las algas mojadas, con ese olor a sustancia que ha salido del mar para ayudarnos con su sacrificio. Seguimos caminando hacia la Cala d'Ortigues, que es más grande, de piedras redondas, en la que no osamos bañarnos, porque aunque el día es soleado el lugar está a la sombra, y es preferible la contemplación durante un buen rato, antes de seguir, ya de regreso, la empinada cuesta que va a ser el origen de este cansancio que ahora, en casa, he de salvar con una ducha reparadora y música de Mozart.

miércoles, 14 de octubre de 2015

La paz de una librería

Entramos en Babel al atardecer. Hay una mesa libre cerca del mostrador, pequeña y redonda, y nos podemos sentar los dos con la mirada abierta a los libros, que forman en conjunto una aspiración imposible de lectura. Pero aunque sean tantos y tantos que no podremos leer jamás, están ahí como si fuesen una llamada de atención: en sus páginas hay esa posibilidad de conversación que cada uno de nosotros puede atender, escogiendo uno, abriéndolo, iniciando la esperanza cierta de un diálogo con el autor. Ha llegado la copa de vino, que brilla en la luz suave del local. Los que están a  nuestro alrededor hablan en voz baja, como si fuera la manera natural de hablarnos en este lugar de recogimiento y disfrute. Una librería contemporánea es un lugar de oración, el espacio adecuado para saborear las palabras y dotarlas de toda su carga de limpieza de pensamiento. El tiempo se convierte en la cuarta dimensión del espacio; casi se puede tocar, como si se distribuyera entre todos, una manera de acabar el día con la esperanza cierta de otro que vendrá después. La aspiración a la plenitud es atendida por esta música suave que nos acompaña, mientras el mundo se agita en mil problemas a nuestro alrededor. Pero la vida está hecha de contradicciones, porque mientras se disfruta de algo hay otras personas que no pueden hacerlo, y la luz es sólo intermitente. Sin embargo, me parece que sería una buena idea que las conversaciones para la paz se celebraran en una librería.

Edward Frenkel

Leo 'Amor y matemáticas', las aventuras de Edward Frenkel, desde su adolescencia hasta la madurez. Sus aventuras son matemáticas, y son de verdad aventuras, y las cuenta muy bien, para comunicarnos todo lo que supone la investigación matemática, que sirve siempre a otras muchas -y quizás sólo en apariencia- insospechadas disciplinas científicas. La pregunta ¿para qué sirve esto?, tantas veces escuchada, es contestada por Edward Frenkel con la historia de su vida. Los grupos de simetrías han servido para desarrollar diferentes aspectos del estudio de las partículas elementales. Del trabajo de un matemático, otros investigadores extraen ideas valiosas para continuar con su trabajo. Una investigación se ramifica en otras investigaciones, y así se avanza en la comprensión del mundo en que vivimos. Avanzo en el libro, como si el lector también fuese un aventurero. Ahora nos adentraremos en el Programa Langlands.

martes, 13 de octubre de 2015

Mirar S'Arenal, desde un ático

Miro S'Arenal, desde un ático. Al anochecer, las luces sobre la bahía, la esperanza de recordar cómo era hace años esta playa de curva delicada: cuánta belleza somos capaces de abrazar, aunque sólo sea con la imaginación, saltando hacia atrás, en el tiempo ido. Imagino el agua llegando a las matas, a las sabinas, a la vegetación de la garriga, a las rocas. Qué importa ahora, sin embargo, cuando ya las lamentaciones de nada sirven, salvo para certificar la ignorancia de los que edificaron sin sentido de las proporciones. La destrucción del paisaje es la destrucción del espíritu. Pero no me quiero rendir a lo evidente: también puedo saltar sobre la realidad esquiva, y soy capaz de imaginar murmullos de bendición. Sobrevive el que no se pone a llorar, el que lo ve todo a la vez: lo que hubo entonces debajo del desbarajuste de ahora.

lunes, 12 de octubre de 2015

Al atardecer, una mirada al futuro


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Viajo en el autobús al atardecer, hacia el centro de la ciudad. Un hombre mayor está sentado enfrente de mí, y al mirarle se me aparece una especie de recuerdo a la inversa, como si me viera a mí mismo dentro de algunos años. Y es una especie de mirada al futuro alejada de cualquier miedo. Me gustan su traje oscuro y su camisa de rayas azules, su cuello ligeramente abierto, sin corbata, y esa manera de mirar a su alrededor, como si le quedara mucho tiempo aún, merecidamente.
(Juan de Irati)

lunes, 5 de octubre de 2015

Lento adiós a los periódicos de papel

Hoy me he dado cuenta de que el único quiosco que tenía cerca de mi casa ha desaparecido. Formaba parte de un centro comercial, y me resultaba muy cómodo para adquirir el periódico. Pero ya no está, y su espacio es ahora un vacío cerrado por unas mamparas, detrás de las cuales se ven los estantes desnudos. No ha quedado ni un solo periódico, ni una sola revista, ni un solo libro envuelto en estos llamativos reclamos que nos atraen tanto.
Hace años compré en un quiosco la colección completa de la Biblioteca Científica Salvat. Ahora mismo tengo cerca de mí En busca del gato de Schrödinger, de John Gribbin. Y algunas enciclopedias que aún conservo. Y una magnífica colección de libros de fotografía, que tengo en mi biblioteca, y que consulto con frecuencia.
En el quiosco que acaba de desaparecer me atendía Silvia, por la mañana, o su madre, por la tarde. Solíamos hablar de cualquier asunto que se nos ocurriera, no tan sólo para cumplir el trámite de la relación entre un vendedor y uno de sus parroquianos, sino por la necesidad de intercambiar opiniones, o puntos de vista sobre cualquier aspecto de la ciudad. Un periódico acerca a los que lo venden y a los que lo compran.
Pero esto ocurría antes.
A veces, hablando con los más jóvenes, sale a relucir el asunto de la evolución tecnológica. ¿No es mejor que los periódicos de papel vayan desapareciendo, me dicen, y que la gente se acostumbre a la lectura en la pantalla del ordenador o de las tabletas? De esta manera, argumentan, no habrá necesidad de destruir los bosques para fabricar tanto papel que luego, al fin y al cabo, ha de ser reciclado.
Dicen, argumentan.
Y yo, ¿qué digo, qué argumento?
Me cuesta mucho renunciar a la lectura de los periódicos de papel. Leo las ediciones digitales, pero siempre tengo la sensación de que un artículo que me gusta me va a gustar más aún si lo leo en papel. Aún en el supuesto de que se edite en formato digital exactamente igual que en la edición impresa, la lectura de un artículo me sigue pareciendo más incisiva con el papel entre las manos.
Naturalmente, es un argumento inconsistente. Y bastante absurdo. Lo sé, para qué andarse con rodeos. La evolución tecnológica es imparable, y se va acelerando. Y además, mis contradicciones son más que evidentes: hace poco mi familia me regaló un libro electrónico, y me ha gustado tanto que cada vez que salgo de casa me lo llevo para leer en cualquier sitio: en la parada del autobús, mientras hago cola en la sucursal del banco, o cuando salgo al jardín de la casa de mi madre.
Para ser equidistante, habría que decir: Me gustaría que coexistieran los dos soportes: el de papel y el digital.
Sí, claro. Parece razonable, a pesar de las objeciones citadas que los jóvenes me puedan hacer sobre la conveniencia de preservar los bosques. 
Y una reflexión final. Teniendo en cuenta que los pocos quioscos que quedan se concentran en el centro de la ciudad, ¿qué va a pasar en la periferia? ¿Los ciudadanos se van a limitar, forzosamente, a la lectura en las pantallas del ordenador o de la tableta, o va a iniciarse una progresiva, e imparable, sensación de abandono? ¡Habrá que acostumbrarse, qué remedio! va a decir más de uno.
Pues sí, habrá que acostumbrarse.
También se ha ido el acordeonista que interpretaba canciones melancólicas enfrente del supermercado.

domingo, 4 de octubre de 2015

Variaciones del azar

El sábado, en el mercado, en la cola de la panadería, me encontré con el pediatra que atendió a mis hijas. Después, fuimos a la copistería, en una calle no lejos del mercado, y nos atendió un compañero de mis años de instituto, con el que de vez en cuando me cruzo por la calle. No es infrecuente que nos veamos casualmente en otros lugares de la ciudad.
Me he dado cuenta hace ya tiempo de que las personas con las que nos encontramos por azar son casi siempre las mismas. ¿Esto significa que el azar es menos azar de lo que se supone? ¿Cuáles son las circunstancias que propician un determinado resultado? ¿Por qué esta repetición? ¿Quizás mi observación está sesgada por alguna condición inicial que no soy capaz de identificar? ¿Esta condición inicial que desconozco es lo que determina el hecho?
En la última pregunta he incluido la palabra determinar, y desde este instante empiezo a poner en duda que los encuentros se deban al azar. Quizás mis costumbres son parecidas a las de las personas con las que me cruzo con más facilidad. Quizás nos encontramos porque acudimos a los mismos lugares, a causa de hábitos que compartimos, o aficiones, o predisposiciones que nos empujan a salir a horas parecidas de nuestras viviendas para caminar por la ciudad por el motivo que sea.
Y no sólo en la ciudad. Hace años nos encontrábamos con una frecuencia sorprendente con un compañero de trabajo, tanto en la ciudad como en el Port de Pollença, los domingos por la tarde. Y si ahora ya no nos encontramos se debe a que no viven en Mallorca.
El azar quizás tiene muchas variantes. Cuando empezamos a movernos y a salir de casa somos como esa mota de polvo que en una gota de agua está sometida al movimiento browniano. De todas las incontables trayectorias que podemos tomar siempre hay algunas que se repiten, aunque sean en apariencia completamente diferentes.

Comunicar algo

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Por supuesto, comprender es seguir dudando. La comprensión nos remite a la imposibilidad de comunicar sus entresijos. Una experiencia puede contener belleza, y razones contradictorias. ¿Cómo se puede estar seguro de algo? El mundo está constituido por fragmentos que se enlazan. Aunque es improbable que el enlace se realice entre el final de uno y el empiece de otro. Cada uno los enlaza a su manera, como si fuésemos investigadores que hurgamos en la realidad con nuestros propios argumentos. Sólo la ciencia se atreve a comprometernos con la verdad, y esto es un alivio.
Juan de Irati 

viernes, 2 de octubre de 2015

El periódico suele ser siempre muy útil

El periódico suele tener siempre algún rincón en que el pensamiento sobre alguna cuestión candente destaca de manera especial. Así, ayer en El País, tres artículos en una misma página, uno al lado del otro, se complementan y se apoyan el uno en el otro. La massa, de Ponç Puigdevall; La pàtria de Carner, de Jordi Llovet; y La devaluació del present, de Joan F. Mira, son tres acercamientos a la realidad que nos empujan a utilizar la razón por encima de cualquier influencia.
La masa, un conjunto influenciable de personas; la manera de entender la patria, según el poeta Josep Carner; la crisis del presente: pensar es sentir que todo lo que vemos ha de ser interpretado desde una radical libertad, casi siempre a contracorriente.
(Quadern, El País, página 6, 1 d'0ctubre del 2015)

jueves, 1 de octubre de 2015

Entrever por las rendijas de un libro

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Hay libros que se alargan innecesariamente y otros que explican una vida entera en pocas líneas, casi en voz baja. Hay frases que sintetizan la experiencia en fragmentos de gran intensidad, y dejan rendijas por donde entrevemos lo que no se nos cuenta, para que nosotros, los lectores, podamos entender mucho mejor el contenido. Un ejemplo: La buena letra de Rafael Chirbes.
(Juan de Irati)

La duda y las verdades

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Llegué un poco tarde, me lié con las perspectivas contradictorias de mi manera de enfocarlo, pero al escuchar las razones de los demás me quedé con la duda, y quizás la duda era más certera que las verdades. 
(Juan de Irati)