jueves, 31 de diciembre de 2015

2016

¿Cómo será 2016? El pesimismo de El Roto en su viñeta de ayer es sobre todo sarcástico. Empezaremos con las secuelas de la ristra de acontecimientos de 2015, el Mundo girando como cada día y nosotros abrazados a lo que haya. He de mirar por fuerza las fotografías del periódico. Un refugiado afgano en la plaza de la Victoria de Atenas se cubre con una manta que le llega hasta los pies, pero no le tapa del todo las humildes alpargatas. A su lado, una mochila, colocada sobre una especie de mantel.





Motivos: El País 31-12-2015
-Viñeta de El Roto: un hombre sentado (gafas negras, barba, calvo, traje a rayas) murmura, o quizás nos dice a los lectores: FELIZ AÑO ÑUEVO y en seguida añade AUNQUE NO CREO

-Fotografía de Alkis Konstantinidis, de Reuters






El año se termina caminando

Ciutat está ahí, a nuestro lado, un escenario que nos protege y abriga. Su nombre, Ciutat, es el genérico, pero no tanto, porque en una isla hay pueblos y una ciudad, y la ciudad de aquí es Ciutat. Para qué darle otro nombre. Me gusta caminar por sus calles antiguas, tan llenas de serenidad, no ajenas al dolor y a la pobreza. La cola de necesitados  en la puerta de los Caputxins ha sido muy larga durante todo el año. La maldita crisis acecha y escarba en los cuerpos más débiles. Las almas son una consecuencia. Los cuerpos y las almas: al fin y al cabo qué los diferencia. Sigo caminando. A veces los pasos resuenan al doblar una esquina, y escucho un bolero, o un villancico, o un berrinche que traspasa una ventana. Unas plantas desordenadas llenan un balcón, y cuando voy por la calle Sindicato soy capaz de girar a la izquierda, hacia las tres plazas que me acogen. Ahora se transforman para el turismo de calidad, aunque no sé si tan modernas van a gustarme tanto como antes. El comercio de menaje y de pequeños electrodomésticos ha cerrado ya. El último propietario y yo compartimos la misma bisabuela. Al lado hay un hotel moderno que da renombre a los alrededores. Y los grafitis, casi en el gozo de sabernos libres, ahora que empezamos a madurar con rapidez, las piernas que aún nos permiten todo esto. Ciutat está ahí, y sobre todo la ciudad que sobrevive, esta legendaria pasión por revivir entre las piedras más antiguas y los saberes más tiernos, los que descubrimos caminando y caminando, incansablemente. Encuentro un amigo, hablamos un rato de casi nada, con esta especie de cansancio emocional que entre los mallorquines nos hace huir de los demás y que sin embargo puede parecer tan tierno, tan esquivo en su deseo de acercarnos. Timidez de la dulzura de trato, que nos acerca y nos aleja a la vez. El barrio antiguo es nuestro campo de operaciones. Hay quien no abdica nunca, valientes como Álex, con su estupenda librería, que da gusto. Los libros aún, ese vicio de leer y de caminar, que quizás se complementan o se funden el uno en el otro. Ciutat, nuestra pequeña gran ciudad. Ahora los políticos le quieren cambiar el nombre otra vez, Palma o Palma de Mallorca, qué más da, pero nosotros, los que cuando éramos pequeños vivíamos lejos, en algún pueblo, le seguiremps llamando Ciutat. Para qué hay que cambiar el nombre de las cosas, si ya tienen el suyo. Las verdades, las pocas que atesoramos, deben de ser defendidas. Sin acritud, por supuesto. Mi amigo me dice que ha encontrado el mejor café, en una cafetería nueva. Pero a mí no me ha parecido tan bueno. Bueno, los criterios dispares son siempre más agudos que los unánimes, se refieran al mejor café de Ciutat, o a cualquier otro asunto. Si todos opináramos igual el aburrimiento sería insoportable: si no recuerdo mal sólo se consigue por imposición. Le digo a mi amigo: cuando me quiero explayar un rato, le digo, en vez de tomar un café, entro en una iglesia y me siento en un banco a contemplar el techo, el altar oscuro, ese silencio que parece turbio de incienso y de rezos apagados. Yo, que ya no creo en dioses ni en rezos, entro en las iglesias como si fuera un viejo inocente que no cree en ningún misterio, pero sí en la búsqueda de algo inaprensible. Y ya dentro descubro que no hay misterio alguno, sólo el placer del silencio. Y el olor de las flores marchitas. Y al salir de nuevo a la calle es como si hubiera venido de un viaje muy largo. Mi amigo y yo nos despedimos porque no queda más remedio. Pero yo seguiré caminando por Ciutat, así, como lo hago ahora, como si las calles no se terminaran nunca y la ciudad fuese inagotable.

martes, 29 de diciembre de 2015

Harold Kroto

Leo una entrevista al científico  Harold Kroto. Cada respuesta nos remite a nuevas preguntas que hay que intentar responder. No hay respuestas definitivas. La molécula C60 que él descubrió lleva a nuevas investigaciones. Los caminos se bifurcan y se ramifican, y recorrerlos es una tarea necesaria. Lo que hay más allá aún no se sabe. HK dice que los grandes avances han de venir de la ciencia básica, de aquello que no es inmediatamente útil. Pero es consciente de que vivimos inmersos en el cálculo de los beneficios inmediatos. Cuando le preguntan cómo le gustaría ser recordado, contesta que no le importa mucho, y que ha aprovechado el prestigio del Premio Nobel que le concedieron para intentar mejorar un poco las cosas. Miro el retrato que acompaña a la entrevista. HK mira con dulzura, como si sus ojos quisieran sólo contemplar lo que merece la pena. Su cara denota tranquilidad de ánimo, o quizás se confunda esta expresión con el cansancio que según el entrevistador sentía al final de la entrevista,  

Motivo: Entrevista de Nuño Domínguez a Harold Kroto. El País, 29 de diciembre de 2015. Fotografía de Carmen Valiño  

sábado, 26 de diciembre de 2015

Huellas perdurables

Una botella de agua, dos tabletas de turrón, una botella de vino, un rollo de papel de cocina, varios libros, la acuarela que I pintó ayer, y que destila felicidad: cualquier casa es un lugar en el que se cruzan una gran cantidad de cosas inconexas pero a la vez necesarias. Si un paleontólogo del futuro escarba en la tierra, quizás encuentre esto, o detalles parecidos de la vida de las personas humanas de ahora mismo. Podrá sacar conclusiones más o menos certeras de lo que habrá sucedido aquí, en esta casa, o en la ciudad entera. La vida de cualquier ser deja huellas que van a permanecer, a pesar del olvido en el que parece que se sumen. Siempre hay alguien que levanta el polvo, o las sucesivos estratos que se han ido acumulando, y las descubre.

Motivo: Lectura de los primeros capítulos de La sexta extinción, de Elizabeth Kolbert.

jueves, 24 de diciembre de 2015

Madrugada silenciosa

Me he despertado y me he levantado en seguida. El día de Navidad no se oye nada, ni siquiera un coche. Es el amanecer más silencioso, uno de los más silenciosos del año, si no el que más. Ayer por la noche apenas recibí mensajes. El de César, un viejo amigo al que no veo desde hace diez años. Y en este período de tiempo ha ocurrido de todo: viajes, idas y vueltas, muertes, y nacimientos. Nos lo contamos: cada uno va conociendo la biografía del otro, a grandes trazos. Cuando pasa la vida nos vamos agarrando cada vez más a lo que nos parece lo fundamental. La sobriedad de los hechos desnudos nos marca. Al fin y al cabo cada historia personal es una sucesión de actos que se pueden contabilizar con facilidad. Ahora oigo un coche, ahora otro. Han pasado dos horas con una rapidez endiablada. Habría que ver si el silencio acelera el paso del tiempo. Esta sensación de vértigo al dejarnos llevar. Pensar un poco, sentir. Desarrollar la condición de ser absorbido por la vida que pasa. 

Fiestas de Navidad

Un período de tiempo no demasiado largo que llenamos de buenos deseos. Una incitación a la esperanza de que el año que va a empezar sea mejor que el anterior -pero quizás deberíamos de ser más realistas: que no empeore lo vivido en el último.

Un período de tiempo que parece empujarnos a un consumo de cosas accesorias. Bolitas de colores, árboles extraños, recomendaciones de algún caritativo que derrama inocencia.

Un deseo sin duda verdadero de fraternidad. Pero demasiado abstracta.

Lo sé cuando de repente me pongo a leer el periódico.


domingo, 20 de diciembre de 2015

La albahaca del campo de refugiados de Yarmuk

Veo una fotografía de Yarmuk, de Natalia Sancha. La veo y empiezo a mirarla. Dos soldados caminan por una calle. Decir una calle es una manera de nombrar algo que se le parece. Los portales de los edificios a ambos lados están carbonizados. Casi toda la imagen está en sombras, excepto un rectángulo central, en el que al fondo se ve un edificio iluminado por el sol, que también está destruido. Uno de los soldados va  hacia este edificio, en el cual quizás se haya quedado alguien  entre los escombros. Otro soldado, más cerca de la fotógrafa, va en el mismo sentido. Abajo, a la izquierda, se ve un tubo flexible; a la derecha, una barra aparentemente rígida. En la crónica, Natalia Sancha cuenta que "Las balas apenas se escuchan ya en el campo de refugiados palestinos de Yarmuk...a tres kilómetros al sur de Damasco. Prueba del impasse son las plantas de albahaca de metro y medio que florecen bajo el cuidado de los uniformados en el último control militar".

Motivo: Crónica de Natalia Sancha, El País, 5 de diciembre de 2015. La foto es también de Natalia Sancha.



Confianza en lo que ves

Caminar por las calles empinadas de El Terreno, dejar que cada paso sirva para redescubrir esta parte de la ciudad: el domingo por la mañana el tiempo se expande y deja que cada cual se oriente en la dirección que més le place. Una mujer joven va delante de nosotros, con un panecillo en una bolsa de plástico. Esta mujer debe de vivir sola, me dice P., porque ha comprado tan sólo este panecillo; fíjate cómo lo lleva, ni siquiera lo ase con fuerza, lo lleva apretando el lazo con los dedos. La calle es empinada, y las rodillas se notan, qué remedio. Otra mujer paseando, con un perro. Al entrar en el bosque no se ve a nadie. Hay muchos tréboles. Y gotas de rocío por doquier: el agua de los pájaros. Caminar da confianza en lo que ves, o en lo que intuyes. 

viernes, 18 de diciembre de 2015

Los candidatos

De noche, los paneles de las paradas de autobús iluminan la calle. Pedro Sánchez y Mariano Rajoy parece que nos interpelan, como si quisieran hacerse notar.

Miradme, dice Pedro Sánchez.

De Mariano Rajoy hay dos retratos diferentes. Uno de ellos es más o menos como el de Pedro Sánchez, pero en el otro está en actitud pensativa, un poco ladeado, como si el fotógrafo  hubiera escogido cuidadosamente el instante.

A Pablo Iglesias y Albert Rivera casi ni se les nota. En la publicidad electoral su papel es más bien secundario. Y no digamos los restantes: Alberto Garzón, Andrés Herzog, ausentes del todo. O los líderes de los partidos de ámbito sólo autonómico, que en Mallorca pasan desapercibidos, aunque sus votantes los conocen de sobras.

Como casi siempre, habrá que elegir entre la realidad y el deseo.

Motivo: elecciones 20D




jueves, 17 de diciembre de 2015

La Novena de Beethoven

El quinto concierto de la temporada ha sido como volver a empezar, después de un mes desde el concierto último. Cuando se interpreta a Beethoven hay muchos más asistentes, esta vez con razón, porque la Novena es una cima. Quizás estamos esperando escuchar lo conocido, esa impaciencia por gozar de nuevo de la música que nos ha hecho vibrar de jóvenes, el Himno a la Alegría, la emoción vivida sin necesidad de protegernos. Los abonados acabamos conociéndonos, y si falta alguien nos sabe mal, porque pensamos qué le habrá pasado a éste que se sienta tres butacas más allá de la mía, por ejemplo. Ayer faltó la señora que se sienta a mi lado, a mi derecha, una señora educada con la que comparto el placer de algunas piezas que a ella le suelen gustar mucho. Y entonces me lo dice con una expresión comedida, como si el entusiasmo no se le desbordara nunca, una medida precisa de sus sentimientos. Quién sabe lo que cuesta emocionarse en público. La emoción es una sucesión de gestos que nos delatan, los aplausos como una entrega, un presente, eso que sirve al intérprete, tan necesitado de reconocimiento y de adhesión. Escuchar es una necesidad de ajustar el ritmo del oído a la batuta del director, dar vueltas con la imaginación a una salsa emocional sin que la salsa salga del recipiente. La frecuencia que debe de ser y no otra. La frecuencia de resonancia de mi ciudad es Beethoven, Brahms, Bach. Más allá chirrían los goznes, y hay que resignarse un poco. La Novena es la representación del entusiasmo.  Bien pues, esta vez. Todos contentos.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Puntos de vista complementarios

"Pedro Sánchez ganó claramente el debate del lunes por la noche y salió muy reforzado como candidato a La Moncloa". Así empieza el editorial de El País de ayer, que resalta la 'victoria' de Pedro Sánchez en el debate con Mariano Rajoy.

Unas páginas más adelante, en la columna de Antonio Elorza, se critica al líder socialista porque, según el articulista, dista mucho de ofrecer la confianza necesaria a los ciudadanos. Viene a decir que desde Felipe González el PSOE no ha tenido un líder con garantías.

Quizás las dos opiniones no sean contradictorias, ya que el editorial se limita a hacer una reseña del debate, sin señalar las virtudes y los defectos de Pedro Sánchez. Quizás tan sólo son complementarias.
En cualquier caso sirven para que se muestre a las claras que un medio de comunicación ha de dirigirse a sus lectores desde puntos de vista diferentes.

La libertad de pensamiento se ha de basar en la complejidad de la mirada.


Motivo: El País, 16 de diciembre de 2015

En las guerras

En las guerras tenemos tendencia a clasificar a los contendientes en buenos y malos. En las películas del Oeste de hace cincuenta años, o algunos más, siempre ganaban los del Séptimo de Caballería, y los pobres indios eran los malos. Después supimos que los indios luchaban por defender su territorio. Así que no eran los malos, sino todo lo contrario: habían sido atacados injustamente y desposeídos de sus tierras a la fuerza. Así que el transcurso del tiempo cambia las clasificaciones acerca de quiénes son los buenos y los malos. Hay una escena en la película El Sur, de Víctor Erice, en la que la abuela le cuenta a su nieta que su marido consideraba como buenos aquellos que para su hijo eran los malos de la Guerra Civil española. Naturalmente que fueron los fascistas los causantes de la guerra, pero después de empezar la guerra el comportamiento de cada uno se ha de enfrentar a su conciencia. Esto viene a cuento porque en la crónica de hoy de Natalia Sancha en El País, que se titula "El batallón de las sirias", se cuenta la historia de una francotiradora, 'una de las 800 soldados mujeres que durante los últimos tres años se han unido a la Guardia Republicana del Ejército sirio'. Estas mujeres se alistaron 'por la patria, por Siria y por apoyar a los hombres en su defensa'. Leemos sus motivos y comprendemos que las valoraciones morales que nosotros podamos hacer después acerca de los bandos contendientes en Siria apenas le sirven a esta mujer joven que empuña un fusil. Alguien, quizás alguien muy malo, enciende la mecha de la guerra, y después la guerra ya es incontrolable: se suceden los acontecimientos, y los soldados luchan, en el fondo, para sobrevivir. 

Motivo: Crónica y fotografía de Natalia Sancha, El País, 16 de diciembre de 2015

martes, 15 de diciembre de 2015

Escuchando a Anton Chéjov

Muchos cuentos de Anton Chéjov son conversaciones a las que el lector asiste como si fuese un invitado de primera fila. Uno de los protagonistas habla, y quizás sea él mismo el eje de lo que se cuenta, como en Sobre el amor, O lyubvi, de 1898. Un cuento te permite atisbar el carácter de los personajes, alcanzarles en su carrera por la vida, pararles un rato y escucharlos. No hace falta decir muchas cosas sobre alguien para conocerlo. Y en todo caso la ficción es un estímulo para que prolonguemos con nuestra imaginación lo que se nos dice, sin ponerle aún el punto y final definitivo. Podemos seguir imaginando, celebrando que acabamos de conocer a alguien que puede servirnos para una conversación interior, con nuestra conciencia como interlocutora. Nos reconforta haber conocido a alguien que nos sugiere un pensamiento original, o que simplemente nos explica lo que acaba de ver, o lo que sintió hace algún tiempo. La manera de mirar el mundo es un compendio de todos los personajes de la literatura que hemos conocido, tanto o más que las personas reales que se han relacionado con nosotros.

domingo, 13 de diciembre de 2015

Tranvías en la memoria

El tranvía pasaba por esta calle, me dice Pep, esta calle se pierde en el pasado y me recuerda a Lisboa, y yo, que aún no he estado en Lisboa, he de observar las roderas del tranvía con atención, sin apenas desviar la mirada de las piedras gastadas, mientras caminamos silenciosamente. Acercarse a las ciudades es buscar puntos de encuentro, razones para ir de unas a otras con el entendimiento o la memoria. El tranvía pasaba por esta calle, y aún se ve en una fotografía de Lisboa, que casualmente encuentro en una revista, horas después, mientras tomo café en el Bar Bosch.

Motivo: Palma, mañana de domingo, carrer del Polvorí, y fotografía de Céline Colin en Jot Down nº3

Mañana de domingo

La ciudad, un domingo por la mañana, no parece la de los días laborables. Caminamos por el Paseo Marítimo al sol de esta mañana de diciembre que podría ser primaveral si no empezaran a caerse las hojas de los árboles. La media docena de chopos de Sant Agustí se desnudan día a día, y también los de la calle de Antich, y con toda seguridad los de Castilla la Vieja. Pienso en ello mientras caminamos plácidamente, sin apenas cansarnos, porque en esta plácida atmósfera es muy difícil cansarse. Caminar es un placer, uno de esos placeres cotidianos que no cuestan nada. La experiencia de otras caminatas nos sugiere que ahora, al girar hacia El Terreno, la ciudad cambiará de golpe. Las calles estrechas suben sigilosamente hacia el bosque de Bellver, y en algunas de ellas aún quedan las huellas del viejo tranvía. Aquí vivimos Marta y yo durante nueve años, me dice Pep, pero nuestra vida se centraba en ir de casa al trabajo y del trabajo a casa. Una mujer habla por teléfono desde la terracita de su vivienda, y al final, cerca de la puerta metálica que da acceso al bosque, hay varias casas que parecen una copia exacta de las casas anteriores a la revolución industrial. La belleza de algunas casas no se ajusta a las modas ni a argumentos de especialista: parecen construidas tan sólo para dar cobijo a las personas, para nada más. La utilidad es lo que con el tiempo otorga belleza a las obras humanas. Lo excesivamente suntuoso o estrafalario se convierte en accesorio o irrelevante. La ciudad se acaba después del grupo de casas de otros tiempos que han perdurado más allá de modas y de convenciones, y detrás de la barrera tan sólo entornada hay todo un bosque mediterráneo que se puede recorrer como si en realidad hubiésemos llegado a un lugar imaginario. Parece un milagro, le digo a Pep, que este bosque no fuese urbanizado hace algunas décadas, cuando las normas urbanísticas casi no existían, o si existían eran modificadas a voluntad de algunos. Se respira un aire fresco y aromático, pero a fuerza de andar sobra la chaqueta, y también el jersey. Al llegar al castillo se ve la ciudad, abajo, abrazando a la bahía. Ahí vivimos, me digo, como si fuera la primera vez que viera desde aquí este paisaje urbano tan extrañamente familiar.   

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Algunas lecturas para el final del año

A finales de cada año hay lecturas que nos pueden ayudar a recordar lo que siempre nos ha servido para entender el mundo. La película El mundo sigue me empuja a releer algunos de los cuentos de Ignacio Aldecoa, que a pesar de remitirnos a un tiempo que parece que ya ha sido superado, son siempre literatura que bebe de las verdades que sólo se transforman ligeramente pero que son reconocibles: la vida en las grandes ciudades, las alegrías y las desventuras, siempre de la mano, como los dos polos de un imán, que no se pueden separar. Y también Don Quijote, para descansar de tanto apego a la eficiencia económica y de tanto debate sobre las soluciones que dentro de poco se verá que son incompletas. En los días en que Don Quijote descansa en la casa de don Diego de Miranda sus discursos son tan cuerdos que 'le he visto hacer cosas del más loco del mundo y decir razones tan discretas, que borran y deshacen sus hechos', dice don Diego. Este capítulo XVIII de la segunda parte sirve para darse cuenta, una vez más, de que el viejo caballero 'es un entreverado loco, lleno de lúcidos intervalos'.

martes, 8 de diciembre de 2015

El mundo sigue

Las buenas películas tienen una fuerza en las imágenes que nos impulsa a seguir viéndolas, a veces sin saber quién es el director, aunque algunos de los actores nos resulten conocidos. Esto es lo que me ocurrió ayer por la noche al empezar a ver la película de la 2, cuando ya había empezado. La interpretación de Lina Canalejas, Gemma Cuervo y Fernando Fernán Gómez es extraordinaria. Y el Madrid de 1963 es una reminiscencia vívida, casi descarnada, de la época. Los sentimientos a flor de piel, siempre en el límite de la miseria humana, que en las ciudades grandes, en aquellos años, casi se transparentaba. Cuando veo imágenes de entonces me busco a mí mismo y me pregunto quién era yo entonces, cómo eran las personas que convivían en el pueblo, no mis padres, no mis abuelos, sino los ciudadanos que yo veía caminar por la calle, los que se sentaban en los bancos de la iglesia, los que iban al bar, a media tarde. El buen cine es un estímulo para aprender de la vida. Ayer, mientras la película iba pasando casi como un huracán de imágenes de una realidad no tan lejana, recordé una visita a las oficinas del Ministerio de Educación para preguntar acerca de una beca salario de mi amigo José Antonio. Íbamos los dos vestidos de soldado, porque nos incorporábamos al segundo período de milicias. Luego comimos en un bar por los alrededores de la Gran Vía, una comida muy sabrosa, creo recordar que algún potaje. Por los mismos lugares por los que caminábamos discurre la película de ayer. El mundo sigue. Esta mañana me acabo de enterar que el director es Fernando Fernán Gómez y que la película sólo se proyectó de forma poco menos que clandestina en un cine de Bilbao. Fue prohibida por la censura franquista. Para poder financiarla, Fernando Fernán Gómez las pasó moradas, y pagó las deudas como pudo. El mundo sigue. 

Louis Bourgeois

Una exposición de Louis Bourgeois, hace diez años, en la Fundación Miró: por qué de golpe  me viene a la mente. Me llamó  Rafael Alomar para que fuésemos con él. No había esculturas, sólo dibujos, y hacía un sol muy agradable en el jardín. Siempre que uno va a la Fundación Miró se tiene la sensación de que en cualquier momento va a venir Joan Miró a mostrarnos lo último que está haciendo. Un día alegre, una conversación con gente que se iba acercando a nuestra mesa y que nos iba contando cosas que me interesaban, casi como si de alguna manera pasaran a formar parte también de mí. Rafael se sentía feliz en aquel ambiente, como si todo lo que tenía a su alrededor fuese el eje de su experiencia. Yo sólo conocía la inmensa araña del Museo Guggenheim de Bilbao, y nada más. Aquel sol del mediodía, la mesa grande en el jardín y todos nosotros sentados conversando y tomando cerveza: después fuimos a comer juntos, y el día se convirtió en un recuerdo agradable. Louis Bourgeois aún vivía.

domingo, 6 de diciembre de 2015

El lucero del alba

A la izquierda, debajo de la luna, lo veo al abrir la ventana, el objeto celeste más luminoso visto desde la tierra, después del Sol y la Luna. Venus parece que está ahí para muy de mañana, antes de salir el Sol, un aviso o una manera de decirnos que el orden de los cielos es mucho más duradero que cualquier otro orden de la tierra. Como algo que nos observa desde lo alto, y que se complace en dejarnos a nuestro aire, como si nos susurrara: a ver hasta dónde vais a llegar.

Las crónicas de Natalia Sancha

Hace poco que he empezado a leer las crónicas de Natalia Sancha, en El País. Son artículos llenos de pasión por lo que cuenta, pero la pasión es compatible con un relato minucioso, casi notarial de lo que ve en Siria. Indaga acerca de los últimos desastres en una ciudad, o en un barrio, o en una calle. Y acaba hablando con alguien que le cuenta su historia personal, o la de sus parientes o amigos. Son artículos que el lector acaba sintiendo como muy próximos, por la prosa casi transparente, por la verdad de lo que se cuenta, que no se explaya más que en lo que se nos dice. Y las fotografías. Ella, Natalia Sancha, es la fotógrafa. Ahí está la fotografía que ilustra la crónica del día 3. Un joven mira hacia la calle desde la ventana de su casa medio destruida, en Adra. El sol entra por la ventana y proyecta la sombra del joven en lo que fue el salón comedor de su casa. Que la habitación sea el salón comedor me lo he de imaginar yo, el lector, pero he de suponerlo, ya que la habitación, con esta ventana tan grande, debe de corresponder a la parte más grande de la vivienda. Que la periodista sea también fotógrafa, y tan buena fotógrafa, es un aliciente para el lector, que siente que lo que se le cuenta ha sido visto por quien relata los acontecimientos. A veces me detengo en el mapa de Siria y miro los nombres de loas ciudades, y es casi como cuando de niño me tenía que imaginar la geografía a partir de los dibujos del libro que servía para todas las materias del curso: aritmética, geografía, historia, ortografía. Los enviados especiales que están en el lugar de la noticia nos dan una visión precisa de los acontecimientos. Miro otra foto de Natalia Sancha. Dos jóvenes llevan comida a su posición, en Alepo. La calle está destruida, y al fondo se ve un depósito de agua con antenas de telefonía móvil. Viendo la calle que recorren los dos jóvenes ya nos hacemos cargo de cómo debe de estar el resto de la ciudad. El nombre del país, Siria, no se le puede olvidar a nadie.

sábado, 5 de diciembre de 2015

Los gatos del hospital

Llegar de noche al hospital, sabiendo que no va a servir de nada,. Pero las personas mayores se han de sentir reconfortadas, y los hijos también, y urgencias sirve para realizar esta función. Las urgencias de los hospitales públicos son el centro de de todas las esperas, si el motivo no es de gravedad, es decir si no se ha llegado en una ambulancia. Se ha de esperar, rodeado de otros ciudadanos que llaman por teléfono, que se mueven nerviosos de un lugar a otro, que preguntan al personal de recepción, que fijan su mirada en una puerta. Las experiencias de la vida se resumen en esta lenta espera. Alguien que no conocemos pronunciará un nombre, y en un primer instante este nombre nos sonará a desconocido. Después de un breve resoplido mental caemos en la cuenta de que han pronunciado el nombre de la persona a quien acompañamos, y entonces salimos disparados del asiento, pero la persona que ha de ser atendida no puede andar con tanta rapidez, y hemos de acompasarnos a (con) ella. En la madurez, al atender a nuestros padres, empezamos a darnos cuenta del valor de la salud, de poder movernos con un mínimo de garantías, de sentir que el cuerpo nos responde a las exigencias de la vida cotidiana. Sólo dejan pasar a un acompañante, así que empiezo a divagar también por el pasillo interminable, y a comportarme como el resto de las personas que esperan, como yo: miro el teléfono móvil, leo el libro de poemas que me compré ayer. Mientras estoy de pie, cerca del mostrador de recepción, veo que se acerca una mujer. Viste una bata gris medio raída, los pies arrastrándose. Más que caminar, parece que sus piernas ocultas no responden a los mecanismos de la normalidad, sino a un empuje milagroso: cómo es posible que vaya sola esta mujer, piensas, justo cuando está a tu lado y se dirige a ti y te pide dinero para poder tomarse un café con leche. Recoge las monedas y se acerca a dos personas que están a unos metros de mí: un hombre y una mujer. El hombre le dice con cortesía que hace un momento ya le ha dado dinero, y la enferma se disculpa amargamente. Cuánta perseverancia hay que tener a veces, desde la enfermedad, para sobrevivir. Esta mujer que se arrastra por los pasillos de Son Espases es como un fantasma salido de una habitación anónima. La veo alejarse hacia el otro extremo. Quién sabe el tiempo que habrá tardado en llegar hasta aquí, en este hospital de pasillos larguísimos y dimensiones desproporcionadas. Me muevo de un lado a otro hasta que salgo afuera. Hay varios empleados al lado de tres o cuatro ambulancias, que hablan animadamente. Yo sigo hasta el coche, y ya en el interior, como si fuera un refugio, escucho algo de música en Radio Clásica. Recibo los primeros mensajes de Aina: el médico aún no nos atiende, hay que esperar. La música comunica transparencia, la posibilidad de dejarse llevar por la mente que piensa en lo misterioso que es todo lo que nos rodea, y a la vez en lo sencillo que podría ser. Es incomprensible que a estas horas un mirlo haya volado con rapidez, de un árbol a otro, refugiándose entre las hojas amarillas, más amarillas aún por la luz macilenta de las farolas. Quizás ha visto el gato que ahora pasea: ahí está, seguro, sin inmutarse, avanzando con el señorío de su elegancia. Uno se pregunta cómo es posible que haya gatos por aquí, porque luego pasa otro muy parecido, tan tranquilo o más que el anterior, sobreviviendo en estos parajes que parecen desolados, como si desde que se construyó el hospital el paisaje hubiera perdido aquel cualquier atisbo de encanto. Los dos gatos se alejan. Y el mirlo se ha quedado entre las hojas del árbol que está enfrente de mí. Al marcharnos, el paisaje de los alrededores del hospital es el centinela de la noche, y los árboles conservan celosamente los signos del paisaje: siguen orientados a las montañas, como si su frágil identidad vegetal quisiera de repente ser reconocida. Viven también en una espera tan frágil y desconcertante como la nuestra.

viernes, 4 de diciembre de 2015

Los sueños del granjero

En el autobús hay muchos viajeros, vamos pegados los unos a los otros, y entre tantos que miran sus pequeñas pantallas hay una mujer joven que empieza a leer un libro. Está a mi lado y noto enseguida que al abrirlo ha sentido que algo muy hondo se le comunicaba con la primera frase. Conozco el libro, y sé de qué trata, aunque no lo he leído. Paula, de Isabel Allende. Al cabo de un rato se sienta, dos o tres filas por detrás, y yo también, y mi vecino es un señor más joven que yo. Tose, y se queja de su tos y me dice que debería dejar de fumar. Pues deje usted de fumar, le digo, de golpe o gradualmente. Ya lo he intentado, me responde, y no una vez sino muchas, pero no consigo dejarlo, si empiezo a fumar un poco menos acabo volviendo a las andadas, no hay remedio, y de golpe no soy capaz de dejarlo, que lo sé. Después suena su teléfono móvil y se pone a hablar. Yo saco mi libro, recién comprado, Tiempo y materiales, de Robert Hass. El primer poema me gusta mucho: En las largas noches de invierno se estrechan los sueños del granjero. / Entra en el surco, una y otra vez. Me bajo en la parada de la Policlínica, mientras mi vecino sigue hablando por teléfono y la joven sigue absorta en su libro, serenamente.
 

martes, 1 de diciembre de 2015

Lo esencial

Lo que queda es siempre lo importante. En una casa, en un libro, en la memoria. Se descubre poco a poco, y es una cuestión de darse cuenta a medida que maduramos. Si hurgamos en aquello que más nos afecta, empezamos a comprender que hay que quedarse con pocas cosas.

Me voy a caminar con la mochila y la cámara fotográfica, y unos euros. Incluso caminar es un acto de desposesión. Los pasos han de ser pasos al azar, pero escogiendo a medida que se avanza la dirección más adecuada. Un azar dirigido por la intuición, casi más que por la experiencia.

Después del paseo queda sólo aquello que la memoria habrá retenido. Quizás algunas imágenes. Quizás una breve conversación con la pescadera. Así, el tiempo es consumido por el olvido, que se dedica a desperdigarnos, a no dejarnos embaucar por todo lo que nos rodea.

Dejar cosas cada día es una sensación de confianza en el futuro. Quedarse con esta idea, con esta fotografía, con aquel pequeño proyecto que está a nuestro alcance. La realidad es entonces una pequeña selección.  



El periódico (de papel) de hoy

Aún hay margen para el papel en el que se vierten historias verdaderas, pensamiento y acción. Ahí están Revista de Libros y Jot Down, dice, en doble soporte, porque lo que sólo es digital acaba por no ser nada, disuelto entre la niebla indescifrable de La Nube.

Aún hay margen, y es por esto que me gusta el periódico de papel, esa antigualla, según algunos, así como también son antiguallas los álbumes de fotografías. Así que cojo el periódico de hoy y me dejo llevar  por un optimismo reticente al leer que "Obama y Xi dan nuevo aliento a la lucha contra el cambio climático".

Xi lo vive en directo: una fotografía de Kim Kyung-Hoon, de la agencia Reuters, es la demostración. En ella se ve a un grupo de ciudadanos, en hilera, cruzando la plaza de Tiananmen, en Pekín, con un fondo blanco de contaminación sobrecogedor. En Madrid no se llega a tanto, pero se anuncian medidas inminentes si no se levanta un poco de brisa.

Me llama la atención la fotografía de Neil Hall, también de Reuters, en la que se ve a Jeremy Corbyn, el líder laborista, salir de casa, Va con una mochila a la espalda, vestido como un modesto oficinista, o como un vendedor de libros a domicilio que empieza su dura jornada de trabajo.

¿No es un periódico una ventana al mundo entero? Una señora de Madrid, en una carta al director, dice que antes de cambiar el nombre de su calle sería mejor que la limpiaran. 

Hay mucho más. Por ejemplo la noticia de la muerte de la filósofa Esperanza Guisán, y la de la escritora Fátima Mernissi. Y la de José María Mendiluce, sólo un par de años mayor que yo. (Me fijo en este detalle, como una viruta de curiosidad que necesita, a la vez, qué remedio, de los dos soportes).

sábado, 28 de noviembre de 2015

Setsuko Hara

Sólo conocemos a la actriz, la magia de su mirada comprensiva y turbadora, la paciencia con que se mueve de un lugar a otro y su manera de escuchar, pero cada uno de los que la admiramos queremos atisbar algo que se refiera a la persona que hay detrás de cada interpretación. Los personajes de sus películas parece que forman parte de algo esencial que como espectadores hemos de ser capaces de entender, no sólo porque nos gusta el cine sino porque nos gusta el cine como contrapartida de la vida, o como soporte de la misma, según las circunstancias.

Ayer oí en Página 2, el programa de libros de la 2 de televisión española, que Setsuko Hara había muerto a los 95 años, el 5 de septiembre, y que no se ha sabido hasta ahora. Hace algunos años que no he vuelto a ver sus películas, una selección de la producción de Ozu que conservo como oro en paño, por la belleza de sus imágenes, la cámara casi siempre fija mientras sus personajes cruzan la calle, o la habitación, o algo que sólo se percibe al mirar incansablemente, una y otra vez.

Lo que atrae de ella es una especial manera de moverse ante la cámara, su expresión misteriosa a través de la cual nos comunica dolor, alegría, tristeza, sorpresa, valor...Pocas actrices son capaces de mostrar un registro tan amplio de expresiones capaces de comunicarnos los sentimientos de una persona a lo largo de su vida. Su sonrisa atraviesa la historia del cine, y es  capaz de mostrar toda la complejidad del ser humano, que no sólo sonríe cuando sonríe, y que no sólo llora cuando llora.

Es curioso cómo el cine de Ozu, mediante esta actriz, nos llega por encima del tiempo para comunicarnos las verdades eternas acerca de los hombres y las mujeres. Y es curioso porque los elementos de que consta su cine son de una sencillez conmovedora, por su manera de acercarse a los sentimientos, apoyándose en grandes actores que son capaces de soportar lo esencial sin esforzarse aparentemente: como si el cine y la vida se pudieran fundir., aunque no tengan nada que ver el uno con la otra. ¿O sí? Quizás tengan mucha relación, y nos ayudan a una comprensión más cabal de lo que hacemos. Cuentos de Tokio, por ejemplo, es un compendio de gestos que transmiten mucho más de lo que se pueda expresar con palabras.

Setsuko Hara, en 1963, a los 43 años, dejó de hacer cine, el mismo año en que murió Yasujiro Ozu. Sin su gran director -aunque fue dirigida por otros también muy eminentes- quizás pensara que ya nada le quedaba por hacer que pudiera tener un mínimo de interés, y se retiró en Kamakura, sin conceder entrevistas y sin dejarse fotografiar.

martes, 24 de noviembre de 2015

Escenario de una despedida

Ha nevado un poco, sólo un poco, en el Puig Major, y la brisa es fresca. Los que caminamos al lado del mar nos hemos abrigado por vez primera desde que empezó el otoño. Los bancos están sin ocupar. Nadie se detiene a sentarse y a mirar el horizonte. Los perros acompañan a sus dueños con energía, y los empujan a seguir, casi a la fuerza. Pero el aire es de una densidad que renueva los pulmones, y se agradece. Me desvío hacia una calle del interior para intentar adquirir el periódico. Desde que me enviaron la tarjeta de suscriptor, la compra de El País es un calvario. La mayoría de los datáfonos de los establecimientos a los que acudo rechazan mi tarjeta. En este estanco ocurre lo mismo. Así que tendré que resignarme, una vez más. Regreso a la orilla del mar, y sigo caminando cerca de las olas. No hay pescadores, pero enfrente del Club Náutico dos jóvenes se besan. Ella viste vaqueros, y él lleva una mochila en la espalda, como si se fuera de excursión. Dos hombres que se cruzan se saludan efusivamente, pero ninguno de los dos hace ademán de detenerse para hablar un rato. ¿Cómo se puede ser tan efusivo cuando se huye? En el codo que hace el paseo antes de llegar a la playa veo a un grupo de personas que están cerca de la orilla. Una mujer mayor está sentada en una roca. Un joven está pendiente de que las muletas, apoyadas en la misma roca, no caigan en la arena. La imagen inmóvil de la mujer desprende quietud y serenidad, y un dolor indescifrable, como si repasara su vida entera mientras contempla el mar. El grupo la arropa. Son siete u ocho personas, y están de pie, en una actitud de concentración solidaria.  Hablan, pero me da la impresión de que no quieren levantar la voz, recogidos también en sí mismos, haciéndole compañía a la mujer mayor. Los dos más jóvenes se apartan unos metros, se suben a las rocas más cercanas al mar y observan las olas. El mar no está quieto, como otros días, aunque el oleaje es suave, y el ritmo se aviene con una contemplación placentera. Sobrevuelan el lugar algunas gaviotas y más allá, en una roca que sobresale del agua, se atisba un cormorán, inconfundible, su humildad en contraste con el orgullo de las gaviotas, que vuelan majestuosas. Uno de los del grupo dice algo que hace reír al que está a su lado, y esta sonrisa sincera parece que los ha distendido a todos, incluso a la mujer mayor, que hace un intento de levantarse. La joven que está más cerca de ella le coge del brazo y hace un ademán para que otro le acerque las muletas, pero ella se ríe de sí misma. dice algo y se queda sentada de nuevo. Qué vieja estoy, parece decir, con leve ironía. Es entonces cuando veo la bolsita cilíndrica. Es de color gris, como si alguien hubiera decidido que tenía que hacer juego con los grises ceniza de la arena y los grises más terrosos de las rocas. La bolsa tiene un ribete en la parte de arriba. Es la cremallera para abrir y sacar la urna, lo sé. Cómo no lo voy a saber. La mañana es una buena mañana, al fin y al cabo, y en el mar se dispersarán las moléculas de un ser humano que algún día quizás formaron parte de una estrella y que quizás, quién sabe, dentro de varios millones de años formarán parte de otra. O quizás formarán parte de una gaviota, o de un cormorán, o de un almendro, o de un roble. Me alejo poco a poco del grupo, y después de caminar apenas cincuenta metros veo que una mujer camina velozmente hacia mí, con una determinación atlética. Me llama la atención porque va cubierta con un impermeable muy llamativo que le llega a los pies. No es para tanto, desde luego, porque como mucho han caído unas gotas, sin llegar tan siquiera al sirimiri. A los del grupo no les preocupaba nada la posible lluvia. Pero a esta mujer atlética sí, por lo visto. Al cruzarnos, el vuelo del impermeable emite un sonido que se complementa con el murmullo de las olas. Es un impermeable muy hermoso, de color azul, un azul muy parecido al del cielo, en el que las nubes poco a poco desaparecen, más fugaces aún que las rosas.




domingo, 22 de noviembre de 2015

Matices de la luz al regresar del aeropuerto

Uno de los cortos viajes más profundos cuando se llega a la madurez es ir al aeropuerto de madrugada, la noche aún cerrada, avanzar por la autovía para ir al lugar de los encuentros y de las despedidas, nuestro punto de referencia (casi) emocional, porque es allí donde nos acostumbramos a vivir de manera contemporánea, es decir: con rapidez, deshaciendo la visión de los viajes que se tenía antaño, cuando viajar era la dicha de conocer lo nuevo y diferente. En la oscuridad de la autovía hay siempre flotando una sensación de congoja, que el entendimiento no acierta a deslindar de la otra sensación que te atenaza a medida que el tiempo transcurre: la de una tranquilidad absoluta, como si uno no hubiera vivido en vano, y todo lo que vaya a suceder a partir de ahora sea ya experiencia ganada por derecho propio. La noche es una manera casi enigmática de despedirse, el coche dejado unos instantes al lado de la terminal, un beso y otra vez las sombras de la autovía que se despliegan en un entramado más amplio, los árboles aún invisibles, las farolas que iluminan de soslayo para avisarnos. Qué impresión nos atenaza, qué maneras de acercarse de nuevo a casa, abrir la puerta, menos mal que hay una luz muy débil que ya entra por el ventanal. Empieza a llover y la luz de levante es casi fantasmagórica. Mi hija ha llegado bien, acabo de leer en la pantalla del teléfono móvil. Y la luz se vuelve más limpia y transparente.
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lunes, 16 de noviembre de 2015

Claudio Rodríguez

Noviembre. Es un poema de Claudio Rodríguez, del libro 'El vuelo de la celebración'. "Llega otra vez noviembre, que es el mes que más quiero / porque sé su secreto, porque me da más vida. / La calidad de su aire, que es canción, / casi revelación, / y sus mañanas tan remediadoras..." Parece que las palabras se transfiguran para decir algo que nos sobrepasa. Cada palabra pierde su significado habitual para irse a otro lugar en donde el lector se sitúa de golpe. Es como el cambio de perspectiva que nos ofrecen los rayos del sol al iluminar un paisaje. Al cambiar de posición la luz cambia los perfiles de las cosas, y la percepción de lo que observamos. "...Las telarañas, con su geometría / tan cautelosa y pegajosa, y / también con su silencio...". En estos días, caminando por el campo, entre las matas, se pueden ver telarañas brillantes que han retenido gotitas de rocío. Los rayos de sol, al iluminarlas, ofrecen una perspectiva extraña, como de microscopio. Su estructura parece remitirnos a lo que dice el poema "...también con su silencio, / con su palpitación oscura / como la del coral o la más tierna / de la esponja, o la de piña / abierta, / o la del corazón cuando late sin tiranía..." La identificación de la telaraña con el coral es tan exacta que tengo la sensación de que Claudio Rodríguez también tuvo que ver a la fuerza una de estas telarañas que retienen las gotas de rocío iluminadas por el sol. Y en Noviembre, este mes tan extraño y limpio, de días tan cortos y de mañanas tan inflamadas de rocío.

domingo, 15 de noviembre de 2015

El mar de madrugada, tan cerca de París

El amanecer es muy luminoso. Un hombre camina por la playa en bañador, los rayos aún fríos del sol secándole poco a poco. Me voy hacia un extremo de la playa para ver el islote, con su torre a un lado, como si esperara que alguien tuviera que decidir algo acerca de ella. En un pequeño recoveco hay una tienda de campaña bien cerrada. Sus posibles moradores aún duermen. Oigo voces, pero no de la tienda de campaña sino de más allá. Y enseguida detecto la procedencia. Un hombre sentado en una roca está haciendo un discurso sobre no sé qué pactos. Asegura que sólo van a pactar por dinero, y lo repite machaconamente. Por un momento me planteo acercarme a él, pero he de desistir, porque su discurso no quiere destinatarios, o quizás el único destinatario sea él mismo, y lo que habla es para escucharse, sin remedio. Voy hacia atrás, dejo al orador en su afán de esclarecer los pactos, y me fijo que además del hombre en bañador ahora también hay una mujer joven, pero no en bañador, sino vestida con pantalones color crema y chaqueta vaquera. Camina con ligereza, para respirar el aire marino y quizás para acompañar al hombre en bañador. El mar está quieto, y el sol no deja que miremos al horizonte, hacia levante. Hay dos barcos fondeados cerca de la playa, a cien metros, más o menos. Nada se puede intuir acerca de sus propietarios. El mar está muy limpio, el agua es transparente, el hombre que se ha bañado lo habrá agradecido. Por la mañana, tan temprano, el mar se ha de revelar por fuerza como necesario para entender la claridad. Suena casi a irreverente esta apreciación de la belleza del mundo más inmediato, después del horror de los atentados de París.

La angustia de la espera

El viernes por la noche le llamaron a París. No contestó. Seguramente no ha llegado aún a casa, pensaron sus padres. A los 28 años, un viernes por la noche, lo más normal es que haya salido a cenar con los amigos; qué joven no aprovecha la noche que anuncia el fin de semana. Su madre le envió un mensaje. Pero tampoco contestó al mensaje. Ella le suele enviar mensajes con relativa frecuencia, y aunque él no los conteste enseguida la respuesta llega, al cabo de una hora o dos. Es que eres una pesada, mamá, le ha dicho infinidad de ocasiones. No nos preocupemos, no está en su casa y con el ruido que suele haber no habrá oído el sonido del whatsapp, se decían el uno al otro, más el padre a la madre, que la madre a él, más callado y reconcentrado, más encerrado en su creciente confusión y temor, ya congoja. La noche fue muy larga, y la contestación a los mensajes no llegó, ni levantó el auricular del teléfono de la casa, y el teléfono móvil parecía sonar en el vacío, como si estuviera abandonado en algún lugar inaccesible. Esperemos a mañana, le dijo él, ya verás que todo tendrá una explicación. Y ahora quien se callaba era ella, después de encender y apagar el televisor una y otra vez. Qué más había que oír. Las noticias eran confusas, pero las calles del atentado eran del centro de París, y por allí andaba su hijo. Qué tenían que hacer, cuál tendría que ser el primer paso para abrirse camino en esta angustia que los atosigaba. A las diez de la mañana ella se puso a llamar con insistencia: una llamada al móvil cada medio minuto, infatigablemente. No perdía la esperanza ni un solo momento, pero él, el padre, no hablaba ni se movía, de pie, mirando desde la ventana hacia el exterior, mientras ella, su mujer, insistía e insistía. Y así se sucedieron la una a la otra más de cien llamadas sin respuesta. Finalmente se oyó la voz del hijo, con la resaca del sueño aún, y con la ignorancia absoluta acerca de lo que había ocurrido en París. 

PD.- Recuerdo ahora mismo la película London River, de Rachid Bouchareb. 

viernes, 13 de noviembre de 2015

Las piedras del paisaje

Por la mañana salimos de excursión por los alrededores de Bunyola.  La belleza de las piedras es una de las expresiones más hondas del paisaje. Las piedras son mucho más que piedras. Tengo la sensación de que con el tiempo van adquiriendo formas que nos dan ocasión de entrever la historia de la humanidad. Las hay que nos recuerdan la cara de un hombre primitivo, o de un pez que despareció hace millones de años, o de un animal que sólo puede ser imaginado. En las piedras siempre hay restos del pasado de la tierra, incrustados en su superficie, en sus líneas quebradas, en su destierro: algunas son fragmentos de rocas despeñadas. Habría que investigar la transformación de una roca en piedras, y cómo una piedra con el tiempo se moldea gracias al viento, al sol y al agua, para convertirse en una forma de animal prehistórico. Caminas por la montaña y no sabes dónde se cruzan el pasado y el presente, pero sabes que coexisten en estos parajes que perviven sin apenas intervención humana. Lo que se observa se desmenuza en la mirada, que escruta y escoge, que se detiene a ratos en algo que succiona especialmente tu interés. Por la noche, cuando llegan las primeras imágenes del atentado en el centro de París, el contraste entre la supuesta civilización y las piedras de la montaña se convierte en un esquema absurdo de lo que ha sido el día de hoy: parece más civilizado el paisaje a solas que nosotros.

(Diario de Algún Otro)   

jueves, 12 de noviembre de 2015

¿Puede haber espacios neutros?

Salgo de casa al atardecer con la intención de caminar por el centro de Ciutat sin importarme demasiado la ruta. No hace falta ir a un sitio concreto. El azar de ir a la izquierda en vez de hacerlo a la derecha nos somete a directrices no previstas, en principio, pero indiferentes al hecho mismo de caminar, que busca su satisfacción en un dejarse llevar sin consecuencias¿Ciutat en las tardes de otoño se convierte en un espacio neutro? Es decir, ¿se puede pasear por Ciutat sin pensar en nada, gracias a que la temperatura agradable, los escaparates iluminados, la distensión de lo que se ve, en suma, permiten que caminemos sin rumbo fijo, y sin importarnos que la vida madura pueda ser indiferente a lo más inmediato?  Es muy conveniente de vez en cuando no pensar en nada, hacer que lo que vemos no nos asalte cargado de mensajes sobre la vida de la comunidad. Lo neutro podría ser también ausencia de trascendencia: caminar y nada más. Sin embargo, la verdad sea dicha, no he podido escabullirme del olor a orines casi fosilizados en la calle Socors, o del desconsuelo de comprobar que se siguen construyendo pésimos edificios. ¿Entonces no es posible, definitivamente, lo neutro? Pues no, parece ser que no es posible. Cualquier mirada ha de tomar partido, irremediablemente

Cataluña

http://cadenaser.com/ser/2015/11/09/videos/1447054804_812804.html

lunes, 9 de noviembre de 2015

Probando una y otra vez

Los mejores momentos para trabajar en actividades más o menos creativas -pueden ser casi todas: las que necesitan ejercitar el pensamiento, o las manos, o ambas cosas a la vez: el pensamiento y el trabajo manual, no están tan lejos como algunos suponen- no se producen gracias al azar, o a la inocencia de una inspiración que llega de fuera por arte de magia. Es decir: no puede uno estar esperando a que las soluciones a nuestros deseos caigan del cielo. Tan sólo cuando estamos en ello, probando una y otra vez, a veces sin sacar nada en claro, es cuando quizás acertemos. Incluso en las acciones más repetitivas se nota la disposición a hacerlo bien. Hay una realimentación, un ir y venir desde el resultado hacia la disposición.  Me gusta esta constatación de Gustav Mahler: "Sólo compongo cuando tengo experiencias intensas. Y sólo cuando compongo tengo experiencias intensas"

(Diario de Algún Otro)

sábado, 7 de noviembre de 2015

Una escena que transmite serenidad

La ciudad puede tener mensajes más o menos cifrados, y también puede mostrarlos con su código abierto, bien a las claras. Al atardecer, quizás la presencia de los otros te desvela lo que hay que mirar a través de la propia experiencia. Estás sentado en un banco del Paseo del Borne, y tu cabeza te da vueltas, es decir: la dimensión de lo que piensas es una pura elucubración sin contenido coherente. Pasa mucha gente joven, y algún viejo embebido en sus pensamientos, quizás tan inconexos como los tuyos. La madurez no requiere excesiva discreción, se suele decir, y sin embargo es necesaria: qué sería del mundo sin las formas, sin la educación basada en un convenio que sirve para entender la necesidad de protegernos, sin la verdad de determinadas apariencias que nos permiten vivir sin llamar la atención. Y enfrente de ti te fijas en una familia entera, una pareja con sus cuatro hijos, todos pequeños, de edades escalonadas, desde un año, que puede ser la edad del pequeño, hasta los siete u ocho del mayor. El pequeño lloriquea, en el cochecito empujado por la madre. El padre atiende una llamada telefónica, pero está atento a su mujer y a los hijos, se le nota en la mirada, en los gestos, en que no tiene los cinco sentidos en la conversación telefónica. Al contrario, mientras habla por teléfono no deja de atenderles. Mientras, el pequeño que llora exige atención, pero no es un lamento que irrite; al contrario, es un lamento que empuja a los hermanos a la ayuda, a que no se sienta solo. Uno de los hermanos, el mayor, releva a su madre en el control del cochecito, mientras el segundo en edad se acerca al hermanito y le  consuela. El padre ha dejado de hablar por teléfono, y el hijo que deduces que es el tercero en edad se le acerca cariñosamente, y el padre lo recibe con una caricia en el pelo. Esta manera de entenderse, sin que sean necesarias las palabras dichas, es el lenguaje de las certezas. Un hijo se siente arropado por su padre; el padre siente que su hijo le necesita: la razón de los sentimientos se deja llevar por la intuición, y todo es tan limpio como si se supiera sin ninguna duda. El hijo mayor le dice algo a la madre que no puedes oír, porque es un susurro, pero se nota la confianza, y la disposición a aceptar la ayuda, o de ofrecerla sin pedir nada a cambio. Qué importa además, si no hay transacción alguna: lo que se da es a cambio de nada. El hijo le dice algo a la madre, y ella también le dice algo, pero no con palabras, sino con un movimiento de sus ojos, que pestañean como si bastara una mirada para enlazar sus corazones. Se transmiten tranquilidad, y un sentimiento de ternura que es el vínculo que los une. En las miradas se transparenta todo, en la manera de moverse y de relacionarse, la vida que se comunica entre los seis, un entrelazado de sentimientos que al haberse cruzado contigo esta tarde te han dado una parte esencial de sí mismos sin apercibirse de ello, sin apenas saber que su normalidad es conmovedora.

(Diario de Algún Otro)

  


jueves, 5 de noviembre de 2015

Adelfas en la autopista

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Las adelfas sobreviven en el ambiente hostil de la autopista, y subvierten la idea romántica de la flor en el sitio adecuado. Me acuerdo de R. L. Stevenson, que pone en boca de uno de sus personajes la enigmática frase El infierno tiene hermosas llamas.

(Juan de Irati)

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Mallorca en otoño

Contemplo el mar con la voluntad de celebrar esta tarde de otoño, como si el mar fuese un fondo de paisaje pero también una experiencia luminosa: de hecho, cuando te sitúas frente a él no puedes dejar de mirarlo. Incluso a veces este hecho tan simple puede ser un recuerdo de otras tardes de noviembre como ésta. Hay imágenes que erosionan los recuerdos, pero hay otras que los afianzan y los excitan con una fuerza incontrolable que surge desde alguna esquina ignorada de nuestro interior. En la terraza están todas las mesas ocupadas. Sólo nos separa del mar la calle y la continuación de la terraza, en donde hay una pareja de jóvenes que se dan la mano. El vendedor del cupón de la Once pasa por la acera, casi rozando a las tres parejas que están en primera fila: me fijo en la más joven, aunque la joven es ella, con su pelo rubio recogido en un moño, delicadamente. El sol entra por la izquierda, desde la bocana del puerto, acercándose ya al horizonte radiante con los espléndidos colores cálidos del otoño, que se acentúan aún más después de un día de lluvia y de viento. Muchas gaviotas revolotean sobre un barco de pesca que se acerca. El barco tiene un nombre portentoso: Es Morràs Segon. Hay un marinero a proa con la cuerda entre las manos para preparar el amarre, y hay gente que camina por el paseo y que se detiene a observar las maniobras. Es un momento mágico, porque el final de todos los viajes puede ser interpretado por la imaginación de aquellos que lo contemplan. Después, ando un rato por la orilla y veo que en la playa hay algas, algas verdaderas. Una niña echa pan al mar para que se lo coman los patos. Cuando los patos se acercan se ríe con entusiasmo. Su madre lleva el pan en una bolsa, y se lo ofrece poco a poco. Así durará más. Los padres de la niña dejan traslucir confianza por la vida, y amor. Al alejarme de ellos abrazo su futuro con melancolía, y les deseo lo mejor. Continúo andando hacia poniente, hacia el horizonte anaranjado. A mi espalda el cielo es muy azul aún a pesar de que la tarde está cayendo.
No sé si mirar en la dirección de la montaña herida. Lo hago, a regañadientes, y entonces aparecen varias grúas.

martes, 3 de noviembre de 2015

Un ordenador antiguo

Me llama la atención una fotografía de Lee Friedlander en la que se ve a una empleada de una oficina de Nueva York tecleando el ordenador. La manera de vestirse, su postura corporal, podrían ser las de alguien de ahora mismo. Lo que hace que la fotografía nos parezca 'antigua' es el ordenador.  Los ordenadores de sobremesa de 1992 parecen muy antiguos, con su pantalla grande y profunda, parecida a los televisores de antaño. La tecnología no sólo ha evolucionado a velocidad de vértigo durante estos últimos años sino que, a la par, hemos transformado imperceptiblemente nuestra percepción del tiempo. No se le intuye una asíntota a esta rápida evolución. Es como si la aceleración fuese cada vez mayor. Y ya se sabe que si aumenta la aceleración aumenta la velocidad, y si aumenta demasiado la velocidad se puede producir más de un revolcón.

lunes, 2 de noviembre de 2015

20-D

Dentro de poco va a empezar oficialmente la campaña electoral, y de nuevo seremos bombardeados por eslóganes sin contenido alguno, como si fuésemos tontos a los que hay que aleccionar y confundir. ¿Por qué votamos a los que votamos? ¿Para defender nuestros intereses? ¡Pero si nuestros intereses son siempre opacos, y no es nada fácil identificarlos! ¿Y los intereses de la comunidad en la que vivimos, del país entero del que somos ciudadanos? Y sin embargo la democracia es precisamente esto: la dificultad de creer que existen soluciones a nuestros problemas, porque los problemas no se pueden aislar los unos de los otros, y en las relaciones que se establecen entre ellos no hay más que contradicciones. La democracia es precisamente el sistema que no oculta sus reveses, y que se afana en solucionarlos, aproximándose a ellos mediante un acercamiento basado en pactos, en el reconocimiento de que la solución definitiva no existe, y aún en el supuesto de que existiera su validez sería temporal.

domingo, 1 de noviembre de 2015

Cementerios

Acudir al cementerio para visitar la tumba de nuestros antepasados: se suele hacer para no alejarnos demasiado de nosotros mismos, que somos al fin y al cabo depositarios de una memoria. Pero es necesario cambiar de perspectiva para poder saber algo más, o para entender mejos en qué consiste esta tradición. Por qué no cambiar ligeramente el punto de vista. A veces la tradición es una losa que nos impide avanzar, y nos somete a una intransigencia que frena inconscientemente nuestro afán de saber más acerca del mundo, y acerca de nosotros mismos. Dejar de lado una tradición, aunque sólo sea por un matiz, puede ayudarnos a disfrutar más de algo que es una obligación, más o menos aceptada a regañadientes. El pasado viernes, con Carlos Garrido, pude celebrar una nueva manera de relacionarme con el cementerio de Palma, que es un museo de emociones y un refugio. Conocer algo más acerca de este lugar tan desconocido produce una sensación de alivio y de descubrimiento. Está en un sitio por cuyos alrededores he de pasar a veces tres o cuatro veces al día, y como yo muchos otros ciudadanos, por lo que es obligado considerarlo como una parte relevante del paisaje de nuestra experiencia visual. Sus muros, las cúpulas de algunas de las tumbas, las cruces: todo lo vemos desde fuera. ¿Por qué no entrar y verlo de cerca? Por qué no hemos de saber algo más sobre un lugar que forma parte de la ciudad. Pero cuando le he comentado a algunos de mis allegados que iba a visitar el cementerio a las once de la noche me han mirado como si me hubiera dado una fiebre súbita sin motivo alguno, algo que no cuadra con mi carácter de persona más o menos equilibrada y tranquila. Al cementerio se va por Todos los Santos, a media mañana con un ramo de flores, ¡pero no a media noche! Y sin embargo hace ya tiempo que descubrí el valor sentimental de los cementerios. Uno de los cementerios de Copenhague, en el centro de la ciudad, es un hermoso jardín en el que hay jóvenes que hablan animadamente, o padres que pasean a sus hijos en sus cochecitos, o personas de cualquier edad que conversan plácidamente mientras caminan por las sendas como si lo hicieran por cualquier otra calle de la ciudad. En Berlín desayuné durante varias semanas en una pastelería deliciosa que está situada justo al lado del cementerio municipal de Schöneberg, que es un museo de la memoria del siglo XX en el que reposan muchos soldados alemanes que murieron en las dos guerras mundiales. Los nombres de los jóvenes de la 1ª Guerra, de la que ahora se cumplen cien años, y los de las 2ª, tan reciente aún, son reclamos de la memoria, nombres que suguieren contemplación activa, y el homenaje de una oración laica. Las tumbas son de una sencillez que denota un buen gusto que sólo puede ser el resultado de lo mejor de nuestra civilización. Y en Palma, en nuestro cementerio, hay también huellas de una fuerza poderosa. Ahí está el trabajo de nuestros buenos escultores, Miguel Arcas, Tomás Vila, Joan Grauches. La vida de este último es la vida de una persona sin suerte, un artista que acabó en la ruina económica y en el olvido. Durante la visita, se leyó el comentario que hizo de él el escritor Mario Verdaguer. Qué noche. El cielo tan profundo sobre nosotros, las palabras necesarias para explicar el significado de lo que vemos, esa ardiente convicción de haber estado ahí, en el lugar preciso en que la memoria perdura, aunque a veces no seamos capaces de enfrentarnos a ella.

Casi Todos los Santos

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Incluso en la costumbre de acudir a los cementerios durante estos días, cuando alguien dice lo que yo siempre solía decir: también se puede ir cualquier otro día del año, qué más da un día que otro, incluso en esta costumbre hay una necesidad interior de justificarnos delante de nosotros mismos, pero también de manifestarnos que seguimos recordando, que aquel a quien vamos a ver en su morada definitiva nos sigue pareciendo digno de permanecer en nuestra memoria. Es evidente: podríamos ir otro día, el año es largo y da mucho de sí, pero a medida que pasan los años se estrechan cada vez más y nos hacemos muy dependientes de justificaciones equivocadas, o superficiales, o pretenciosas, y amparándonos en ellas dejamos de ir, y así se quedan los muertos: olvidados.

Juan de Irati

sábado, 31 de octubre de 2015

La acordeonista Ksenija Sidorova

Mientras  escucho Radio Clásica en el coche me viene a la mente la interpretación de la acordeonista Ksenija Sidorova en el concierto nº 2 de la temporada. El sonido del acordeón de Ksenija Sidorova se mezcla con los sonidos de otros acordeones que he oído a lo largo de mi vida, sobre todo en la calle, pero también en las fotografías de postguerra, asociados a algun tiovivo que gira y gira, mientras se oye la música nostálgica, aunque sea absurdo adjetivar como nostálgico el sonido de un instrumento, porque es un añadido que depende de cada oyente. Se mezcla con los sonidos de otros acordeones pero luego se distingue con claridad porque me llega por caminos desconocidos, y sirve para comunicar todo lo que deseamos en un concierto: profundidad y sarcasmo, velocidad y lentitud, cadencia y continuidad, huida y permanencia. Los sentimientos que nos suscita se van alternando con mucha rapidez, y estamos siempre a la espera de lo que va a suceder en el instante siguiente. En los gestos de Ksenija Sidorova reconocemos en seguida que ella interpreta con una alegría que quiere compartir con los asistentes. Parece muy breve la pieza de Vaclav Trojan, y luego, durante el primer bis, el director Joji Hattori se sentó a su lado, respetuosamente

Concierto nº2, 28 de octubre de 2015, Auditórium Palma
Fairy Tales para acordeón y orquesta, de Vaclav Trojan
Acordeón: Ksenija Sidorova

jueves, 29 de octubre de 2015

Vistas

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Lo que se ve desde el avión puede ser explorado con la libertad de la imaginación más extravagante. Sabes que aquello que se ve al fondo son nubes, pero vistas de golpe, como un dato de los sentidos, pueden ser una cordillera en el horizonte. De hecho, esto es lo que he visto al principio, cuando he ladeado mi cabeza hacia la ventanilla. La confusión entre lo real y lo imaginario no se debe a la voluntad sino a los mecanismos físicos de nuestro cuerpo. Lo que es parece ser otra cosa, quizás gracias al lenguaje, y a la experiencia.

Juan de Irati

martes, 27 de octubre de 2015

El Parque del Retiro, un mediodía de octubre

Al entrar en el parque un hombre mayor con andadores avanza con dificultad delante de mí. En el aguaducho, la música de un acordeón endulza la mañana con su melodía de otros tiempos. Cerca de mí hay otro acordeonista sentado que de repente empieza a interpretar una música que me predispone a una tristeza cuyas causas desconozco. Así es el azar en las grandes ciudades: los sentimientos se nos impornen sin habérnoslo propuesto. La cara del acordeonista queda velada por el humo de su cigarrillo, que mantiene entre sus labios con una curiosa destreza. Se cruza conmigo una chica joven con su galgo. El Teatro de Títeres está completamente vacío, aunque yo veo al señor con barba blanca que manejaba los hilos de aquellas historias que daban tanto miedo a mi hija. Los castaños amarillean, pero la mayoría del resto de árboles aún no. Como los chopos, que se mantienen muy verdes, dispuestos a vibrar como en las riberas de los ríos de Castilla. Una mujer con un bolso rojo pasa a mi lado. Su manera de caminar me resulta extrañamente familiar, como si la hubiera conocido en algún momento de mi vida. Al llegar al lago un trompetista interpreta La Cucaracha. Un grupo de niños van en fila, acompañados por varios profesores. En el lago hay barcas con parejas. Un hombre y una mujer jóvenes se abrazan apoyados en la barandilla y sonríen a punto de ser fotografiados, como esa chica con una gorrita azul, que utiliza este incómodo palo largo de moda para un autorretrato. Veo a tres o cuatro parejas en sus barcas, y me fijo en que son ellos los que reman, pero no hay que extraer consecuencias con pocos datos. En efecto, más allá es una mujer la que rema, y una madre lo hace con mucho esfuerzo, porque ha de atender a sus dos hijos pequeños. Una empleada municipal recoge las papeleras y deposita su contenido en una camioneta. Un hombre de mediana edad camina delante de mí, cojeando, apoyándose en un bastón.  

Josef Koudelka: Praga, 1968

Si Josef Koudelka no hubiese salido a la calle con el vigor que lo hizo, y no hubiese fotografiado la invasión del Pacto de Varsovia, la idea que tendríamos de los hechos sería diferente. La invasión aún resuena hoy en el recuerdo de los que la padecieron, sin duda, y estimula la curiosidad de los que, como yo, vivíamos en una España de férrea censura. Cada fotografía nos cuenta los hechos desde perspectivas diferentes, y al contemplarlas en sucesión vamos tejiendo un relato en nuestro entendimiento: dos jóvenes que caminan con una bandera al aire; un hombre con maletín que lanza una piedra a un tanque; un joven que increpa a los soldados de otro tanque; la multitud que asiste al funeral de Jan Palach; un hombre que parece huir de un edificio bombardeado; una mujer que corre, huyendo con expresión de tristeza. Miro las fotografías a mediodía, mientras afuera llueve, y cada imagen es una sacudida que me viene de una ciudad de nombre rotundo y hermoso: Praga. Y a medida que observo, las personas fotografiadas nos transmiten una emoción sin la cual no se entiende el relato objetivo que se puede consultar en los libros de historia. Las fotografías nos permiten una interpretación personal que no es nunca contradictoria con los hechos objetivos, porque la visión personal que elaboramos es el resultado de una emoción. Las mejores fotografías no son tan sólo imágenes sino también sentimientos, un eco de la realidad que aún podemos oír. La verdad es siempre emocionante, y al recibirla nos estamos enriqueciendo con su valor único, irreemplazable. Me muevo lentamente de una sala a otra en esta exposición en el centro de Madrid, una ciudad que sufrió tres años de asedio y destrucción hace casi ochenta años. De la invasión de Praga hace casi cincuenta años, pero los hechos parece que ocurrieron no hace tanto: el tiempo es una música extraña que se contrae y se dilata, como la música nostálgica de los acordeones que ayer escuché en el Parque del Retiro. Al salir a la calle sigue lloviendo, me he de cubrir la cabeza con el periódico hasta la parada del 147, y tengo la sensación de que en vez de haber estado en una agradable sala de exposiciones he regresado de un viaje a la historia reciente de Europa. 

Motivo: Josef Koudelka, Fundación Maphre, Madrid

lunes, 26 de octubre de 2015

Cortos viajes en metro

Vas en el metro de un lugar a otro, un corto trayecto que tiene todos los ingredientes de un viaje, rodeado de personas con las que compartes la misma dirección y a las que, ay, nunca volverás a ver. Al mirar por la ventanilla tan sólo hay oscuridad, ¿pero acaso no es la oscuridad también un ingrediente de todos los caminos? En una gran ciudad eres un personaje anónimo, de la misma manera que lo son los demás para ti. Los compañeros de viaje pueden ser un símbolo de la vida: vamos juntos, rodeados de desconocidos, como si en el vagón avanzáramos por una ruta fijada por nuestros designios, aunque el azar nos proporcione buena parte de lo demás: lo que recibimos sin haberlo previsto, tantas cosas que deberíamos prever y que sin embargo son siempre inesperadas. Aunque, bien mirado, tampoco hemos elegido de verdad la ruta: el azar ha sido el factor decisivo: ¿por qué aquí y no allá? ¿Por qué Madrid y no otra ciudad? Salgo por la boca equivocada de la parada de Sevilla, y no sé encontrar el camino hacia la Plaza Santa Ana. Es de noche, y las luces no se corresponden con ninguna imagen. He de preguntar, y entonces de golpe veo lo conocido: la calle Príncipe, la cafetería Hontanares, La Violeta y el elegante café Príncipe. Agarrarse a lo que se recuerda es la seguridad que nos protege de los cambios que nos perturban el ánimo, por mucho que pretendamos ser aventureros. Hay una lenta desaparición de los hitos de nuestra vida que se ha de alternar con los nuevos descubrimientos: ese teatro renovado, esos jóvenes que viven lo que viviste cuando tú lo eras. Hay claridad aún. 

domingo, 25 de octubre de 2015

Edvard Munch no huye, nos muestra lo que se va

Edvard Munch no sólo es El grito. Es mucho más Melancolía, el formidable paisaje al que el protagonista da la espalda mientras intenta huir a un lugar desconocido. Esta mañana, al contemplarlo, he sentido la perseverancia de los sentimientos, que saltan por encima de las barreras del tiempo para apoderarse de nuestro presente. La melancolía tiene mucho de huida hacia el pasado, buscando una belleza que ya no existe.

Motivo: Edvard Munch, F Thyssen, Madrid


sábado, 24 de octubre de 2015

La primavera de la muerte de Carlos Bousoño

Leer la prensa de madrugada, por internet, como si abriéramos una ventana al exterior, pero no a la calle, sino a un espacio imaginario por donde hay grietas a través de las cuales nos llegan imágenes, textos entrelazados con opiniones contradictorias, nubes blancas que ocultan y muestran a la vez el mundo.
Me entero de la muerte de Carlos Bousoño, su fotografía de golpe llegándome a la vez que el recuerdo de lo primero que leí de él: la introducción al libro Ensayo de una despedida, de Francisco Brines. Un estudio que analiza la poesía con un enfoque científico, una prosa que por sí misma revela el sentido de lo que leemos, la construcción de nuestra conciencia personal, esa agitación interior que nos sitúa enfrente de la idea de orden y de desorden, lo que nos conmueve y nos abraza para dejarnos a la intemperie un instante después.
Luego leí su poesía, y ahora quiero leerlo de nuevo para reconocer las imágenes de tránsito entre su primavera de la muerte y la mía. Y un recuerdo que ha salido a la superficie ahora mismo: lo vi en Formentor, en la playa, hace algunos años, a finales de septiembre, caminando con dificultad entre los pinos.


La vida en la ciudad

En Madrid se habla de casi todo. La ciudad se presta a la conversación, como si fuese un escenario propicio a comunicarse. El taxista te cuenta que lleva treinta años en el oficio, y si el viaje fuese más largo me contaría su vida entera; el vendedor del cupón de la ONCE me dice que es de San Sebastián de los Reyes, y me desea suerte de manera cariñosa; el del quiosco, que está al lado de la boca de metro, me reconoce siempre que nos vemos, quizás porque cada uno de nosotros actúa como un espejo en el que el otro se ve.
Por la mañana, tomar café acodado a la barra de un bar del barrio de El Pilar es una comprobación de lo mucho que se conversa en Madrid. Conversar es una forma de vivir, una manera de sobrellevar las desdichas. La conversación es un tipo de narración que nos permite entendernos mejor los unos a los otros.Los diferentes asuntos de los que se habla en las conversaciones entre los madrileños serviría para estudiar los afectos y desafectos de las personas, pero sobre todo la especial disposición a saber lo más importante de los unos y los otros.
Voy a la pescadería y compro dos calamares y un cuarto de quilo de boquerones. Me guardarán la compra hasta que yo la recoja a mediodía, porque ahora me voy a ir al centro. El día ha empezado bien, y discurre entre pequeños acontecimientos que en parte estaban previstos y en parte no. El 147 es un autobús que hace un recorrido agradable, un paseo por buena parte del centro de la ciudad que permite ver casi con detalle las avenidas, las calles bien alineadas, el necesario recuerdo de otros tiempos en que la experiencia aún no nos hacía pensar en la ciudad como escenario de la vida.
La ciudad es el lugar de encuentro de las sociedades contemporáneas, en donde la sociabilidad de las personas alcanza su mayor realización. La soledad buscada puede ser una aspiración, sin duda, como aseguran las estadísticas. Y quizás ahora haya muchas más variantes de la idea de soledad que nunca. Pero la ciudad nos ayuda a no dejarnos llevar por la desidia, o por el desconsuelo. La aspiración de las personas humanas es sentirse acompañadas. Y esa aspiración es tan sólo una posiblidad en las grandes urbes, el lugar del futuro. Uno puede después recluirse en sí mismo, pero temporalmente, para hacerse las preguntas que sólo la intimidad puede resolver, si se tiene la fuerza interior necesaria para soportarlo.
De regreso, en el metro, hay gente que lee el periódico, pero hay mucha más que juguetea con su teléfono móvil. En este asunto, vayas donde vayas, la uniformidad rige las conductas.

miércoles, 21 de octubre de 2015

Aceptar o no

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Aceptamos la realidad con todo lo que no nos gusta para no sentirnos siempre ausentes, no porque seamos complacientes con ella. Lo que no nos gusta va a seguir estando ahí, a nuestro lado, y nuestra intervención consistirá en influir para cambiarlo levemente, porque nada cambia de golpe. Vivir en un país democrático es ir conociendo las limitaciones de la convivencia para mejorarla no con ideas salvadoras, sino con la punzante verdad que a veces incomoda, porque casi nunca merece nuestra aprobación unánime.

Juan de Irati

martes, 20 de octubre de 2015

El impulso

Leer el periódico, imaginar una música posible para cada noticia, deambular por el mundo página a página: quizás la lectura sea un pasaporte para viajar a los lugares más alejados de nuestro hogar. La inquietud por conocer lo que hay más allá de lo que alcanzamos a ver es lo que nos ayuda a comprender el misterio de lo desconocido.

El debate entre Pablo Iglesias y Albert Rivera

En el debate entre Pablo Iglesias y Albert Rivera se observaba algo que desde luego no existe en los viejos políticos: la adaptación al medio televisivo, esa manera de posar delante de la cámara que no necesita de una preparación previa, ni de protocolo alguno, por mucho que uno pueda pensar que esta aparente transparencia es el resultado de mucho trabajo a la sombra. Los debates vistos hasta ahora, como aquellos dos célebres entre el aspirante Aznar y el presidente González en 1993, se ahogaban en las formas: la disposición de las sillas, los tiempos medidos, la iluminación: no quedaba margen apenas para la espontaneidad. Entre Iglesias y Rivera la verdad estaba en la manera de hablarse el uno al otro, la cercanía propiciada por el bar modesto en que se concertó la charla. El presentador sólo encauzaba ligeramente, sin imponer sus criterios, tanto formales como de contenido. Se lo han puesto muy difícil a Mariano Rajoy y a Pedro Sánchez.

domingo, 18 de octubre de 2015

La iluminación otoñal de Palmanova

En otoño el mar se colorea de manera especial, como los bosques. He de imaginar el gran hayedo de Irati, o las hoces de Cuenca, pero el mar está justo ahí, a cinco minutos de casa, y también ofrece su otoño, con atardeceres de languidez esbelta, y horizontes tan limpios que cuando se ve un barco de vela parece que está atravesando un sueño. Palmanova, que en verano es un hervidero de luz pastosa y de calor excesivo, en octubre empieza a brotar desde sus valores más limpios, que se basan en la manera en que podemos mirar el mar, y su horizonte. Lo que hay más allá de nuestros límites es lo que hace que el mar sea un símbolo de la esperanza. Pero es algo real, aunque a veces parezca un cuadro que cambia de color a cada instante. El azul de la mañana se convierte por la tarde en un verde difuso, con infinidad de tonalidades a medida que miramos desde la playa hacia la lejanía. Luego es de un gris plateado, y cuando se pone el sol nos llegan de costado los rayos anaranjados y amarillos, e incluso algún enamorado puede ver el rayo verde. Mientras tomamos un café a la caída de la tarde nos quedamos a la espera de que ocurra algo, pero no fuera de nosotros sino en nuestro interior. Es como si al mirar el mar nos estuviéramos viendo a nosotros mismos, con la claridad que se desea y que de repente se consigue casi sin habérnoslo propuesto. Por supuesto, no hay que plantearse leer el periódico, y el local elegido no ha de disponer de ninguna pantalla de televisión.

viernes, 16 de octubre de 2015

Y ahora que todo es posible

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Y ahora que todo es posible, o así se nos dice a veces con una insistencia que acongoja, ¿por qué no son posibles el entendimiento, la conversación afable que sirva para el entendimiento, la razón que salte por encima de sí misma hacia la razón de los demás, la búsqueda de un acercamiento a pesar de todos los pesares, el verdadero afán por conocernos?

Juan de Irati

Cala des Calàpot

Por la Serra de Tramuntana el día transcurre en una apacible soledad. Al caminar entre los pinos y los carrizos uno se siente transportado a una vida casi irreal, atraído por la verdad oculta que siempre parece esperarnos detrás de cada roca, o en el mar que vemos a lo lejos, al que nos acercamos poco a poco, bajando por las empinadas laderas. La mañana es soleada, de cielo limpio y mar en remanso. Un velero parece que flota en vez de navegar. Los árboles caminos se interponen en nuestro camino, y algunos de ellos parecen recién traídos de una galería de arte. Se pueden observar aún los estragos del incendio de hace varios veranos. Qué sensación de tristeza produce una ladera entera llena de árboles quemados. Pero luego, un poco más allá, cerca ya del mar, los carrizos nos ofrecen la visión sorprendente de su supervivencia. Es un milagro de la naturaleza que de un tronco quemado surjan las hojas verdes, más verdes que nunca, después de una lucha denodada contra el fuego invasor. Después, para llegar a la Cala des Calàpot, vamos andando sobre rocas dispuestas al azar por el tiempo y las tormentas, y al final sobre las algas mojadas, con ese olor a sustancia que ha salido del mar para ayudarnos con su sacrificio. Seguimos caminando hacia la Cala d'Ortigues, que es más grande, de piedras redondas, en la que no osamos bañarnos, porque aunque el día es soleado el lugar está a la sombra, y es preferible la contemplación durante un buen rato, antes de seguir, ya de regreso, la empinada cuesta que va a ser el origen de este cansancio que ahora, en casa, he de salvar con una ducha reparadora y música de Mozart.

miércoles, 14 de octubre de 2015

La paz de una librería

Entramos en Babel al atardecer. Hay una mesa libre cerca del mostrador, pequeña y redonda, y nos podemos sentar los dos con la mirada abierta a los libros, que forman en conjunto una aspiración imposible de lectura. Pero aunque sean tantos y tantos que no podremos leer jamás, están ahí como si fuesen una llamada de atención: en sus páginas hay esa posibilidad de conversación que cada uno de nosotros puede atender, escogiendo uno, abriéndolo, iniciando la esperanza cierta de un diálogo con el autor. Ha llegado la copa de vino, que brilla en la luz suave del local. Los que están a  nuestro alrededor hablan en voz baja, como si fuera la manera natural de hablarnos en este lugar de recogimiento y disfrute. Una librería contemporánea es un lugar de oración, el espacio adecuado para saborear las palabras y dotarlas de toda su carga de limpieza de pensamiento. El tiempo se convierte en la cuarta dimensión del espacio; casi se puede tocar, como si se distribuyera entre todos, una manera de acabar el día con la esperanza cierta de otro que vendrá después. La aspiración a la plenitud es atendida por esta música suave que nos acompaña, mientras el mundo se agita en mil problemas a nuestro alrededor. Pero la vida está hecha de contradicciones, porque mientras se disfruta de algo hay otras personas que no pueden hacerlo, y la luz es sólo intermitente. Sin embargo, me parece que sería una buena idea que las conversaciones para la paz se celebraran en una librería.

Edward Frenkel

Leo 'Amor y matemáticas', las aventuras de Edward Frenkel, desde su adolescencia hasta la madurez. Sus aventuras son matemáticas, y son de verdad aventuras, y las cuenta muy bien, para comunicarnos todo lo que supone la investigación matemática, que sirve siempre a otras muchas -y quizás sólo en apariencia- insospechadas disciplinas científicas. La pregunta ¿para qué sirve esto?, tantas veces escuchada, es contestada por Edward Frenkel con la historia de su vida. Los grupos de simetrías han servido para desarrollar diferentes aspectos del estudio de las partículas elementales. Del trabajo de un matemático, otros investigadores extraen ideas valiosas para continuar con su trabajo. Una investigación se ramifica en otras investigaciones, y así se avanza en la comprensión del mundo en que vivimos. Avanzo en el libro, como si el lector también fuese un aventurero. Ahora nos adentraremos en el Programa Langlands.

martes, 13 de octubre de 2015

Mirar S'Arenal, desde un ático

Miro S'Arenal, desde un ático. Al anochecer, las luces sobre la bahía, la esperanza de recordar cómo era hace años esta playa de curva delicada: cuánta belleza somos capaces de abrazar, aunque sólo sea con la imaginación, saltando hacia atrás, en el tiempo ido. Imagino el agua llegando a las matas, a las sabinas, a la vegetación de la garriga, a las rocas. Qué importa ahora, sin embargo, cuando ya las lamentaciones de nada sirven, salvo para certificar la ignorancia de los que edificaron sin sentido de las proporciones. La destrucción del paisaje es la destrucción del espíritu. Pero no me quiero rendir a lo evidente: también puedo saltar sobre la realidad esquiva, y soy capaz de imaginar murmullos de bendición. Sobrevive el que no se pone a llorar, el que lo ve todo a la vez: lo que hubo entonces debajo del desbarajuste de ahora.

lunes, 12 de octubre de 2015

Al atardecer, una mirada al futuro


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Viajo en el autobús al atardecer, hacia el centro de la ciudad. Un hombre mayor está sentado enfrente de mí, y al mirarle se me aparece una especie de recuerdo a la inversa, como si me viera a mí mismo dentro de algunos años. Y es una especie de mirada al futuro alejada de cualquier miedo. Me gustan su traje oscuro y su camisa de rayas azules, su cuello ligeramente abierto, sin corbata, y esa manera de mirar a su alrededor, como si le quedara mucho tiempo aún, merecidamente.
(Juan de Irati)

lunes, 5 de octubre de 2015

Lento adiós a los periódicos de papel

Hoy me he dado cuenta de que el único quiosco que tenía cerca de mi casa ha desaparecido. Formaba parte de un centro comercial, y me resultaba muy cómodo para adquirir el periódico. Pero ya no está, y su espacio es ahora un vacío cerrado por unas mamparas, detrás de las cuales se ven los estantes desnudos. No ha quedado ni un solo periódico, ni una sola revista, ni un solo libro envuelto en estos llamativos reclamos que nos atraen tanto.
Hace años compré en un quiosco la colección completa de la Biblioteca Científica Salvat. Ahora mismo tengo cerca de mí En busca del gato de Schrödinger, de John Gribbin. Y algunas enciclopedias que aún conservo. Y una magnífica colección de libros de fotografía, que tengo en mi biblioteca, y que consulto con frecuencia.
En el quiosco que acaba de desaparecer me atendía Silvia, por la mañana, o su madre, por la tarde. Solíamos hablar de cualquier asunto que se nos ocurriera, no tan sólo para cumplir el trámite de la relación entre un vendedor y uno de sus parroquianos, sino por la necesidad de intercambiar opiniones, o puntos de vista sobre cualquier aspecto de la ciudad. Un periódico acerca a los que lo venden y a los que lo compran.
Pero esto ocurría antes.
A veces, hablando con los más jóvenes, sale a relucir el asunto de la evolución tecnológica. ¿No es mejor que los periódicos de papel vayan desapareciendo, me dicen, y que la gente se acostumbre a la lectura en la pantalla del ordenador o de las tabletas? De esta manera, argumentan, no habrá necesidad de destruir los bosques para fabricar tanto papel que luego, al fin y al cabo, ha de ser reciclado.
Dicen, argumentan.
Y yo, ¿qué digo, qué argumento?
Me cuesta mucho renunciar a la lectura de los periódicos de papel. Leo las ediciones digitales, pero siempre tengo la sensación de que un artículo que me gusta me va a gustar más aún si lo leo en papel. Aún en el supuesto de que se edite en formato digital exactamente igual que en la edición impresa, la lectura de un artículo me sigue pareciendo más incisiva con el papel entre las manos.
Naturalmente, es un argumento inconsistente. Y bastante absurdo. Lo sé, para qué andarse con rodeos. La evolución tecnológica es imparable, y se va acelerando. Y además, mis contradicciones son más que evidentes: hace poco mi familia me regaló un libro electrónico, y me ha gustado tanto que cada vez que salgo de casa me lo llevo para leer en cualquier sitio: en la parada del autobús, mientras hago cola en la sucursal del banco, o cuando salgo al jardín de la casa de mi madre.
Para ser equidistante, habría que decir: Me gustaría que coexistieran los dos soportes: el de papel y el digital.
Sí, claro. Parece razonable, a pesar de las objeciones citadas que los jóvenes me puedan hacer sobre la conveniencia de preservar los bosques. 
Y una reflexión final. Teniendo en cuenta que los pocos quioscos que quedan se concentran en el centro de la ciudad, ¿qué va a pasar en la periferia? ¿Los ciudadanos se van a limitar, forzosamente, a la lectura en las pantallas del ordenador o de la tableta, o va a iniciarse una progresiva, e imparable, sensación de abandono? ¡Habrá que acostumbrarse, qué remedio! va a decir más de uno.
Pues sí, habrá que acostumbrarse.
También se ha ido el acordeonista que interpretaba canciones melancólicas enfrente del supermercado.

domingo, 4 de octubre de 2015

Variaciones del azar

El sábado, en el mercado, en la cola de la panadería, me encontré con el pediatra que atendió a mis hijas. Después, fuimos a la copistería, en una calle no lejos del mercado, y nos atendió un compañero de mis años de instituto, con el que de vez en cuando me cruzo por la calle. No es infrecuente que nos veamos casualmente en otros lugares de la ciudad.
Me he dado cuenta hace ya tiempo de que las personas con las que nos encontramos por azar son casi siempre las mismas. ¿Esto significa que el azar es menos azar de lo que se supone? ¿Cuáles son las circunstancias que propician un determinado resultado? ¿Por qué esta repetición? ¿Quizás mi observación está sesgada por alguna condición inicial que no soy capaz de identificar? ¿Esta condición inicial que desconozco es lo que determina el hecho?
En la última pregunta he incluido la palabra determinar, y desde este instante empiezo a poner en duda que los encuentros se deban al azar. Quizás mis costumbres son parecidas a las de las personas con las que me cruzo con más facilidad. Quizás nos encontramos porque acudimos a los mismos lugares, a causa de hábitos que compartimos, o aficiones, o predisposiciones que nos empujan a salir a horas parecidas de nuestras viviendas para caminar por la ciudad por el motivo que sea.
Y no sólo en la ciudad. Hace años nos encontrábamos con una frecuencia sorprendente con un compañero de trabajo, tanto en la ciudad como en el Port de Pollença, los domingos por la tarde. Y si ahora ya no nos encontramos se debe a que no viven en Mallorca.
El azar quizás tiene muchas variantes. Cuando empezamos a movernos y a salir de casa somos como esa mota de polvo que en una gota de agua está sometida al movimiento browniano. De todas las incontables trayectorias que podemos tomar siempre hay algunas que se repiten, aunque sean en apariencia completamente diferentes.

Comunicar algo

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Por supuesto, comprender es seguir dudando. La comprensión nos remite a la imposibilidad de comunicar sus entresijos. Una experiencia puede contener belleza, y razones contradictorias. ¿Cómo se puede estar seguro de algo? El mundo está constituido por fragmentos que se enlazan. Aunque es improbable que el enlace se realice entre el final de uno y el empiece de otro. Cada uno los enlaza a su manera, como si fuésemos investigadores que hurgamos en la realidad con nuestros propios argumentos. Sólo la ciencia se atreve a comprometernos con la verdad, y esto es un alivio.
Juan de Irati