miércoles, 19 de octubre de 2016

La lluvia

En los lugares donde llueve poco es muy agradable sentir el martilleo gozoso de la lluvia en las persianas, el repique de las gotas en el suelo y su reflejo multiplicador de la luz, una manera de aumentar los efectos de la iluminación nocturna. Sabré que ha llovido lo suficiente si mañana por la mañana los torrentes llevan algo de agua. No hace falta que sea mucha: la suficiente para que corra hacia el mar, en donde se disolverá en la bahía de Palma. Es tan agradecido el paisaje de la isla: con que llueva un poco crece la hierba con un esplendor pudoroso. Al transitar por la autovía, bajando a la ciudad, entre los pinos, se pueden entrever alberos verdes que le conducen a uno hacia recuerdos dulces de la infancia, cuando el campo era un descubrimiento permanente, y cada rincón era un lugar que parecía sacado de los cuentos, o de los viajes que uno imaginaba sin esfuerzo. Cuánto nos sugiere este empiece del otoño. Después del duro verano, los días son un regalo del tiempo que nos dan lo mejor de la vida: la sensación de que a pesar de que todo transcurre hacia su final, a pesar de todo, hay siempre una salida humilde y a la vez hermosa para dignificar nuestra presencia en el mundo.