sábado, 11 de octubre de 2014

Teresa Romero

Leo el periódico, y enseguida me detengo en la foto de la portada. Vemos una ventana de la sexta planta del Hospital Carlos III, en donde está Teresa Romero, y debajo otra ventana, de la planta quinta, en la que Javier Limón, esposo de Teresa, acodado en el alféizar, mira hacia el exterior. La vida cotidiana de repente se ha convertido en una desazón para todos, porque un virus obliga a varias personas a estar recluidas como medida de precaución en el Hospital Carlos III. No hay constancia de la efectividad de los medicamentos, aunque el Mzab, según leo en un artículo de E.G. Sevillano (El País de hoy), curó completamente a unos monos expuesto a la cepa Zaire. Sin embargo, lo que puede servir para una persona puede que no sea útil para otra, sobre todo si aún no se ha pasado de la fase experimental. Hurgo en mi memoria, a más de 600 quilómetros de distancia de Madrid, y veo el Hospital Carlos III desde el autobús, en aquellos año en que recorría cada día la avenida Sinesio Delgado para ir a trabajar. Parece que lo que recordamos nos abre a la reflexión con más fuerza. La ventanas que ahora veo en esta fotografía se balancean en mi tiempo personal, y siento dentro de mí con una fuerza demoledora una necesidad apremiante de que Teresa derrote a ese virus. Y que África sobreviva con la ayuda de Occidente, porque su supervivencia es imprescindible para el Mundo, y además es una condición necesaria de la nuestra.

Motivo: Fotografía de portada de El País de hoy, de Andrea Comas (Reuters)