jueves, 11 de septiembre de 2014

Hacia una felicidad acrítica

El nacionalismo es una búsqueda de seguridad. Es tranquilizador. Combina una serie de ingredientes que ayudan a sentirse a gusto con los que están ahí, muy cerca. Es una religión civil, capaz de ofrecer consuelo para el futuro: en vez de un cielo, la seguridad de que viviré rodeado por los míos. Una especie de infancia del entendimiento. La gran manifestación de Barcelona de ayer, la gran V, fue un acto estéticamente bello, que ofrecía la esperanza de la armonía definitiva: la independencia. Los pocos que osaban salirse de lo establecido tenían que justificarse: en un debate posterior en TV, una persona que se apartaba de lo dicho por los demás sentía el peso de la disidencia. Se le notaba. La República de Platón quizás es el reverso de cualquier ideal de felicidad acrítica.