sábado, 11 de octubre de 2014

Miguel

Saber lo que ocurre a nuestro alrededor, ser capaces de establecer relaciones de causa a efecto: a veces es suficiente un paseo por el barrio en que vivimos para conocernos mejor a nosotros mismos a partir de lo que vemos en los demás. Una mujer me llama por detrás. Miguel. Yo estoy esperando en el paso de peatones, y me giro y la veo. A su lado está su marido. Me cruzo a veces con ellos por la calle, y sin embargo no creo recordar que hayamos hablado casi nunca, por lo menos con la intención de dirigirnos el habla mutuamente. Miguel. Y al girarme y fijarme en su expresión me parece que se ha dirigido a mí con un trasfondo de ternura. No recuerdo su nombre, ni el de su marido, aunque puedo saberlo, por lo menos el de él, porque aparece en el listado de los gastos de la comunidad. Cuando por la calle alguien te llama por tu nombre lo agradeces casi sin darte cuenta, y la ciudad se convierte en un lugar más cálido de lo que, mezquinamente, habías supuesto. La mujer que me ha llamado Miguel es muy amable conmigo, y la despedida me conmueve, mientras su marido no osa hablar, -cualquier encuentro fortuito puede ser embarazoso- pero también me conmueve a pesar de su silencio. Avanzo hacia mi portal sin importunar más a mi conciencia, dispuesto a seguir hacia el ascensor. Y justo entonces decido subir a pie, y mientras subo la escalera lentamente aún escucho el eco de la palabra que alguien puede usar para dirigirse a mí en un paso de peatones. Miguel.