En
Madrid se habla de casi todo. La ciudad se presta a la conversación, como si fuese un escenario propicio a comunicarse. El taxista
te cuenta que lleva treinta años en el oficio, y si
el viaje fuese más largo me contaría su vida entera; el vendedor del cupón de la ONCE me dice que es de San
Sebastián de los Reyes, y me desea suerte de manera cariñosa; el del quiosco, que está al lado de la boca de
metro, me reconoce siempre que nos vemos, quizás porque cada uno de
nosotros actúa como un espejo en el que el otro se ve.
Por
la mañana, tomar café acodado a la barra de un bar del barrio de El Pilar es una
comprobación de lo mucho que se conversa en Madrid. Conversar es una forma de vivir, una manera de sobrellevar las
desdichas. La conversación es un tipo de narración que nos permite
entendernos mejor los unos a los otros.Los diferentes asuntos de los que se habla en las conversaciones entre los madrileños serviría para estudiar los afectos y desafectos de las personas, pero sobre todo la especial disposición a saber lo más importante de los unos y los otros.
Voy
a la pescadería y compro dos calamares y un cuarto de quilo de
boquerones. Me guardarán la compra hasta que yo la recoja a mediodía, porque ahora me voy a ir al centro. El día ha empezado bien, y discurre entre pequeños
acontecimientos que en parte estaban previstos y en parte no. El 147 es
un autobús que hace un recorrido agradable, un paseo por buena parte del
centro de la ciudad que permite ver casi con detalle las avenidas, las
calles bien alineadas, el necesario recuerdo de otros tiempos en que la
experiencia aún no nos hacía pensar en la ciudad como escenario de la
vida.
La
ciudad es el lugar de encuentro de las sociedades contemporáneas, en
donde la sociabilidad de las personas alcanza su mayor realización. La soledad buscada puede ser una aspiración, sin duda, como aseguran las estadísticas. Y
quizás ahora haya muchas más variantes de la idea de soledad que nunca.
Pero la ciudad nos ayuda a no dejarnos llevar por la desidia, o por el
desconsuelo. La aspiración de las personas humanas es sentirse
acompañadas. Y esa aspiración es tan sólo una posiblidad en las grandes
urbes, el lugar del futuro. Uno puede después recluirse en sí mismo, pero temporalmente, para hacerse las preguntas que sólo la intimidad puede resolver, si se tiene la fuerza interior necesaria para soportarlo.
De
regreso, en el metro, hay gente que lee el periódico, pero hay mucha
más que juguetea con su teléfono móvil. En este asunto, vayas donde
vayas, la uniformidad rige las conductas.