lunes, 5 de octubre de 2015

Lento adiós a los periódicos de papel

Hoy me he dado cuenta de que el único quiosco que tenía cerca de mi casa ha desaparecido. Formaba parte de un centro comercial, y me resultaba muy cómodo para adquirir el periódico. Pero ya no está, y su espacio es ahora un vacío cerrado por unas mamparas, detrás de las cuales se ven los estantes desnudos. No ha quedado ni un solo periódico, ni una sola revista, ni un solo libro envuelto en estos llamativos reclamos que nos atraen tanto.
Hace años compré en un quiosco la colección completa de la Biblioteca Científica Salvat. Ahora mismo tengo cerca de mí En busca del gato de Schrödinger, de John Gribbin. Y algunas enciclopedias que aún conservo. Y una magnífica colección de libros de fotografía, que tengo en mi biblioteca, y que consulto con frecuencia.
En el quiosco que acaba de desaparecer me atendía Silvia, por la mañana, o su madre, por la tarde. Solíamos hablar de cualquier asunto que se nos ocurriera, no tan sólo para cumplir el trámite de la relación entre un vendedor y uno de sus parroquianos, sino por la necesidad de intercambiar opiniones, o puntos de vista sobre cualquier aspecto de la ciudad. Un periódico acerca a los que lo venden y a los que lo compran.
Pero esto ocurría antes.
A veces, hablando con los más jóvenes, sale a relucir el asunto de la evolución tecnológica. ¿No es mejor que los periódicos de papel vayan desapareciendo, me dicen, y que la gente se acostumbre a la lectura en la pantalla del ordenador o de las tabletas? De esta manera, argumentan, no habrá necesidad de destruir los bosques para fabricar tanto papel que luego, al fin y al cabo, ha de ser reciclado.
Dicen, argumentan.
Y yo, ¿qué digo, qué argumento?
Me cuesta mucho renunciar a la lectura de los periódicos de papel. Leo las ediciones digitales, pero siempre tengo la sensación de que un artículo que me gusta me va a gustar más aún si lo leo en papel. Aún en el supuesto de que se edite en formato digital exactamente igual que en la edición impresa, la lectura de un artículo me sigue pareciendo más incisiva con el papel entre las manos.
Naturalmente, es un argumento inconsistente. Y bastante absurdo. Lo sé, para qué andarse con rodeos. La evolución tecnológica es imparable, y se va acelerando. Y además, mis contradicciones son más que evidentes: hace poco mi familia me regaló un libro electrónico, y me ha gustado tanto que cada vez que salgo de casa me lo llevo para leer en cualquier sitio: en la parada del autobús, mientras hago cola en la sucursal del banco, o cuando salgo al jardín de la casa de mi madre.
Para ser equidistante, habría que decir: Me gustaría que coexistieran los dos soportes: el de papel y el digital.
Sí, claro. Parece razonable, a pesar de las objeciones citadas que los jóvenes me puedan hacer sobre la conveniencia de preservar los bosques. 
Y una reflexión final. Teniendo en cuenta que los pocos quioscos que quedan se concentran en el centro de la ciudad, ¿qué va a pasar en la periferia? ¿Los ciudadanos se van a limitar, forzosamente, a la lectura en las pantallas del ordenador o de la tableta, o va a iniciarse una progresiva, e imparable, sensación de abandono? ¡Habrá que acostumbrarse, qué remedio! va a decir más de uno.
Pues sí, habrá que acostumbrarse.
También se ha ido el acordeonista que interpretaba canciones melancólicas enfrente del supermercado.