lunes, 26 de octubre de 2015

Cortos viajes en metro

Vas en el metro de un lugar a otro, un corto trayecto que tiene todos los ingredientes de un viaje, rodeado de personas con las que compartes la misma dirección y a las que, ay, nunca volverás a ver. Al mirar por la ventanilla tan sólo hay oscuridad, ¿pero acaso no es la oscuridad también un ingrediente de todos los caminos? En una gran ciudad eres un personaje anónimo, de la misma manera que lo son los demás para ti. Los compañeros de viaje pueden ser un símbolo de la vida: vamos juntos, rodeados de desconocidos, como si en el vagón avanzáramos por una ruta fijada por nuestros designios, aunque el azar nos proporcione buena parte de lo demás: lo que recibimos sin haberlo previsto, tantas cosas que deberíamos prever y que sin embargo son siempre inesperadas. Aunque, bien mirado, tampoco hemos elegido de verdad la ruta: el azar ha sido el factor decisivo: ¿por qué aquí y no allá? ¿Por qué Madrid y no otra ciudad? Salgo por la boca equivocada de la parada de Sevilla, y no sé encontrar el camino hacia la Plaza Santa Ana. Es de noche, y las luces no se corresponden con ninguna imagen. He de preguntar, y entonces de golpe veo lo conocido: la calle Príncipe, la cafetería Hontanares, La Violeta y el elegante café Príncipe. Agarrarse a lo que se recuerda es la seguridad que nos protege de los cambios que nos perturban el ánimo, por mucho que pretendamos ser aventureros. Hay una lenta desaparición de los hitos de nuestra vida que se ha de alternar con los nuevos descubrimientos: ese teatro renovado, esos jóvenes que viven lo que viviste cuando tú lo eras. Hay claridad aún.