miércoles, 4 de noviembre de 2015

Mallorca en otoño

Contemplo el mar con la voluntad de celebrar esta tarde de otoño, como si el mar fuese un fondo de paisaje pero también una experiencia luminosa: de hecho, cuando te sitúas frente a él no puedes dejar de mirarlo. Incluso a veces este hecho tan simple puede ser un recuerdo de otras tardes de noviembre como ésta. Hay imágenes que erosionan los recuerdos, pero hay otras que los afianzan y los excitan con una fuerza incontrolable que surge desde alguna esquina ignorada de nuestro interior. En la terraza están todas las mesas ocupadas. Sólo nos separa del mar la calle y la continuación de la terraza, en donde hay una pareja de jóvenes que se dan la mano. El vendedor del cupón de la Once pasa por la acera, casi rozando a las tres parejas que están en primera fila: me fijo en la más joven, aunque la joven es ella, con su pelo rubio recogido en un moño, delicadamente. El sol entra por la izquierda, desde la bocana del puerto, acercándose ya al horizonte radiante con los espléndidos colores cálidos del otoño, que se acentúan aún más después de un día de lluvia y de viento. Muchas gaviotas revolotean sobre un barco de pesca que se acerca. El barco tiene un nombre portentoso: Es Morràs Segon. Hay un marinero a proa con la cuerda entre las manos para preparar el amarre, y hay gente que camina por el paseo y que se detiene a observar las maniobras. Es un momento mágico, porque el final de todos los viajes puede ser interpretado por la imaginación de aquellos que lo contemplan. Después, ando un rato por la orilla y veo que en la playa hay algas, algas verdaderas. Una niña echa pan al mar para que se lo coman los patos. Cuando los patos se acercan se ríe con entusiasmo. Su madre lleva el pan en una bolsa, y se lo ofrece poco a poco. Así durará más. Los padres de la niña dejan traslucir confianza por la vida, y amor. Al alejarme de ellos abrazo su futuro con melancolía, y les deseo lo mejor. Continúo andando hacia poniente, hacia el horizonte anaranjado. A mi espalda el cielo es muy azul aún a pesar de que la tarde está cayendo.
No sé si mirar en la dirección de la montaña herida. Lo hago, a regañadientes, y entonces aparecen varias grúas.