jueves, 24 de diciembre de 2015

Madrugada silenciosa

Me he despertado y me he levantado en seguida. El día de Navidad no se oye nada, ni siquiera un coche. Es el amanecer más silencioso, uno de los más silenciosos del año, si no el que más. Ayer por la noche apenas recibí mensajes. El de César, un viejo amigo al que no veo desde hace diez años. Y en este período de tiempo ha ocurrido de todo: viajes, idas y vueltas, muertes, y nacimientos. Nos lo contamos: cada uno va conociendo la biografía del otro, a grandes trazos. Cuando pasa la vida nos vamos agarrando cada vez más a lo que nos parece lo fundamental. La sobriedad de los hechos desnudos nos marca. Al fin y al cabo cada historia personal es una sucesión de actos que se pueden contabilizar con facilidad. Ahora oigo un coche, ahora otro. Han pasado dos horas con una rapidez endiablada. Habría que ver si el silencio acelera el paso del tiempo. Esta sensación de vértigo al dejarnos llevar. Pensar un poco, sentir. Desarrollar la condición de ser absorbido por la vida que pasa.