martes, 27 de octubre de 2015

Josef Koudelka: Praga, 1968

Si Josef Koudelka no hubiese salido a la calle con el vigor que lo hizo, y no hubiese fotografiado la invasión del Pacto de Varsovia, la idea que tendríamos de los hechos sería diferente. La invasión aún resuena hoy en el recuerdo de los que la padecieron, sin duda, y estimula la curiosidad de los que, como yo, vivíamos en una España de férrea censura. Cada fotografía nos cuenta los hechos desde perspectivas diferentes, y al contemplarlas en sucesión vamos tejiendo un relato en nuestro entendimiento: dos jóvenes que caminan con una bandera al aire; un hombre con maletín que lanza una piedra a un tanque; un joven que increpa a los soldados de otro tanque; la multitud que asiste al funeral de Jan Palach; un hombre que parece huir de un edificio bombardeado; una mujer que corre, huyendo con expresión de tristeza. Miro las fotografías a mediodía, mientras afuera llueve, y cada imagen es una sacudida que me viene de una ciudad de nombre rotundo y hermoso: Praga. Y a medida que observo, las personas fotografiadas nos transmiten una emoción sin la cual no se entiende el relato objetivo que se puede consultar en los libros de historia. Las fotografías nos permiten una interpretación personal que no es nunca contradictoria con los hechos objetivos, porque la visión personal que elaboramos es el resultado de una emoción. Las mejores fotografías no son tan sólo imágenes sino también sentimientos, un eco de la realidad que aún podemos oír. La verdad es siempre emocionante, y al recibirla nos estamos enriqueciendo con su valor único, irreemplazable. Me muevo lentamente de una sala a otra en esta exposición en el centro de Madrid, una ciudad que sufrió tres años de asedio y destrucción hace casi ochenta años. De la invasión de Praga hace casi cincuenta años, pero los hechos parece que ocurrieron no hace tanto: el tiempo es una música extraña que se contrae y se dilata, como la música nostálgica de los acordeones que ayer escuché en el Parque del Retiro. Al salir a la calle sigue lloviendo, me he de cubrir la cabeza con el periódico hasta la parada del 147, y tengo la sensación de que en vez de haber estado en una agradable sala de exposiciones he regresado de un viaje a la historia reciente de Europa. 

Motivo: Josef Koudelka, Fundación Maphre, Madrid