domingo, 4 de octubre de 2015

Variaciones del azar

El sábado, en el mercado, en la cola de la panadería, me encontré con el pediatra que atendió a mis hijas. Después, fuimos a la copistería, en una calle no lejos del mercado, y nos atendió un compañero de mis años de instituto, con el que de vez en cuando me cruzo por la calle. No es infrecuente que nos veamos casualmente en otros lugares de la ciudad.
Me he dado cuenta hace ya tiempo de que las personas con las que nos encontramos por azar son casi siempre las mismas. ¿Esto significa que el azar es menos azar de lo que se supone? ¿Cuáles son las circunstancias que propician un determinado resultado? ¿Por qué esta repetición? ¿Quizás mi observación está sesgada por alguna condición inicial que no soy capaz de identificar? ¿Esta condición inicial que desconozco es lo que determina el hecho?
En la última pregunta he incluido la palabra determinar, y desde este instante empiezo a poner en duda que los encuentros se deban al azar. Quizás mis costumbres son parecidas a las de las personas con las que me cruzo con más facilidad. Quizás nos encontramos porque acudimos a los mismos lugares, a causa de hábitos que compartimos, o aficiones, o predisposiciones que nos empujan a salir a horas parecidas de nuestras viviendas para caminar por la ciudad por el motivo que sea.
Y no sólo en la ciudad. Hace años nos encontrábamos con una frecuencia sorprendente con un compañero de trabajo, tanto en la ciudad como en el Port de Pollença, los domingos por la tarde. Y si ahora ya no nos encontramos se debe a que no viven en Mallorca.
El azar quizás tiene muchas variantes. Cuando empezamos a movernos y a salir de casa somos como esa mota de polvo que en una gota de agua está sometida al movimiento browniano. De todas las incontables trayectorias que podemos tomar siempre hay algunas que se repiten, aunque sean en apariencia completamente diferentes.