sábado, 28 de noviembre de 2015

Setsuko Hara

Sólo conocemos a la actriz, la magia de su mirada comprensiva y turbadora, la paciencia con que se mueve de un lugar a otro y su manera de escuchar, pero cada uno de los que la admiramos queremos atisbar algo que se refiera a la persona que hay detrás de cada interpretación. Los personajes de sus películas parece que forman parte de algo esencial que como espectadores hemos de ser capaces de entender, no sólo porque nos gusta el cine sino porque nos gusta el cine como contrapartida de la vida, o como soporte de la misma, según las circunstancias.

Ayer oí en Página 2, el programa de libros de la 2 de televisión española, que Setsuko Hara había muerto a los 95 años, el 5 de septiembre, y que no se ha sabido hasta ahora. Hace algunos años que no he vuelto a ver sus películas, una selección de la producción de Ozu que conservo como oro en paño, por la belleza de sus imágenes, la cámara casi siempre fija mientras sus personajes cruzan la calle, o la habitación, o algo que sólo se percibe al mirar incansablemente, una y otra vez.

Lo que atrae de ella es una especial manera de moverse ante la cámara, su expresión misteriosa a través de la cual nos comunica dolor, alegría, tristeza, sorpresa, valor...Pocas actrices son capaces de mostrar un registro tan amplio de expresiones capaces de comunicarnos los sentimientos de una persona a lo largo de su vida. Su sonrisa atraviesa la historia del cine, y es  capaz de mostrar toda la complejidad del ser humano, que no sólo sonríe cuando sonríe, y que no sólo llora cuando llora.

Es curioso cómo el cine de Ozu, mediante esta actriz, nos llega por encima del tiempo para comunicarnos las verdades eternas acerca de los hombres y las mujeres. Y es curioso porque los elementos de que consta su cine son de una sencillez conmovedora, por su manera de acercarse a los sentimientos, apoyándose en grandes actores que son capaces de soportar lo esencial sin esforzarse aparentemente: como si el cine y la vida se pudieran fundir., aunque no tengan nada que ver el uno con la otra. ¿O sí? Quizás tengan mucha relación, y nos ayudan a una comprensión más cabal de lo que hacemos. Cuentos de Tokio, por ejemplo, es un compendio de gestos que transmiten mucho más de lo que se pueda expresar con palabras.

Setsuko Hara, en 1963, a los 43 años, dejó de hacer cine, el mismo año en que murió Yasujiro Ozu. Sin su gran director -aunque fue dirigida por otros también muy eminentes- quizás pensara que ya nada le quedaba por hacer que pudiera tener un mínimo de interés, y se retiró en Kamakura, sin conceder entrevistas y sin dejarse fotografiar.