viernes, 16 de octubre de 2015

Cala des Calàpot

Por la Serra de Tramuntana el día transcurre en una apacible soledad. Al caminar entre los pinos y los carrizos uno se siente transportado a una vida casi irreal, atraído por la verdad oculta que siempre parece esperarnos detrás de cada roca, o en el mar que vemos a lo lejos, al que nos acercamos poco a poco, bajando por las empinadas laderas. La mañana es soleada, de cielo limpio y mar en remanso. Un velero parece que flota en vez de navegar. Los árboles caminos se interponen en nuestro camino, y algunos de ellos parecen recién traídos de una galería de arte. Se pueden observar aún los estragos del incendio de hace varios veranos. Qué sensación de tristeza produce una ladera entera llena de árboles quemados. Pero luego, un poco más allá, cerca ya del mar, los carrizos nos ofrecen la visión sorprendente de su supervivencia. Es un milagro de la naturaleza que de un tronco quemado surjan las hojas verdes, más verdes que nunca, después de una lucha denodada contra el fuego invasor. Después, para llegar a la Cala des Calàpot, vamos andando sobre rocas dispuestas al azar por el tiempo y las tormentas, y al final sobre las algas mojadas, con ese olor a sustancia que ha salido del mar para ayudarnos con su sacrificio. Seguimos caminando hacia la Cala d'Ortigues, que es más grande, de piedras redondas, en la que no osamos bañarnos, porque aunque el día es soleado el lugar está a la sombra, y es preferible la contemplación durante un buen rato, antes de seguir, ya de regreso, la empinada cuesta que va a ser el origen de este cansancio que ahora, en casa, he de salvar con una ducha reparadora y música de Mozart.