miércoles, 14 de octubre de 2015

La paz de una librería

Entramos en Babel al atardecer. Hay una mesa libre cerca del mostrador, pequeña y redonda, y nos podemos sentar los dos con la mirada abierta a los libros, que forman en conjunto una aspiración imposible de lectura. Pero aunque sean tantos y tantos que no podremos leer jamás, están ahí como si fuesen una llamada de atención: en sus páginas hay esa posibilidad de conversación que cada uno de nosotros puede atender, escogiendo uno, abriéndolo, iniciando la esperanza cierta de un diálogo con el autor. Ha llegado la copa de vino, que brilla en la luz suave del local. Los que están a  nuestro alrededor hablan en voz baja, como si fuera la manera natural de hablarnos en este lugar de recogimiento y disfrute. Una librería contemporánea es un lugar de oración, el espacio adecuado para saborear las palabras y dotarlas de toda su carga de limpieza de pensamiento. El tiempo se convierte en la cuarta dimensión del espacio; casi se puede tocar, como si se distribuyera entre todos, una manera de acabar el día con la esperanza cierta de otro que vendrá después. La aspiración a la plenitud es atendida por esta música suave que nos acompaña, mientras el mundo se agita en mil problemas a nuestro alrededor. Pero la vida está hecha de contradicciones, porque mientras se disfruta de algo hay otras personas que no pueden hacerlo, y la luz es sólo intermitente. Sin embargo, me parece que sería una buena idea que las conversaciones para la paz se celebraran en una librería.