viernes, 8 de enero de 2016

Por la mañana, pensando en el Imperio

Están sentados en una habitación con la ventana abierta. El mar se ve más allá de los tejados de la ciudad. Hay un desfase temporal que no se puede salvar de ninguna manera: el carretero nos remite a una experiencia extraña. Quizás a una infancia imaginaria. Raymond Carver viajó a Europa y pudo mezclar imágenes de una ciudad europea, o de algún grabado. Las dos personas sentadas a la mesa son de ahora y el carretero es de mucho antes: una sincronía en el límite de la verosimilitud que le da fuerza al texto y que quizás nos remita al Imperio. Es por eso que aparece la vieja ciudad. Y la idea de futuro. Nuestro futuro yace en lo más profundo de la tarde. Y entonces, como un gesto necesario, el protagonista rompe un huevo, y luego otro. Empequeñecerse juntos es el corolario, como si no fuésemos nada en la inmensidad del tiempo. ¿Es quizás la sensación de lo rápido que pasa todo? ¿Los dos huevos rotos son todo aquello que se rompe y desgaja? ¿El Imperio destruido?

Por la mañana, pensando en el Imperio
Todos nosotros
Raymond Carver