martes, 26 de enero de 2016

Madrid 2016

Cada vez que llego al aeropuerto de Barajas tengo la sensación de que hay algo que no encaja en mi memoria, como si hubiesen cambiado la decoración o el orden de los pasillos respecto de mi viaje anterior. Cuando llego al andén del metro me siento otra vez seguro, rodeado de viajeros que van al centro con sus maletas y sus libros, y esa curiosidad que a uno le inunda de pronto al cambiar de ciudad. Hago el transbordo en la estación de Colombia, y es como si caminara por un lugar que reconozco enseguida, con sus letreros luminosos, su pavimento resistente a los golpes de las maletas y al paso rápido de los usuarios del metro. La línea 9 es siempre la más familiar, porque me lleva al Barrio del Pilar, que es una ciudad dentro de la ciudad, el sitio en donde se combinan los recuerdos y la realidad cambiante. Dejo la maleta en casa y voy al quiosco a comprar el periódico. Tantos años después, el vendedor de periódicos me reconoce aún y me alarga el brazo con la misma sonrisa cómplice de toda la vida. Su cara y la mía son mutuamente reconocibles, y atisbamos con la misma lucidez las huellas del tiempo en un gesto, en un movimiento rápido, en unas frases sobre la actualidad. Abro el periódico con la intención de tomar la gragea diaria de lucidez mordaz de El Roto. La de hoy es implacable, como la de otros días: Todas las redes sociales pertenecen a alguna flota pesquera. El vendedor de castañas de la esquina, la frutería de los Hermanos Lave, los edificios de Altamira y de la Ciudad de los Periodistas: se tiene la falsa impresión de todo sigue igual. Los mismos viejos que se sientan en La Vaguada a ver cómo pasa la mañana rodeados de escaparates, de gente que va y viene, de luces que anuncian todo tipo de objetos de consumo: es como si se regeneraran, llegados a media edad de los pueblos de toda España para ganarse el pan en la capital, y que luego, de viejos, se sientan a contemplar el mundo. Me entero enseguida de lo último: la cafetería Manila va a cerrar porque les triplican el alquiler. Qué tristeza, la terraza en la que he tomado tantos cafés, el lugar de encuentro con los amigos, la tibieza del sol de invierno. Por qué todo se tiene que acabar, impunemente.