sábado, 16 de agosto de 2014

Slavko Goldstein, y un recuerdo de 1980

Hace 34 años, durante un viaje en autobús con tres amigos míos, cenamos en un restaurante de carretera. Ya era de noche, habíamos salido de París unas horas antes y hasta la madrugada no llegaríamos a Amsterdam. Mientras avanzábamos con la bandeja hablamos con cuatro jóvenes risueños, como debíamos de serlo nosotros entonces. Nos dijeron que eran yugoslavos, y nos mostraron un afecto espontáneo, y aún ahora, tantos años después, recuerdo cómo nos saludamos con simpatía. Yugoslavos, españoles. Al igual que nosotros no dijimos 'mallorquines', o 'aragoneses' o 'andaluces', ellos tampoco dijeron que fueran 'croatas', o 'serbios', o 'montenegrinos', o 'bosnios'. Éramos dos grupos de yugoslavos y de españoles que nos habíamos encontrado casualmente en un viaje para estudiantes. Después, durante la guerra que empezó en 1991, y que duró diez años, me pregunté muchas veces qué habría sido de aquellos cuatro estudiantes que conocimos aquella noche de diciembre de 1980 en un restaurante de carretera situado justo después de la frontera, ya en Bélgica. Las fronteras eran más visibles que ahora, porque la Unión Europea era sólo un esbozo, un leve intento, aunque quizás ahora se haya convertido en un objetivo improbable. Me pregunté a menudo en aquella década de luchas absurdas qué les habría ocurrido a los cuatro compañeros de viaje. Dónde estarán ahora, pensaba yo. Me lo sigo preguntando, y hoy de manera especial porque he leído una entrevista a Slavko Goldstein, en la que, a la pregunta de si es escritor croata o yugoslavo, responde 'Diga usted yugoslavo'. La frase, que es el encabezado de la entrevista a página completa, se lee de una manera transparente, ya que el retrato de Slavko Goldstein ocupa la parte central y nos permite intuir cómo ha pronunciado las tres palabras: 'Diga usted yugoslavo'. Es un hombre maduro y risueño -esa sonrisa que coordinan sus ojos y su boca, levemente- que transmite humildad y sabiduría, y una determinación consciente de no enmarañar la vida. Hay en su cara un sabor a generosidad que es visible en la gente que ha luchado y que ha aprendido que del sacrificio se deriva a veces la recompensa del conocimiento. La verdadera sonrisa no procede de los labios sino, sobre todo, de los ojos, de una mirada que se mantiene viva con la edad, como si se dispusiera a hablarnos aunque sea desde un periódico. Con cuánta incertidumbre recuerdo a los cuatro jóvenes yugoslavos, risueños y amables de aquella noche centroeuropea, mientras contemplo de nuevo ese retrato de Slavko Goldstein, que en vez de ser el retrato de un desconocido me da la sensación de ser el retrato de alguien a quien conozco desde hace muchos años, melancólicamente.
Motivo: Entrevista a Slavko Golstein, Babelia, El País, 16/8/2014