sábado, 15 de agosto de 2015

La lluvia del 15 de agosto

Con la lluvia la ciudad cambia de repente. Los turistas, en zapatillas y pantalones cortos, incrédulos, no se sobreponen de la sorpresa con facilidad: ¿cómo iban ellos a pensar que iba a llover en donde los anuncios dicen que sólo hace sol? Nosotros nos refugiamos en una tienda de ropa. La dependienta es una chica joven que nos confiesa que está encantada con la lluvia. ¡Por fin! Y remarca el ¡Por fin! con desahogo. Por lo menos durante un rato la gente no va a pasar por la tienda como si fuera un andén, nos dice. En vez de amainar, arrecia. Dos chicas pasan corriendo y riendo bajo una prenda de plástico sobre sus cabezas. Un autobús se detiene en la parada, y bajan un chico y una chica que al quedarse en la acera no saben qué hacer, como si hubieran llegado a un lugar desconocido. Otras dos chicas pasan corriendo sin protección alguna y se resguardan en un portal cercano mientras ríen y ríen. Ahora sólo se oye la lluvia. Durante unos minutos no hay movimiento alguno en la calle. No hay coches que transiten, ni gente que camine. De repente un joven en bicicleta pasa como una exhalación, como si estuviera huyendo de la lluvia. En el silencio de este extraño mediodía se empiezan a oír las campanas de la iglesia de Sant Nicolau. Me imagino los badajos de las campanas chocando con el metal, una percusión de grandes dimensiones que sirve de contrapunto al suave sonido de la lluvia. Qué gran alivio los sonidos verdaderos, esos que luego evocaremos como un gesto de belleza que nos proporciona la experiencia. Soy capaz de degustar estos momentos al mismo instante en que los vivo. Dos jóvenes con impermeable bajan por las escaleras de la Plaza Mayor. Qué curioso, le digo a mi hija, que alguien lleve impermeable. De dónde lo habrán sacado. De la tienda de los chinos, seguro, me dice ella. Y un joven también con impermeable va por la calle ofreciendo paraguas. Ya llueve un poco menos. Nos despedimos de la dependienta que nos ha acogido con tanta amabilidad. Se respira un aire que es una delicia. Un niño con su madre al lado juega con el agua acumulada en un árbol, enfrente del Museo de La Caixa.