martes, 23 de febrero de 2016
Mari Carmen
Recuerdo
a Mari Carmen. Comíamos en aquella mesa grande del jardín de la casa de
sus padres, cerca de la Estación de Renfe de Roa de Duero. El calor seco del mediodía, a la sombra de los árboles, era un estímulo para insistir en las charlas que duraban hasta el atardecer. Juan nos fotografiaba, y luego nos enviaba las fotografías reveladas por él mismo en su estudio. Después
caminábamos por los alrededores de las vías férreas, abandonadas desde finales de
los setenta. También había vagones de madera, con su nostalgia de los viajes que realizaron por toda España. Los trenes dejaron de atravesar Castilla y las viejas
estaciones quedaron abandonadas, y sin embargo quedaba en cada una de
ellas el eco de aquellos viajes que ahora parecen increíbles: tantas
horas, las caras tiznadas. Había una morera muy
grande detrás de la Estación, un símbolo de lo que perdura. En verano
era todo más alegre, pero en invierno hacía mucho frío, y al regresar
había nieve en Somosierra. Ya casi no recuerdo las conversaciones.
Éramos muy jóvenes, y teníamos la vida entera por delante. Queda el halo
de aquellas despedidas, casi siempre en la Plaza Castilla.