jueves, 2 de abril de 2015

Jueves Santo

Una niña enciende los cirios apagados. La banda de música de su cofradía revela costumbre en vez de religiosidad, pero los asistentes parpadean como si acabaran de descubrir una extraña solidaridad entre ellos. A través de los agujeros de la tela blanca que cubre su cabeza puedo ver los ojos de un penitente. Cada encapuchado es diferente. Cuesta bastante apercibirse de ello, pero es notorio que cada uno me mira cuando yo le miro. Detectan la historia que intentan transmitir. ¿Por qué, por qué?, oigo a alguien a mi lado que le susurra a su acompañante. Yo me callo para no molestar. No hay brisa, no hay más que bandas de música que avanzan, y pequeños dioses multiplicados en sus nidos veniales, participantes envueltos en telas de colores que agitan sus manos con dificultad. Los pasos representan a un dios que recuerdo, aunque se pierde en mi memoria cuando lo miro fugazmente. El Hijo mira suplicante hacia un cielo vacío. Su mirada al cielo es una súplica de reconciliación con Su Padre: ¿Por qué me has abandonado? No sé si habrá otros pensamientos que me cojan del brazo y me lleven hacia el comienzo de algo nuevo, suavemente.