sábado, 4 de abril de 2015

Descubrimientos

Cada vez que miro el jazmín, o el albaricoquero, o la morera, o el almez, puedo apercibirme de la experiencia de (intentar) comprender el mundo a través de la observación atenta de lo que hay a mi alrededor. Este año, por ejemplo, la morera ha verdecido antes, y el almez sigue con el invierno a cuestas, como los chopos de la ciudad, los escasos chopos que renuevan sus hojas como si llegaran siempre a destiempo: los chopos casi ausentes, cipreses desnudos, los chopos tan musicales luego, en verano, cuando se dejan llevar por el embat, con esa melodía que proviene del silencio de la contemplación, y de la levedad de lo que dura en nuestra memoria. Los árboles empiezan a ser mirados cuando nos damos cuenta de que observar es sentir despacio, muy despacio, un poco dejándonos llevar por la odisea de un descubrimiento personal. Mi madre asegura que ha podido escuchar el primer ruiseñor, pero quizás lo haya confundido con un mirlo.