jueves, 2 de abril de 2015

El hervor de los judiones

En agua desde ayer por la noche, los judiones se han vuelto grandes y brillantes, con esa promesa de plato verdadero que da lo que ha sido heredado con el esplendor de la tradición. Los compré en Madrid, en mi viaje de invierno. Antes de acostarme, ayer por la noche, los volqué en un bol de color blanco y los cubrí con agua. Ahora revolotean en la cazuela, con un poco de chorizo y tres pequeñas hojas de laurel. He cortado varias veces el empiece del hervor, engañándoles, y me ha parecido un homenaje a viejos familiares. Pero mi madre nunca ha cocinado este plato, me digo, así que la tradición de los judiones de Zamora la inicio yo. Qué silencio. No se puede predecir cómo va a salir un plato de judiones sin haber participado en las leyendas de los viajeros empedernidos. ¿Judiones de Zamora, de San Indefonso de la Granja, judías de El Barco de Àvila, fabes de Asturias? El lugar ha de ser reconocido entre algodones, sin alterarlo, dejándonos llevar por el gobierno de los sentidos. A mí me gustan todos, sin preferencia alguna. De la inocencia del gusto ha de surgir la parsimonia de la razón, que asiente complacida. Vuelvo a la cocina, en donde revolotean en su limpio hervor de gozosa promesa. Lo bueno es así: nutriéndose en la espera.