sábado, 12 de septiembre de 2015

Vencejos, no gorriones

Salgo al jardín con la esperanza de que los gorriones no hayan desaparecido del todo. ¿Cómo es posible que haya tan pocos gorriones? Aún recuerdo los gorriones de Berlín; en Londres, sin embargo, según he leído, casi no hay. La observación atenta nos permite darnos cuenta de los cambios, aunque la costumbre puede actuar como una venda. Mientras miro, sentado en una silla, los árboles quietos, sin una rama que se balancee impulsada por algún pájaro, me fijo en que, por fin, pasa un vencejo, con esa rapidez característica que parece creada de la nada. En Castilla la Vieja se les llama aviones, a los vencejos, aunque son pájaros diferentes: los vencejos son negros y los aviones tienen el vientre blanco. En Palma, por las tardes, en la calle Concepción, los vencejos van de un lado al otro de la calle, entre los aleros, con ese silbido característico. Cómo se puede entender la experiencia sin hacer caso a lo que parecen detalles secundarios, y sin embargo son mucho más que eso: son la vida. El vencejo sigue dando vueltas y cambiando de dirección de una manera sorprendente. No vuela formando circunferencias, sino en líneas quebradas que forman elipses o aros o reminiscencias de una huida. Puede que sean varios, aunque no consigo verlos a la vez, como en la ciudad. Y sin embargo no consigo ver ningún gorrión, aunque quizás en los pinos de enfrente intuya que los trinos entremezclados que ahora se oyen puedan ser de gorriones, que prefieren los pinos a la morera o al almez. Hay algodones muy finos en el cielo azul, de ese azul que no es azul del todo, como si la dispersión de Rayleigh estuviera empezando tímidamente.