miércoles, 9 de septiembre de 2015

Madrid, una ciudad.

Una ciudad es un conjunto de vivencias que nos empujan a recorrerla con mayor o menor intensidad, según las sensaciones que experimentamos al relacionarnos con sus habitantes. Las vivencias pueden ser de un pasado alejado o inmediato, y nos lanzan al presente como si se reflejaran en él cada una de las emociones vividas, sean alegres o tristes, profundas o superficiales. La amabilidad del carnicero, que no da ninguna importancia a la calidad del solomillo de ternera que corta con esmero; la alegría del frutero, que reparte melones de dulzor asegurado; la educación de los ciudadanos que al llegar el autobús respetan con rigor el orden para entrar; la generosidad de los amigos, que te invitan a comer y no quieren de ninguna manera que te vayas de su casa; la simpatía de los compañeros de viaje del metro, o por lo menos de aquellos con que hablas; la diligencia de los empleados de la copistería, a los que has de exigir, insistentemente, que hagan el favor de cobrarte el importe del trabajo que te hicieron hace varios meses: la ciudad es el entrelazado de lo bueno que ofrece la sociabilidad humana. También hay aspectos negativos, pero para qué resaltarlos, si uno desea sobre todo absorber lo bueno, lo positivo, aquello que nos hace sentir que la vida es lo que merece ser disfrutado. Es una pena no poder asistir a la exposición de Vivian Maier que se inaugura esta tarde.