jueves, 30 de julio de 2015

Romanticismo, de Raymond Carver

Qué absurdo resulta a veces detallar la relación de todo lo que has hecho: cocinar un gazpacho; ir a Es Trenc y regresar antes del mediodía; llamar varias veces por teléfono; sorprenderte de lo caro que es ir en tren a Sóller; leer el periódico; escuchar algo de música (un mensaje en el móvil, la música rota, ay); conversar con Walter y Marité, que han venido de Montpellier; caminar por la ciudad de noche, llegar a La Lonja y mirar a través de la puerta entreabierta justo cuando cierran y ver en el interior los pilares elevándose, lo real casi en suspensión. La ciudad, de noche, adquiere un tono de sueño, como aquellos grabados de los libros de viajes que hojeábamos de niños. Las sorpresas de la noche tienen la variedad de los momentos más enriquecedores. Las verdades pasan a segundo término, y la mirada se nutre tan sólo de lo que hay justo delante de ti, sin más causa aparente que el hecho de vivir. Qué más da que sea tan difícil entender lo que vemos. Lo que importa es la experimentación de la ciudad en la que vives como si fuera un lugar desconocido. Quién puede enhebrarlo todo y buscar un sentido a lo que hacemos. La vida quizás sea esto: una sucesión de actos que nos nutren y nos van formando, y que se disuelven en la memoria. Luego, al llegar a casa, mi hija me recuerda que hoy, día 31, se va a producir el curioso fenómeno de la luna azul. Uno se sosiega en este momento en que la luna llena cruza el cielo, y entonces haces balance, como en el poema 'Romanticismo' de Raymond Carver: 'Las noches son muy oscuras aquí. / Pero si hay luna llena lo sabemos: / sentimos una cosa en un momento / y otra distinta al siguiente'