miércoles, 14 de enero de 2015

Esta luz que entra por la ventana

Entra la luz del sol en la habitación, la radiante luz hecha de añicos y de celebraciones, de reacciones nucleares y de memoria. Lo que vemos depende de lo que hemos visto previamente, de lo vivido y de lo imaginado -no de lo soñado, porque en la madurez los sueños han de ser sustituidos por la imaginación-. Cada rayo de luz es onda y materia, reflexión y piel sobre la que extenderse: un fulgor hecho de vidas sucesivas, de fotones que van a la velocidad de la luz mientras nuestros cuerpos avanzan hacia la entropía creciente de su experiencia. ¿Qué lugar recibe esta misma luz? ¿Qué lugar de la memoria puede acabar recibiéndola? En el mismo gesto de abrir la ventana hay una aparición de lo inaudito: un gesto repetido que parace lanzarse en pos de una alegría incierta, que se repite en invierno, día a día. Ya lo decimos los que vivimos aquí, una y otra vez: tan sólo en invierno invocamos este orden del cielo y de la tierra. Ésta es una isla de invierno, un malogrado paraíso de nostálgicos de una improbable felicidad. Como si uno viviera atareado en alcanzar el conocimiento y se diera cuenta de que tan sólo un rayo de sol inocente nos dice lo que hay que saber.
(Diario de Algún Otro, 5)